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Larga vida de un modelo de contracultura antiburguesa

Seducción de la bohemia

Un hombre entra en un cabaret parisino. Es joven, pobre y quiere ser artista. Allí conoce a un filósofo y luego a un poeta, tan pobres como él. Simpatizan de inmediato: comida, bebida y tabaco pronto se ponen en común. Luego se les une un pintor, para formar un grupo fraternal. Este episodio, que abre las Escenas de la vida bohemia, de Henri Murger (1851), fijó en forma duradera un conjunto de rasgos asociados a la figura del bohemio. Instalado en una metrópolis, usa una vestimenta que zanja con la ropa negra del burgués, vive en el día a día, se muda con frecuencia, rechaza los empleos fijos y las parejas establecidas, comparte su existencia con sus compañeros y, cuando sus finanzas se lo permiten, le gusta abusar de la buena mesa y la bebida. Con el burgués, que es como su doble en negativo, mantiene una relación hecha de desdén, de aprensión y de atracción mutuas. Las aventuras de Schaunard, Colline, Rodolphe y Marcel, los cuatro compadres de las Escenas de la vida bohemia, declinadas sucesivamente en folletín, teatro y libro, conocieron un gran éxito. Sin embargo, menos que la ópera de Puccini (1896) y la canción de Charles Aznavour (1965), mundialmente célebres desde su creación. La ópera es una de las más montadas en el mundo, y la canción es familiar a un gran público, lo que testimonia la persistencia del interés colectivo: “La bohemia, la bohemia / Éramos jóvenes / Éramos locos” y “Agrupados alrededor de la estufa / Recitábamos versos / Olvidando el invierno”, algo que sigue haciendo soñar...

Artículo completo: 279 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de octubre 2016
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Anthony Glinoer

Profesor de la Universidad de Sherbrooke.

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