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Cuando se quema la realidad. Por Ángel Saldomando

Las catástrofes son grandes reveladores sociales. Exponen vulnerabilidades sociales, ausencias estatales, debilidades institucionales y los comportamientos que acompañan. Toda una matriz de adaptaciones queda al descubierto hasta que todo se rompe a causa de un evento excepcional de la naturaleza o provocado por el hombre. Huracanes, terremotos, incendios destruyen la vitrina que ocultaban las rutinas de una situación critica. El incendio de Valparaíso causa dolor pero también indignación e impotencia, porque a través del drama humano aparece lo que se sabía y se disimulaba. Es sorprendente la cantidad de opinadores que sufren ahora un verdadero síndrome de revelación cuando bastaba abrir los ojos.

Valparaíso como ciudad puerto y región es una zona siniestrada desde hace mucho tiempo, destruida su base social y productiva en los primeros años de la dictadura, cambió su composición y organización territorial. Parte importante de los sectores tradicionales de trabajadores y empleados se exiliaron en el interior, en la capital y en el extranjero. Valparaíso posee probablemente la tasa de exilio económico más alta del país junto con las del desempleo.

Pero la nueva capa de habitantes pobres y desempleados, junto con el crecimiento de la población, se arrimó en un relevo caótico en los 80. Las zonas bajas y planas, investidas luego por las inmobiliarias, ordenaron el espacio según la capacidad de pago en el futuro paraíso turístico. Hacia arriba y cada vez mas lejos se arrinconaron los pobres que rodean Valparaíso y Viña del Mar alto. Asi no sólo se instaló la pobreza precaria, también zonas de marginalidad, delincuencia y tráfico de drogas al menudeo.

Valparaíso naufragó como ciudad y el mosaico que resulta es inmanejable desde una racionalidad urbana y social integrada y equitable. Valparaíso dejó de ser viable hace mucho tiempo. Las nostálgica imágenes vendidas en tarjetas postales para turistas no corresponden a la realidad y al embate especulativo, cuya arma adicional ha sido entre otras, hay que decirlo, el incendio criminal.

Esta vez puede ser un accidente fatal pero nada cambiará la histórica trágica si esta no modifica su rumbo. En esta historia los actores de la ciudad y de la región no tienen el espacio y el poder de incidir. Las turbulencias del proyecto centro comercial barón en el borde costero atestiguan de ello.

El caso de Valparaíso expone no sólo el drama acumulado, que se reproduce con sus especificidades en otras regiones, interroga además como se tomarán las decisiones y cuales serán ellas. La urgencia, de treinta a noventa días según la experiencia internacional, se combina con reconstrucción de dos a cinco años; a veces más hasta diez. Pero la autoconstrucción y las inercias locales, dinámicas ya instaladas, pueden volver la situación a fojas cero. La presidente ha hablado de reconstrucción con un plan maestro, ello pasa por poner a sus habitantes al centro de un debate sobre el proceso de re-construcción delineado por algún tipo de perspectiva social y económica de nivel regional. ¿De que vivirá la gente como para que tenga un incentivo de reubicación?

La región está tensionada entre un interior densamente poblado, problemas de agua y uso de la tierra, el agotamiento del borde costero y el encarecimiento especulativo de los terrenos por la cercanía de la capital y el turismo. Es probable que en esas condiciones, sin un replanteamiento drástico de la configuración regional, todo siga igual. El incendio de Valparaíso es sólo excepcional por su magnitud, en el tiempo en la región hay muchos episodios. Hace poco el fuego logró ser bloqueado a una centenar de metros de la casa de un familiar en el interior de Villa Alemana. Cadenas humanas y trabajo voluntario han sido frecuentes. Por ello todo parece un amargo “ya vivido”.

Detrás de la realidad quemada aparece la enorme fragilidad de un país que debe asumir ahora el territorio como un espacio de vulnerabilidad y riesgo. La lista de descubrimientos que hacen cotidianamente los habitantes sobre el agua, la contaminación, la captura del suelo por inmobiliarias y mineras, la impunidad del capital y la ausencia de estado, para ordenar el territorio y la sociedad, interpelan una cuestión de fondo: que tipo de país queremos.

La respuesta es una cadena larga que tiene un eslabón en Valparaíso y otros en Magallanes, Aysén, Freirina, Huasco, por citar algunos. Valparaíso provoca una movilización solidaria, más allá de la respuesta oficial, es un síntoma de un remezón en la conciencia que no siempre ha existido con otras zonas del país, esperemos que se extienda.

Hay más Valparaíso esperando su turno.

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