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Cómo Donald Trump hizo ejecutar a Ghassem Soleimani

Clivaje estratégico en Washington

Al ordenar el asesinato del general iraní Ghassem Soleimani, comandante de la Fuerza Al-Qds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, el presidente Donald Trump sorprendió a un buen número de observadores. Aunque las tensiones se incubaban desde hacía tiempo en la región, nada dejaba presagiar un enfrentamiento cercano entre Estados Unidos e Irán, o entre Irán y las demás potencias del Golfo Pérsico. Al contrario: hay pruebas que indican que el general Soleimani se encontraba justamente en Bagdad para discutir con Arabia Saudita una solución de paz. Nadie es tan tonto para creer en las razones invocadas por la administración Trump, que pretende haber querido desmontar un ataque “inminente” contra las embajadas y las instalaciones militares estadounidenses en Irak y otras partes del Golfo. A falta de explicaciones válidas por parte del gobierno, los analistas sugirieron otras. Muchos evocan los patrones psicológicos del Presidente, su propensión a las reacciones bruscas e irracionales. Según algunos de ellos, temía encontrarse en un aprieto similar al del ataque, en 2012, a la Embajada de Estados Unidos en Benghazi, que le costó la vida al embajador J. Christopher Stevens y les dio a los miembros del Partido Republicano una excusa para atacar sin descanso a Hillary Clinton, por entonces, secretaria de Estado. Otros evocan su temor a parecer débil si no respondía a las provocaciones iraníes, en particular, el bombardeo a la refinería petrolera de Abqaiq, en septiembre de 2019 (1). Pero, aunque seguramente incidieron en la decisión de Trump, estos motivos no bastan.

Dos grupos de poder
Desde el inicio de su mandato, el Presidente impuso una distancia inédita con el aparato diplomático y securitario, al que no duda en criticar. No obstante, se encuentra rodeado por los altos responsables del Departamento de Estado, del Pentágono, de la Central Intelligence Agency (CIA), del National Security Council (NSC) y de otras agencias especializadas que lo mantienen informado sobre temas sensibles y preconizan acciones precisas. Todas estas instituciones buscan llegar a un acuerdo sobre numerosas cuestiones fundamentales (en particular, la necesidad de aumentar el presupuesto militar), pero están profundamente divididas en materia de estrategia general.

Se distinguen dos potentes grupos, y ambos tienen sus representantes en la Casa Blanca. Por una parte, están los que llamaremos “ideólogos”. Están convencidos de que Medio Oriente debe mantenerse como punto de mira de la planificación estratégica. Para ellos, Washington debe tomar la delantera y formar una coalición internacional para contener a Irán y, de ser posible, provocar la caída del régimen. Encabezado por el secretario de Estado Michael Pompeo y el vicepresidente Michael Pence, este grupo recibe el apoyo de personajes importantes del Congreso y la Casa Blanca, principalmente, el yerno y alto consejero del Presidente, Jared Kushner, cuya hostilidad manifiesta hacia el régimen iraní suele hacer eco a las opiniones de los dirigentes saudíes e israelíes. Por otra parte, está el bando de los “geopolíticos” que reúne a los responsables del ejército y de los servicios de inteligencia que ven en el apogeo de China el principal obstáculo para la estrategia estadounidense y juzgan preferible desplazar los recursos militares (...)

Artículo completo: 1 652 palabras.

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Michael T. Klare

Profesor Emérito en el Hampshire College, Amherst (Massachusetts), autor, entre otras obras, de All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change, Metropolitan Books, Nueva York, 2019.

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