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Liquidación del patrimonio forestal francés

Autopsia del sector maderero

Francia no tiene petróleo, pero sí bosques. Tal como un espeso plumón cincelado, extensiones de piceas [abetos] cubren los macizos de los Vosgos. Latizales de hayas y castaños revisten las tierras húmedas de Normandía y tapizan el fondo del valle del Ródano. Arboledas de robles sésiles se petrifican en el humus de los bosques estatales de Fontainebleau, Bercé y Tronçais. Mientras en otras latitudes se habla de hidrocarburos, arenas bituminosas o gas de esquisto, los combustibles franceses se denominan álamo, aliso, sauce o almez. Según el último inventario forestal nacional de 2014, 126 especies cubren el 30% del territorio, y hacen de las extensiones boscosas francesas las terceras de Europa. Desde la primera revolución industrial, la silvicultura nunca ocupó tanto espacio.

Estas cifras, casi mágicas, podrían inspirar un poema medieval recitado en el Bosque de Brocelianda… Más concretamente, resultan de una política que desde 1663 emprendieran Jean-Baptiste Colbert y sus sucesores. A la cabeza de la Administración de Aguas y Bosques, Colbert sentó las bases de una vasta racionalización de la gestión, para asegurar la independencia de las necesidades en madera de la flota real. En Allier, el bosque estatal de Tronçais y sus robles centenarios siguen siendo un emblema del colbertismo. En homenaje se bautizó un monte con su nombre, y se sigue extendiendo en el cruce de dos senderos. Dos hectáreas sombreadas por “gigantes verdes”, nos dice afectuosamente Chrystelle Blanchard, guía-conferencista, paseándose bajo los tangibles vestigios de esa política visionaria. “Hace trescientos cincuenta años hubo hombres que supieron planificar el bosque y convertirlo en una herramienta económica tal como existe en la actualidad”...

Artículo completo: 285 palabras.

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Guillaume Pitron

Periodista.

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