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Cuarenta y cinco años y un día. Por Milo Carrasco

13 de septiembre y Clarissa Hardy en Cooperativa, elocuentemente, vincula los cinco lesionados de Carabineros por molotovs con “la violencia de nuestra sociedad” más que con los hechos del 11 de Septiembre, conmemoración que califica de una de las más tranquilas de la historia contemporánea de nuestro país. Si miro como quiero, sí, tranquilísima.

Quiero hablar tanto de lo que les pasó hace tantos años, como de lo que nos pasó anteayer, y de lo que me pasó caminando por Concepción con mi papá la mañana de este 11.

Primero, y por sacar la bala, periodísticamente, la romería memorial en la U. de C. desembocó en una marcha multitudinaria desde Plaza Perú escoltada por la policía, que culminó en la misma catedral que escondió a nuestras madres de los milicos. A ese espacio de memoria, de intervenciones impecables de las representantes de la FEC y FESEC (cabrían acá las autoconvocadas si la primera en hablar no hubiese gritado tanto, me distrajo de cuanto dijo, a pesar de que cuanto dijo fue maravilloso. Punto aparte para la última compañera en hablar, todo mi respeto y admiración, cuantas veces no he fantaseado con subir al escenario a pedir bajar las banderas del PC). Y porque el mundo es mundo, llegó el grupo de la marcha convocada en 21 de Mayo, armados con tubos de pvc, invitando a pelear a su lado. Compañerx, con un tubo de PVC no me llama ni a prender un cigarrillo, sepa usted. La invitación no logró más que incomodar, interrumpir la performance de dos compañeras (una durísima, de hecho) y fragmentar el espacio. Pues claro, muches salieron corriendo desde el grupo que estaba frente a la catedral, si a un niñe invitas a jugar, apenas vea la puerta abierta irá a jugar. Pero ahí, frente a la catedral, ni las policías querían pelear. En mi opinión, el pueblo, de nuevo, se maltrató a si mismo usando de objeto a las policías.

La juventud de izquierda ha cargado, sin ninguna vinculación presencial con les víctimes de la violencia de estado, con una tremenda mochila de dolores, rabias e impotencias que nos suponen la memoria, quizás porque en nuestro sector es donde la memoria es un algo, que se ejercita, se valora y se duele. Mataron a les nuestres, no olvidar. Por otro lado, la juventud de derecha hoy se cuadra con el gremialismo, con nacionalismos y conservadurismos en el ejercicio, precisamente, de la no memoria, del no recordar que son esos anti-valores los que se enarbolaron para matarnos a nosotres.

Esta memoria, sin embargo, ha sido de rostros e historias, de relatos del momento de la detención o ejecución, o de las atrocidades que les psicópatas se permitieron desde el Estado. He leído extensos detalles sobre rutinas de tortura llevadas a cabo por los aparatos de represión, sin embargo, todo cuanto se de los valores que les hicieron enemigues de Estado, lo se por mi familia. No ha habido un sólo ejercicio de memoria que se base, siquiera, en rescatar (por no reivindicar) los postulados ideológicos de la resistencia a la inserción del modelo neoliberal que se instaló en nuestro territorio, lo cual habla de una pertinencia y vigencia absolutas en el hoy. El modelo está vigente, las formas y sustentos de la resistencia están perdidos, olvidados tras las fotos de carné en blanco y negro acompañadas del relato de esa tarde lluviosa en que un paco de 19 años le disparó en la nariz.

Estamos inundados de las formas en que se reprimió en dictadura, bombardeados con imágenes del tránsito de las personas y cuanto sabemos de su pensar, de sus sentir, de su creer, de su resistir simbólico lo sabemos de forma informal, como ocurre con les vencides.

