En una semana corriente de abril de 2006, un año antes de la elección presidencial en Francia, una encuesta de Ipsos /Le Point (del 20 de abril) daba una relación de 51% a 49% a favor de Ségolène Royal contra Nicolas Sarkozy. Una encuesta TNS Sofrès/Unilog (Le Figaro del 20 de abril) anunciaba el mismo resultado. Pero el resultado se invertía en la encuesta IFOP/Paris Match del 25 de abril. Estos porcentajes fueron mencionados repetidamente en todas las radios y canales de televisión. France Inter, en su revista de prensa, elogió la encuesta publicada por Paris Match. Todas estas peripecias ya fueron olvidadas.
Si nos atenemos a su repercusión, estas encuestas deberían tener alguna importancia. Sin embargo, un resultado tan apretado no tiene ningún valor estadístico, dado su margen de error (más o menos 3%), y no tiene ningún sentido preguntar sobre intenciones de voto de candidaturas que aún no existen. También se olvidan las experiencias anteriores: tres meses antes de las elecciones de 2002, los candidatos Jacques Chirac y Lionel Jospin llegaban primeros con el 23% de las intenciones de voto, lejos por delante de Jean-Pierre Chevènement, que obtenía el 12%, y de Jean-Marie Le Pen, que llegaba al 8% (Sofrès, 4-2-2002). La organización de un suspenso palpitante, ¿no es acaso la mejor justificación?
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