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Delincuencia, inseguridad, dispersión comunitaria y emergencia de nuevos mercados. Por Marco Silva Cornejo

“A Manuel Najera, con afecto habanero”

La delincuencia ha sido un tema recurrente en el discurso de la minuta pública y política durante los últimos 25 años. Las diferentes agendas de la administración pública han erigido a la alteridad delictiva como el enemigo público número uno de la seguridad y la paz social lograda en la máxima de nuestro ortopédico avance hacia el desarrollo, abrazados a la promesa neoliberalizante de la cultura y la economía bajo la premisa del progreso y el crecimiento.

La dispersión de los espacios comunitarios y colectivos, el desborde sistemático hacia el individuo, el tránsito de lo público al mercado y la consecuente sustitución del ciudadano por el consumidor, han impactado de manera profunda la matriz de construcción sobre la que se yergue la cultura nacional. El debilitamiento de los imaginarios colectivos, agudizados en la fase de asentamiento del neoliberalismo en Chile, en el contexto de los gobiernos transicionales, hace que se hayan impactado y subvertido sentidos y construcciones que hasta la década del ochenta eran parte de la cultura nacional.

Chile, de la mano de la Concertación y sus políticas de continuidad económica heredadas por la Dictadura, generó un efecto en donde el concepto de seguridad pasó de estar habitado en el espacio de la horizontalidad pública, para situarse en la verticalidad del individuo. De esta manera, la idea de una seguridad como garantía con consecuente correlato social y comunitario, ceden espacio a la construcción de una verticalidad excluyente y aislante, fundada en el culto del individuo por proteger su propiedad y pertenencias, la figura del muro, el portón con caseta de guardia y los sistemas de vigilancia continua, son la máxima expresión de una matriz cultural hegemonizada por el discurso del mercado, la competencia y el logro objetivado en la adquisición de bienes.

La vía chilena al neoliberalismo nos instala el espejismo de la delincuencia como miedo fundante sobre una inseguridad que deposita su ansiedad en la pérdida de la propiedad y los bienes, obnubilando el contexto de incertidumbres y precariedades sobre las que se va organizando y desarrollando el complejo entramado institucional y social de la República.

Se observa que de manera complementaria al fantasma de la ansiedad por la pérdida de la propiedad, el moldeo también trabaja de manera latente y profunda sobre la agudización altamente especializada de deconstrucción de la alteridad, pues el miedo y la inseguridad son en relación a ese otro excluido que pretende tomar de manera violenta y delictiva lo que el individuo legítimamente he ganado en la competencia por el exitismo de la inclusión y el progreso. La delincuencia es un problema, porque transgrede la consagración de la propiedad y afecta al individuo.

La respuesta del modelo económico frente a esta nueva alteración de sentidos que ha logrado instalar, no se hace esperar, surge entonces el mercado de la seguridad, cuya oferta es diversa en tecnologías y medios de control social. La máxima es proteger la propiedad de aquel que ha construido un camino alterno en la competencia por la generación de riquezas.

La delincuencia callejera, juvenil y marginal es la cara alterna y depreciable de un modelo que ha sembrado en sus dispositivos valóricos fundamentales el “todo vale” como mecanismo de producción de la riqueza. La evidencia nos señala que los grupos económicos dominantes y las elites políticas son parte de un lucrativo e ilegal mecanismo para generar su perpetuación en el poder, así como para desarrollar legislaciones que se pongan al servicio de la reproducción de su riqueza.

No es casual que cuando el poder político y económico es desenmascarado en su quehacer al otro lado de ley y el desprecio social se agudiza en las encuestas, emerjan nuevamente los rostros del lado “B” en los noticieros, un esfuerzo consciente y perverso por criminalizar el lugar del excluido, por instalar al joven poblacional como el enemigo público número uno. Cuando en verdad, toda la evidencia indica que la delincuencia genera ganancias, que hay nuevos nichos de consumidores en la incertidumbre de la inseguridad y el miedo, que los mercados son capaces de adaptarse de manera flexible a las demandas y ofertas, que la pirámide social que nos devora la pensaron los Chicago Boys, pero la perpetuaron los gobernantes y empresarios de los últimos treinta años haciendo un ejercicio cómplice que muchas veces juega al otro lado de la ley para perpetuarse.

Desde una perspectiva crítica, el máximo generador de procesos delictivos es el mercado y su desregulación en sistemas como el nuestro, nuestra mejor herramienta para resistirlo y denunciarlo es la reconstrucción y el fortalecimiento comunitario, para acumular fuerzas que permitan su transformación y decir no al realismo sin renuncia que nos venden los que gobiernan y lucran al mismo tiempo, pues la crónica cotidiana nos muestra de manera constante que la delincuencia y la pillería son formas legítimas transversales y que su uso es pan de cada día de las elites gobernantes.

Marco Silva Cornejo
Mg Ciencias Sociales Aplicadas © Mg. Psicología Comunitaria UFRO

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