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Descripción: Alejandra y Juan - Poesía en movimiento por Víctor E. González

Movimientos Sociales en América Latina Profesora, Diana Gómez Pérez Escuela Latinoamericana de Postgrado, ELAP Universidad de Arte y Ciencias Sociales, ARCIS

Ensayo

Alejandra y Juan

Poesía en movimiento

Víctor E. González Carrera Magíster en Sociología ELAP / ARCIS Agosto 2011

“Las piedras no ofenden: nada codician. Tan sólo piden amor a todos, y piden amor aun a la Nada…”

“Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades…”

“Juan Preciado, que ha llegado a un pueblo sin ruidos y que oye sus pisadas sobre las piedras redondas con que están empedradas las calles… Sus pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol de la tarde…”

Verso primero…

En el presente ensayo intentaré hallar una línea de tiempo, una serie de huellas indelebles, leves, serenas que intenten formar ese Verso primero al modo de un murmullo de muchos, al modo de la voz que viene desde hace historias y memorias infatigables.

Ensayaré algunas nociones sobre “poetas, pueblos, movimientos sociales”; hablaremos desde la poesía, en sus ritmos y cantos para asombrarnos ante los muchos, los mas que bajan de los cerros, los que recorren llanos y llanuras, los que se citan en las esquinas…. Aquellos que habitan en las páginas de la historia y que –de vez en cuando- se desbordan sin fin por la geografía del continente…

En la antigüedad el universo tenía forma y centro; un dibujo cíclico de cada parte formando el todo; las leyes, las obras, los silencios, las sombras, los pasos, las huellas, los vientres. El poema anidado allí gestaba entonces oraciones, cantos, bailes; proclamaba pueblos, civilizaciones, misterios. El gran cosmos dictaba sus tiempos en la vida simple de los seres. Allí habitaban los dioses, los del amanecer y la noche, los del mar y los ríos, los de la lluvia y la primavera; todos ahí convocados, en la tormenta infinita o el sol destellante en medio de los templos…

El tiempo memorial es aquél que habló de ciudades, barrios, caseríos, lugares sempiternos… catedrales ancestrales, casas clandestinas, poetas y astrónomos cautivando universos, estrellas, llantos infantiles, sueños. Desde sus balcones perennes era posible seguir el día, ser al modo del mundo los mundos; allí todo convergía en sombras solemnes, mágicas. Todo era coral, multitudinario en un crepúsculo sereno de amantes y amores proscritos. Todos los puntos cardinales en el centro de una plaza; la totalidad de la existencia entre pasillos y puertas multiplicadas en umbrales y geometrías. No siempre el tiempo fue este tiempo, hubo otros, muchos, varios, infinitos; hubo tiempos del fuego, de la piedra, de los cristales y sus reflejos. Tiempos del hierro, de las sombras conjuradas por los sueños. Tiempo de marchas y marchantes, de batallas hermosas y sublimes, de amores peregrinos y rebeldes… Las voces convocadas, aquellas tantas veces desterradas del habla, del verso y la proclama estarán representadas en el susurro noble de Alejandra Pizarnik y en la voz sencilla y profunda de Juan Rulfo, será un dialogo entre versos, un collage de rostros y huellas que conformen la gran esperanza de los pueblos. El esfuerzo académico está trazado en la idea de “transitar” desde los llamados movimientos sociales a los movimientos populares de América Latina.

La idea es que, encontramos más identidad e historia en la literatura y poesía de estos autores señalados que en aquellos intentos socio-historicistas que se debaten entre el devenir de lo nuevo y los paisajes ancestrales omitidos en favor de la cientifización de la vida.

Consideremos las siguientes palabras a modo de reflexión: “El problema primero del historiador es saber si ha de ocuparse de lo recordado o, por el contrario, interrogar a los grandes silencios y las extensas amnesias del tiempo… En primer lugar, entonces, el saber histórico es una interpelación interior a la especie humana, es el trabajo de unos hombres que investigan el trabajo de otros hombres y creen poder entenderlo porque, justamente, es factum humano. La historia no es el cumplimiento de una ley divina ni de una fatalidad natural. Por eso no hay verdad histórica, sino certeza, y la certeza es menos que la verdad, porque tiene menos alcance epistemológico (objetivo, si se quiere) pero es más que la verdad, porque funciona como estimulo para la acción… Tener certezas es valorar y escoger…”

