La rehabilitación de la misa en latín

Fiel a las demandas de los tradicionalistas y a sus percepciones sobre la liturgia, Benedicto XVI liberalizó la misa en latín cuestionando una de las reformas más emblemáticas del Concilio Vaticano II. Busca así recomponer la unidad de la Iglesia católica tras el cisma de 1988 con los lefebvristas y detener la hemorragia espiritual e intelectual del catolicismo europeo, con una crítica a la modernidad que atrae a muchos jóvenes.

¿Inició Benedicto XVI las hostilidades en la guerra de ritos en la Iglesia católica? La aceptación del Vaticano a la demanda de los tradicionalistas, en el sentido de liberalizar la misa en latín de San Pío X, reavivó algunas pasiones que “la hija mayor de la Iglesia” (Francia), ahora con otras preocupaciones pastorales, habría dejado con gusto de lado.

Pero he aquí que Benedicto XVI es consecuente con sus ideas. Y las que tiene sobre la liturgia son bastante cerradas. Así, les ganó de mano a los obispos franceses y emprendió la reforma de la reforma litúrgica realizada por el Concilio Vaticano II, que nunca lo convenció.

De hecho el Papa, fiel a su método, consistente en “darle tiempo al tiempo”, fue avanzando pacientemente sus peones. En cuanto fue elegido, en abril de 2005, previno a los cardenales electores sobre su intención de acercarse a los tradicionalistas separados de Roma después del cisma de monseñor Lefebvre, en 1988. Cuatro meses más tarde, en septiembre, recibió en audiencia, en su residencia de verano de Castel Gandolfo, al sucesor de Lefebvre, monseñor Bernard Fallay, que dirige la Fraternidad San Pío X. En octubre de 2006 validó la creación del Instituto del Buen Pastor, en la diócesis de Bordeaux, que acogió a cinco sacerdotes disidentes lefebvristas; a cambio de su adhesión, el Vaticano los autorizó a celebrar la misa según el rito instituido por el Concilio de Trento, en el siglo XVI.