La riqueza cultural de los pueblos indígenas, así como sus idiomas, son principios que han sido reconocidos y garantizados por distintos instrumentos del derecho internacional; pese a ello y según datos de la Unesco, cada dos semanas muere un idioma en algún lugar del planeta, llevándose consigo el espíritu de una cultura y una valiosa forma de ver el mundo que no se recupera.
Cuando se dice que los mapuche estamos perdiendo el mapudungun porque nosotros mismos no hemos querido hablarlo, se nos responsabiliza como si por gusto hubiésemos tomado la decisión de dejarlo morir. Parece ser más fácil decir que es nuestra culpa que reconocer una vergonzosa verdad nacional.
En los albores de Chile se determinó como política de Estado un monolingüismo que distó mucho de la diversidad idiomática del territorio que fue progresivamente sometiendo a su arbitraria jurisdicción; así fue como las lenguas indígenas se volvieron blanco del objetivo de unificación geopolítica. Por la voz de nuestros abuelos, habla el dolor de la memoria cuando se recuerda el paso por las escuelas e internados del sur, “cuando nos escuchaban hablar en mapudungun nos pegaban y nos hacían arrodillar por horas sobre los garbanzos” o “se burlaban y nos golpeaban porque no sabíamos hablar bien el castellano”, son relatos recurrentes...
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