Entonces será la certeza del verso, la certeza de la palabra “palabra” que acontezca en cada paso, en toda memoria, en aquellos imborrables tiempos de los pueblos… Esta vorágine de imágenes que se dibujan en palabras apenas susurradas son mi intento por contrariar la “ciencia” que establece “modos”, “sentidos”, “actos” y “estructuras” a los movimientos sociales que devienen en movimiento popular, sujeto, actor social, pueblo trashumante de la vida siempre altivo, alerta, dispuesto en ese rito que lo destella en medio de la nada… Los –así llamados- Movimientos sociales en América Latina encarnan y expresan –cabalmente- la utopía; esa porfía tenaz que revela rostros de pueblo y poemas iracundos en todas sus huellas…

Se va tejiendo la trama, se va conjurando la historia para gestar, finalmente, este tiempo lejano, preñado de revueltas y rebeliones que conforman los rostros morenos de una tierra magnifica.

Aún destellan los soles infatigables sobre las ciudades eternas; el trinar de las aves del Paraíso, los celotes transparentes, las huellas indelebles de los caminantes y sus caminos…

El poeta está a las ordenes de su noche

Los pueblos semejan a veces la noche, se guardan en silencios y esperas, parece que duermen, y a veces duermen. Comala, pueblo rulfiano habitado de sueños y esperanzas, dibujado en piedra, huellas, riscos que desafían el sol y al viento está a la orden de los que aguardan, allí memoria, presente y futuro forjan una historia Pensemos lo siguiente, pensemos una posibilidad primera de un sueño, pensemos que los pueblos transitan esos sueños, pensemos que “el sueño es la condición primera de esa posibilidad de imaginación” Entonces sus ritmos acontecerían en ciclos y mareas, sus rasgos estarían dibujados por multitudes, caseríos, barrios, aldeas, ciudades invisibles habitadas por seres mágicos o de fabula. Esta idea, delirante por cierto, posibilita imaginar otros tiempos, incentiva la idea iracunda que proclama libertades y justicias. Algo de esto es lo que encontramos en las palabras de Juan (Rulfo) cuando él describe, despliega y desborda los márgenes de toda página con sus callejuelas empolvadas, cuando ve aquello que nadie más ve: pueblos, seres, épicas batallas, irrenunciables utopías que en el crepúsculo de cada día reverdecen hasta en ese “llano en llamas”… Por otro lado, en otras texturas, oníricas, estremecedoras, Alejandra (Pizarnik) va desnudando pasos, gotas de agua, lagrimas sempiternas; ella leve al modo de los murmullos en el campo, nos regala igualmente rostros y siluetas de pueblos embellecidos en poemas desafiantes y dignos. Lo imaginario en Pizarnik anuncia y anticipa una trascendencia, nuevamente el yo (soy) convertido en nosotros (somos) va reclamando ese lugar primigenio, unívoco al decir de Octavio Paz cuando describe los tiempos de los pueblos en el despertar del mundo: “El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto y quedo frente a ti, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente contra invisibles huestes. ”

Pero lo imaginario se anuncia como una trascendencia, se desnuda de todo sentido para reinventarse en cada silaba, en toda letra desparramada en clandestinas hojas que, encerradas en prisiones altaneras, porfían en los sueños que desvelan toda luz… Es aquí donde Pizarnik semeja una caricia, imita susurros y llantos ancestrales; aquí en donde los caminos se cruzan y se abrazan en una sola posibilidad de redención. La poesía teje de este modo la proclama de las multitudes, lo hace identificando a cada sujeto en su ser primero. Antes de la palabra aconteció un rayo, una luz relampagueante que despertó a los pueblos en su travesía temeraria. “Hay, en la espera, un rumor a lila rompiéndose. Y hay, cuando viene el día, una partición de sol en pequeños soles negros. Y cuando es de noche, siempre, una tribu de palabras mutiladas busca asilo en mi garganta para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio” Imaginar no es pues tanto una conducta que concierne al otro y lo encara cuanto una semipresencia sobre un fondo esencial de ausencia. Es más bien encararse uno mismo como sentido absoluto del mundo, encararse como movimiento de una libertad que se hace mundo y se ancla finalmente en este mundo como su destino. A través de lo que imagina, la conciencia encara pues el movimiento originario que se desvela en el sueño. Soñar no es pues un modo especialmente fuerte y vivo de imaginar. Por el contrario, imaginar es encararse uno mismo en el momento del sueño; es soñarse soñando… Podemos entonces acompañar esta travesía, hacernos parte de este viaje tan pleno de incertidumbre; extraviar los pasos, confundir lo posible con aquello inimaginable. Los sueños aquí conjugan todo verbo, alivian toda tristeza, revelan toda sombra en asombros multicolores que van conformando ese collage multitudinario. Así entonces los movimientos trascienden sus propios silencios, se desbordan, se agitan, se embellecen con sus juegos y ritos necesarios. ¿Podemos a caso imaginar un verso sin pueblo? Juan habita las piedras en Comala y Comala habita nuestras piedras, en todo rincón de América, allí donde el sol se fatiga de fuego abrasador; donde las huellas tejen caminos infinitos, Juan habla, dice, canta, reclama, combate la posibilidad de olvido narrándonos la historia porvenir.

