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A propósito de la rebelión chilena

Preguntas por la dignidad, la violencia y la justicia

En las definiciones de “ser humano” en el pensamiento filosófico parece existir a lo menos un aspecto en común: todos los seres humanos se encontrarían dotados de un atributo sobre el cual se construye la vida social (Chernilo, 2014). La orientación universalista en la definición de ser humano nos remite a una “esencia” que también sería aplicable al concepto de sociedad. No obstante, el mundo empírico nos pone en aprietos: si todos somos iguales en algo, ¿cómo podría explicarse que el resultado de la manera en que nos vinculamos sean sociedades profundamente desiguales? Chile da mucho para hablar.

En el último mes y medio ha habido un estallido social sin precedentes en Chile que por años se ha autodenominado el “jaguar” o el “oasis” de América latina, visto como modelo exitoso del neoliberalismo en la región. Entonces, ¿Por qué ocurre este quiebre tan fuerte de legitimidad? A menos que creamos la lectura de lo no-humano de Cecilia Morel, habría dos explicaciones: una mirada desde la lógica global -en la cual simplemente “el sistema está colapsando”, “haciendo aguas”-, o una segunda en la cual nos encontramos fraguando un cambio. En el primer caso, basta mirar lo que ha ocurrido este año en Hong Kong, India, Venecia, Bolivia, el Amazonas, Venezuela o Haití.

El sistema económico mundial se basa originalmente en una explotación de la naturaleza como aval de progreso industrial y humano, y una explotación de hombre y mujeres por parte de otros hombres y mujeres que poseen propiedad de la naturaleza: la tierra, los bosques, el agua, las montañas, el aire limpio. Ese mismo sistema involucra a personas de otros países, como los inversionistas del Norte y los emigrados del Sur global que vienen a trabajar como mano de obra barata, atravesando regiones, países y otras fronteras simbólicas. Son tratados y traficados como objetos de contrabando. Frente a estos malestares, nuevas voces se están sintiendo. Sorpresivamente, una figura emblemática es una adolescente de 16 años.

La activista Greta Thunberg ha sido patologizada por su radicalidad, hecho que conecta con la segunda explicación. La ira surge de un colectivo que se articula en torno a una o miles de demandas particulares conectadas, haciéndonos pensar sobre el alcance y lo común del movimiento, la sabiduría popular que no vimos y la gama de cursos posibles. En esta más difusa y atrevida discusión me quiero detener.

Partamos de la palabra “dignidad”, el mejor resumen de lo que pasó, pasa y apelamos a que pase. Queremos dignidad porque es lo básico para funcionar en sociedades complejas que se ven enfrentadas a riesgos globales ya incontrolables. La dignidad produce compromiso con un orden social, o al menos un consenso sobre la manera en que funciona. Cuando no hay dignidad, no puede haber consenso, y se produce un malestar visible a través de la Indignación; adjetivo con el que se ha calificado a una serie de manifestaciones civiles en la última década, desde Nueva York a Siria.

Violencia y cambio
Porque nos vemos vulnerados en nuestra dignidad, nos sentimos violentados. Y reaccionamos violentamente; de manera física, material, destructiva, siendo que mucho de lo destruido ha sido construido por la opresión simbólica, histórica y colonial de nuestra moral; sí, es un asunto moral. No es el momento de defender la violencia, pero sí de entender que algo de violento tienen los cambios sociales, porque lo que hay es un diálogo entre violencias que apela, finalmente, al reconocimiento-, y ¿cuál será la violencia legítima? Hasta hace poco condenábamos el actuar de encapuchados y avalábamos el ejercicio violento de las fuerzas policiales, pues estaban para defender el orden social. (...)

Artículo completo: 1 879 palabras.

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Javiera Cienfuegos

Profesora de la Escuela de Sociología de la UAHC.

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