Y en el no conocer inventamos, e inventamos tan mal. Honramos la memoria de les caídes en manos de aparatos del estado poniéndonos en las mismas manos, maltratándonos autónomamente con las extremidades plásticas, nos azotamos contra los chorros de agua, nos inundamos de polvo tóxico, pincoyas de Barros con Pinto bailamos entre olas de agua con propiedades abortivas y neurotóxicas, porque no nos importa más que el estar ahí. Tal vez, ni sepamos para que estamos ahí, es el estar ahí lo que motiva, el rush de adrenalina, el recuerdo antes de dormir de la piedra que le achunté a un elefante metálico justo antes de que siete pacxs me empezaran a pegar combos en las pechugas, o ese paco guatón me pateara en las bolas, o esa tarde que pasé en la comi comiéndome “conshetumare’s” mientras les cabres gremiales diseñaban la campaña pa’la FEC del otro año.

Y esa tarde, les cabres gremiales decían que había un contexto, que a mi mamá le patearon la quijada con botas punta de fierro porque Salvador había desestabilizado la economía, que no era constitucional una escuela para todes les niñes asique se evitó el desastre a golpes de electricidad en los genitales, y que esa cabra que se violaron con perros sabía lo que le iba a pasar si seguía haciendo tonteras. Esa misma tarde, mis abueles lloraban al lado del fuego a les amigues que no vieron más, y cuyas torturas y muertes después la prensa y los partidos se encargaron de difundir tan detalladamente como se pudiera. Que si fue con corriente, o a “tabla marina”, o sólo a patadas que le castigaron por decir lo que decía, pero ¿que decían? Les compañeres comunistas movían felices, y hasta fetichoides, sus banderitas el once afuera de la catedral, y repetían tras ser aludidos por la majestuosa interpelación de una autoconvocada que “los muertos también tenían militancia”, frasecita jodida que busca ponerse fichas al lado del tablero, “ a mi me mataron tres más que a tí, ya ni hablo de lo que elles decían, pero ahí están, alábeme por mi bandera”, pero ¿que decían? ¿les olvidamos a elles y sus discursos? ¿les omnibuló, compañeres, la oficina en la Secreduc, y les atarearon tanto que no tuvieron un tiempito para pedir verdad por sus muertes?

Y, por cerrar, que ya me duele el alma, una rogativa. Si no nos preocupamos de poner un interlocutor decente en el Estado, no esperemos tener interlocuciones decentes con el Estado. Con un gobierno de corte “comando jungla” o “nuestrxs votantes deben éticamente devolver los bonos” de cuarenta lucas cada seis meses porque “no son comunistas, y a los comunistas les gusta lo regalado”, no vale la pena ni salir a la calle. ¿Realmente esperan que entiendan nuestros lienzos? Nuestro lenguaje es otro, el de la humanidad, el del dolor, el de la justicia, no es el suyo. No podemos hablar de reivindicaciones sociales con la eterna cúspide del organigrama de castas de nuestra sociedad, por imposibilidades simbólicas. Puede que tengan la voluntad (nop), pero su lenguaje es otro.

Perdemos nuestro tiempo, y lo llevamos perdiendo desde que no nos comprometimos tras una opción de administración pública que no hubiese administrado ya el modelo heredado de la dictadura. No veo en poner a la misma casta que administró la dictadura en el gobierno otra cosa que el fetiche de pelear con un gobierno autoritario. Por omisión, en la “izquierda” no votante, por falta de memoria en la “izquierda en la medida de lo posible” y por falta de fuerza en la izquierda un poco menos desmemoriada.

¿Nuestro mejor homenaje será la victoria? ¿Cual, si no sabemos siquiera a que punto físico de la ciudad queremos avanzar cuando nos enfrentamos a las policías? ¿cual victoria, si pedimos la represión haciendo barricadas inútiles, en calles ya cortadas, sin civiles que puedan verlas y conmoverse?

Nuestro homenaje está siendo embestir sin éxito la represión en una versión para niñes, para les niñes que nacimos de todes les que no pudieron matar.

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