La poesía sucede así multiforme, lenguaje perenne desvelando a los que marchan, a los que se convocan clandestinamente, a los que en un abrazo amante muerden el último beso antes de la última batalla. El sueño en su trascendencia, y por su trascendencia, es poesía, verso, palabra, signo, significante, significado, promesa, lecho, fuego, barricada, proclama, consigna, multitud…

El sueño-poesía proyecta hacia un mundo que se constituye como el lugar de su historia; el sueño desvela, en su principio, esta ambigüedad del mundo que designa a la vez la existencia que se proyecta en él y se perfila con su experiencia según la forma de la objetividad. Rompiendo con esta objetividad que fascina a la conciencia vigilante y restituyendo al sujeto humano su libertad radical, el sueño desvela paradójicamente el movimiento de la libertad hacia el mundo, el punto original a partir del cual la libertad se hace mundo…

Otra arista del verso-poema que narra en voz de movimiento social y/o popular aquello que serpentea la historia, vuelve la poesía un acto social, un clamor, una protesta. Una iracunda verdad que se arroja temeraria contra las bestias. Encerrados en sus laberintos pétreos, poetas y poetisas al decir pueblos y pobladores, han escrito en las murallas otros fragmentos:

“Cargados de relámpagos, navajas, ambulancias, sobre una soledad de evacuación, distante, pasan rozando las últimas veletas, de enloquecidos gallos ciegos y silenciosos, pasan sobre negocios llenos de nadie buscando un hospital y el corazón de un niño. Son los obuses. Yo vi el árbol desnudo, el foco abierto, la reventada piedra, el vidrio herido, la sangre todavía como no se ve nunca en los museos ni en los teatros. Son los obuses. Son las panteras del aire vomitadas que vienen de la selva de acero y pólvora amarilla, la muerte hecha pedazos buscando la inocencia.”

Aquí habitan los pueblos y sus movimientos, aquí acontece la historia como porfiado futuro, aquí lo cotidiano adquiere cualidad cósmica, elegiaca, desgarradora a ratos y prometedora en otros. La poesía dibujada en los muros de la ciudad con ese verso tan pleno y generoso, tan breve en palabras y tan trascendental en sus sentidos: “Otro mundo es posible”. Fragmentos como estos indican que algo se exalta en medio de la noche, algo enternecedor al modo de la lluvia, las risas, el llanto que antecede a los reencuentros… Aquí están los himnos, las añoradas canciones que conforman el coro de los muchos marchando con sus banderas y razones añosas de otoños…

Voz de Alejandra…

Las siguientes líneas intentan una experiencia singular, visitar el espíritu de una poetisa, de una mujer, de un ser que al decir de muchos, era un ser mágico. La poesía de Alejandra Pizarnik se trata del discurso del delirio. Un exceso del orden de la pasión, que lleva a un fuera de sí, se desencadena en la proliferación y se suspende en la muerte… Todo en ella resulta exuberante, monumental en el sentido de lo inédito y expectante; cada palabra conjugada lleva ese hálito de paz que convierte a los pueblos en gigantes productores de sueños. Quizás toda poesía esté preñada de pueblo y todo pueblo esté parido de poesía… En Alejandra esto resulta delicado, generoso, abundante como la vida que la desborda en sus silencios y esperas.

Al decir de Delfina Muschietti, hablando de Juanele y Pizarnik: “La idea del exceso se encuentra en la trama de ciertas lecturas que han impresionado por su superficie de contacto: El erotismo de Bataille, La historia de la locura de Foucault, El pensamiento y lo moviente de Bergson. Ahora la vuelvo a encontrar en la literatura mientras leo alternadamente la poesía de Juanele y la de Alejandra: un exceso de fuerza que se expande en movimientos contrarios. Si en el caso de Juanele estamos frente a un cuerpo expuesto a la “pesadilla de la luz”, a una intensa percepción del afuera que desemboca en la pérdida de sí en el fluido fantasmal de la materia, en el caso de Alejandra, la obsesión está en la noche, y el fugaz contacto con el paisaje es aprisionado en un efecto de arrastre hacia adentro; la percepción se arremolina frente a la figura fantasmática del cuerpo inerte, melancólico…”

Un ejemplo de esto encontramos en estos versos: “Todo cerrado y el viento adentro: Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades…” En Extracción de la piedra de la locura (1968) se sigue la secuencia de breves poemas que se presentan oscuramente como el inicio de un relato suspendido; en realidad, el regreso circular a un acontecimiento que precipita a la que habla (“cantora nocturna”, “linterna sorda”) en el exilio, el espacio de la noche-cripta que como Kafka se confunde con la escritura.

