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La persecución interna en Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial

Los bárbaros están entre nosotros

El país de la libertad le declaró la guerra a la barbarie. A un imperio lejano que azota a Francia, desprecia a los civiles, mata a los niños y viola a las chiquillas. “¡Estamos en guerra!”. Apoyados por la población, los dirigentes pregonan su voluntad de destruir al enemigo. Se echan las campanas al vuelo. Pero mientras los soldados combaten, los civiles se activan. El enemigo ¿no estará escondido ahí, bajo nuestros ojos? Leales en apariencia, los inmigrantes y sus descendientes ¿no formarán un ejército de espías y traidores?

Esta pregunta que plantean todos los días los periódicos estadounidenses atormenta el espíritu de los patriotas armados que, el 12 de abril de 1918, aparecen en el domicilio del doctor Cole, director de escuela de la ciudad de Appleton, en Colorado. El comando saca al profesor de su cama, lo unta de grasa, lo cubre de plumas y le advierte que dispone de treinta y seis horas para abandonar la ciudad bajo pena de ser “colgado del primer poste de teléfono”. Según sus atacantes, Cole, de origen alemán, habría elogiado al gobierno de Berlín. El pedagogo tiene más suerte que Robert Paul Prager, un ex panadero nacido en Dresde que se convirtió en minero de extracción en Collinsville, Illinois. Una noche, los clientes del saloon lo acusan de espiar para el Reich y de urdir el sabotaje de la mina. Lo llevan hasta los límites del condado y lo cuelgan. La víspera del juicio a sus asesinos, el diario The Washington Post se alegra de un “despertar sano y provechoso en el corazón del país, a pesar de los excesos del linchamiento” (12 de abril de 1918). Todos serán absueltos...

Artículo completo: 296 palabras.

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Pierre Rimbert

Redactor en jefe adjunto de Le Monde diplomatique, París.

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