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A propósito de la significación del movimiento estudiantil por Jaime Massardo

La movilización estudiantil que se ha iniciado en el mes de mayo en las principales ciudades de nuestro país ha tenido la virtud de colocar en el tapete de la discusión un problema fundamental: el Estado no satisface las necesidades de educación científica, tecnológica, artística y humanista de los chilenos.

La novedad, sin embargo, no está en el hecho mismo, cuya obviedad venía siendo constatada hace largo tiempo por la inmensa mayoría de nuestros compatriotas. Lo más importante de esta movilización consiste en la particularidad que ella ofrece desde el punto de vista de la consecución de las luchas sociales en Chile, por lo que debe examinarse en el marco de la evolución política local de estos últimos treinta y siete años: Esta evolución nos muestra que, desde el último tramo dictatorial, las élites entendieron que la intervención militar no podía asumir una forma permanente.

El disciplinamiento de la fuerza de trabajo implantado durante los años de la dictadura y el nuevo sistema de referencias articulado en torno al mercado facilitaron entonces un proyecto político-cultural que fue formando un sentido común que llevó a despolitizar (léase idiotizar) en gran medida a la sociedad chilena. Estimulado por la complicidad de los medios de comunicación fueron desplegándose durante estas casi cuatro décadas las características de este proyecto cuyos ejes se consideraron «naturales»: la educación pagada, la salud privatizada, el individualismo extremo, un nacionalismo vulgar, la disposición a aceptar que las decisiones las tome la élite mientras los demás chilenos contemplan, el repliegue del espacio público, la brutal concentración de la propiedad y del ingreso, la acumulación de riquezas en manos privadas, la permanente degradación de la situación de los trabajadores, la desigualdad y la discriminación entre chilenos, la banalidad de la clase política, la entrega de los recursos naturales al capital y la consiguiente amenaza al equilibrio ecológico pasaron a ser componentes de este sentido común que tardó décadas en cuestionarse a sí mismo, tan grande había sido la derrota del pueblo chileno tras septiembre de 1973.

Sin conexiones orgánicas con procesos culturales afines, atomizada por el efecto coercitivo de los años de represión, desmoralizada por la frustración de sus expectativas democráticas, desde los años 1990 la gran mayoría de la población chilena no parecía existir sino como consumidora y espectadora. El debilitamiento de las formas orgánicas de la cultura política de los trabajadores -sindicatos, agrupaciones populares, partidos…- contribuyó a facilitar esta autonegación de las potencialidades de la praxis.

La ausencia de referentes y de movimientos sociales estables y por lo tanto de vasos comunicantes entre la actividad social y la creación intelectual que conllevaba este gigantesco proceso de desagregación de la vida social característico de los años del postpinochetismo fue generando, además, un conjunto de nuevos intelectuales que, aislados del mundo popular, se comenzaron a pensar a sí mismos como «productores de sentido». Como producto de esta trahison des clercs, el rasgo determinante de este período refuerza precisamente esta internalización creciente de los valores y de las pautas de comportamiento de la élite por amplias capas de la población y de los propios trabajadores. El ejercicio de la política en estas condiciones, donde al control del aparato institucional del Estado por parte de la élite se suma al de los medios de comunicación, se viene transformando en la práctica de una libertad inofensiva.

La movilización estudiantil que surge en estos meses representa el quiebre de estas tendencias y en eso consiste su particularidad:

I) porque está representada por una nueva generación que no vivió el miedo a la dictadura y que a través de su creatividad, su disposición a la horizontalidad y su transparencia representa una nueva forma de práctica política.

II) porque ella tiene lugar en un nuevo contexto político. A diferencia de la experiencia «pingüina», no se produce al interior de la camisa de fuerza, del empantanamiento y de la dependencia del Estado de los gobiernos de los partidos del pospinochetismo.

III) porque viene generado una dinámica social que le da forma a una nueva subjetividad, mostrando la necesidad de un nuevo Chile, de una nueva República donde todos podamos vivir en mejores condiciones forjando un futuro construido por todos. De otra manera, que la lucha política por cambiar el sistema es posible y necesaria.

IV) porque el examen que el movimiento estudiantil ha realizado del sistema económico, social y político chileno muestra que la recuperación para nuestra sociedad por vías democráticas de la plusvalía de los negocios privados parece también posible y necesaria.

V) porque, junto a la presencia del problema ecológico y de otras reivindicaciones no menores, ha tenido la virtud de arrojar una nueva luz sobre las condiciones de desigualdad en que se viene desarrollando nuestra vida social en Chile.

VI) porque representa un ejemplo y un punto de articulación que nos permite la posibilidad de generar un movimiento de dimensión nacional capaz de articular las diferentes expresiones sociales y políticas que tengan por objetivo común una nueva sociedad.

VII) porque ha devuelto la alegría a la calle, al espacio público, recordándonos que el cambio social en beneficio de las grandes mayorías es y será siempre una fiesta.

VIII) porque nos ha recordado que Chile es un país rico cuya riqueza es distribuida con extrema desigualdad. Con ello, por primera vez en estos treinta y siete años el sentido común «naturalizado» por el mercado es puesto en cuestión…

Jaime Massardo. En la Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaíso, invierno 2011 jaime.massardo@uv.cl

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