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Fábula inédita de un gran escritor

El último inmigrante

Esta mañana, el último inmigrante árabe –en realidad un bereber– acaba de abandonar el suelo francés. Tanto el Primer Ministro como el ministro del Interior se trasladaron para asistir a esta partida y expresar a Mohamed Lemmigri el agradecimiento de Francia. Mohamed no estaba ni emocionado ni enojado. Simplemente estaba contento de volver para siempre a su país natal. Recibió de regalo un camello de peluche y una pequeña bandera roja, azul y blanca de un lado y del otro roja con una estrella verde en el medio. La agitaba sin convicción delante de las cámaras de televisión y de los fotógrafos que insistían para que les diera una gran sonrisa. Él prorrumpió en risa franca y se puso la doble bandera en un bolsillo de su sobretodo viejo.

Francia respira. Ya no tiene que resolver problemas para los que no estaba preparada. Da vuelta una pesada página de su historia colonial. Como por un pase mágico, hoy acaba de borrarse un siglo de presencia árabe en Francia. Se cerró el paréntesis. Ya no perturbarán al país los olores de una cocina muy especiada, ya no lo invadirán hordas de gente de costumbres extrañas. Ya no habrá razones para que se manifieste el racismo. Quedan muchos africanos, algunos asiáticos y unas pocas familias de Europa del Este que, aparentemente, no traen grandes problemas. Los africanos se quedan tranquilos por miedo a correr la misma suerte que los árabes; la mayoría de los que ocupaban edificios abandonados murieron incinerados mientras dormían, junto con sus hijos. En cuanto a los asiáticos, todo el mundo admira su discreción.

Artículo completo: 286 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de agosto 2006
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Tahar Ben Jelloun

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