El Brexit y el ventrílocuo estadounidense

La decisión británica de abandonar la Unión Europea llega demasiado tarde. La partida de un Estado que ha encarnado tanto el libre comercio, desde la revolución industrial del siglo XVIII, como la alineación con Estados Unidos desde la “relación especial” angloamericana cantada por Winston Churchill, la financiarización desde que la economía y la política británica están dominadas por la City de Londres, el neoliberalismo absoluto desde Margaret Thatcher, podría haber sido una gran noticia para la Unión Europea. Especialmente recordando que la UE no es una prisión, algunos Estados aún pueden ingresar, otros podrán salir algún día. En este sentido, al menos, los representantes británicos finalmente respetaron el veredicto de su pueblo.

Este tipo de lección democrática no es inútil en estos días. Sin embargo, aquellos que esperan que la salida del Reino Unido libere a la Unión Europea, y a Alemania en particular, de su peso neoliberal y de su atlantismo, pueden sentirse decepcionados. La “colosal comunidad atlántica bajo control y dependencia estadounidense” que el general De Gaulle temía en 1963 ya no necesita de los británicos para dictar su ley en el Viejo Continente.

Especialmente desde que, a partir de 2004, la Unión Europea ha dado la bienvenida a una docena de Estados más, la mayoría de los cuales acababan de enviar soldados a Irak a pedido de Washington. Algunos de estos nuevos miembros aún no pueden murmurar dos palabras en un idioma que no sea inglés, y preferiblemente palabras escritas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

¿Exageramos? En realidad no, a juzgar por la reacción de los europeos al “plan de paz” israelo-palestino presentado el 28 de enero en la Casa Blanca. Inmediatamente después de formular propuestas que violan el derecho internacional, la anexión israelí de Jerusalén y el valle del Jordán, la colonización de Cisjordania, Washington preparó los elementos de un comunicado que sus aliados debían retomar para mostrar su (...)