“Caminar sobre dos piernas”

Contra la visión tradicional de los sinólogos, ¿el éxito de China no se deberá a su capacidad para hacer cohabitar dos tradiciones, utilizar los recursos que le ofrece la coherencia occidental al tiempo que reaviva los recursos propios que tejió a lo largo de los siglos? Visto desde Pekín, el mundo estaría recobrando su curso normal, saliendo así del largo paréntesis que representó el brutal avance de la cultura europea.

¿Terminaremos alguna vez, respecto de China, de oscilar entre la fascinación y el miedo o el rechazo? Todavía están por crearse las condiciones para entender ese país, al menos si se pretende salir de las categorías que Occidente proyecta sobre él. Y sin dudas hay allí una responsabilidad de la disciplina sinológica. Ésta se mantuvo muy a menudo aparte del movimiento de ideas, generando un conocimiento únicamente erudito, monográfico, que no suscitaba ningún cuestionamiento. En consecuencia dejó el campo libre a la proliferación mediática de los discursos sobre China, a veces al borde de la “sinolocura”, que mezcla las afirmaciones revisteriles sobre el “desarrollo personal” con el éxtasis frente al más mínimo ideograma caligráfico, o los sueños de conquista de empresarios armados de Sunzi con recetas de Feng shui (la “geomancia” china). ¿Podremos salir de este atolladero? La pregunta se plantea de manera aun más apremiante en la medida en que China vuelve a ocupar ostensiblemente un lugar primordial en el escenario mundial. Para no quedar encerrados en la erudición, y a la vez no ceder a la seducción de discursos puramente ideológicos, no hay otra solución que hacer trabajar juntos el cuestionamiento filosófico y el oficio de sinólogo. Y ello, por supuesto, con prudencia, con paciencia, pues una vez dejados de lado los lugares comunes y los efectos visuales, los interrogantes se tornan difíciles, como el que aquí abordamos, sobre lo que está en juego y los límites actuales de la occidentalización de China.