Desde allí, prisión o jaula, se pierde el contacto con el afuera o el afuera aparece arrastrado hacia la que tiene los ojos cerrados: “llovió adentro de la madrugada”, “La infancia implora desde mis noches de cripta” .

La noche-cripta abovedada espera guarda los versos que trazan urgentes reclamos en las paredes; toda prisión acontece en silencio, luego la memoria recompone sus promesas. Los pueblos se reinventan en las esquinas clandestinas del tiempo, pedazos del todo dispuestos sobre la mesa, pasan los meses, los años, las horas del amor olvidadas tras las rejas. Pero los pueblos destellan, cabalgan, recorren llanos y llanuras con sus versos y besos…

Si hay muros, paredes y puertas cerradas, allí se da también el espacio de la lucha: entrar o salir, el forcejeo con la nueva sombra… “Veo crecer hasta mis ojos figuras de silencio y desesperadas. Mis ojos como un umbral” hasta donde se desenvuelven las cosas afantasmadas; es la ceguera de un antiguo lugar (no-lugar) que fue martillado y no tiene luz. A penas una rendija, un pequeño orificio por donde los grillos se asoman; delirio infinito, iracunda verdad que quedas lejos.

En la noche-cripta, la voz es atravesada por la voz de los otros, los muchos, los imaginados que marchan (Alejandra dice: “las otras; insistencia llamativa en el plural femenino (damas solitarias)” Allí no se es porque la propia voz ha sido expropiada y aparece para sí misma como un canto lejano. Es la voz de aquella niña-joven animal (la “misteriosa autónoma” del poema Nuit du coeur), que ha sido arrasada y que constituye el verdadero lugar desde donde se puede renacer al contacto con el mundo: “He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz”

Aquí, de este modo, la pequeña voz en su pequeño cuerpo reitera una y otra vez el acontecimiento y se encuentra frente al silencio como muro. El silencio muro-rendija tiene precisamente ese carácter doble, ambivalente: es el tabique de la cripta, el lugar de la muerte, y la posibilidad de hablar, de prestar el oído al viento. En el primer sentido, el silencio corre pegado al lenguaje como institución: “Cuando a la casa del lenguaje se le vuelan los tejados y las palabras no guarecen, yo hablo” . El lenguaje, entonces, como casa debe perder su techo y no guarecer; esto es, transformarse en guarida, único lugar del habla para la misteriosa autónoma, libre, desbocada animal. Allí es posible decir loba como yo …

Alejandra se va trascendiendo en sí misma, se va fugando de la fuga que la reclama ser y sentimiento. Toda poesía acontece de pueblo y todo pueblo se acontece de poema. Están dispuestas las paredes, los trazos, las caligrafías que dibujaran los nuevos tiempos. Aquí está la arriesgada apuesta del silencio y los susurros, ser no siendo, estar no estando… Del mismo modo los movimientos sociales se van trascendiendo, se van convocando de memorias e historias; están cuando no están, habitan aquel lugar secreto de los seres secretos; sus calles, sus senderos plenos de lluvias; descienden montañas, habitan bosques, se acurrucan en los caseríos olvidados. Sin embargo hablan la lengua del poema o descifran la poesía de lo cotidiano. Ese sentido simple del hacer, ese posible acto de valentía o de humildad. Aquellos que dictan las normas del saber pedagogizado no saben de huellas, signos, indicios indelebles que surcan la piel así como dibujan nuevas auroras.

La proclama de Alejandra constituye un movimiento continuo de seres insólitos por su belleza, de este modo abre rendijas en la bóveda-cripta sólo con su mirada; el silencio aliado de los sueños e imaginaciones, acontece en cada paso, la muerte es siempre una promesa de restauración de la vida, una continuidad de los parques que verdecidos se suceden al modo de los llanos.

Alejandra lo expresa de este modo: “La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante” ; se dice: es el canto de las sirenas que resuelve en descanso, en melancolía del cuerpo inerte, aquello que debe resistir en la lucha. Por eso, el cuerpo enajenado se convierte en objeto para los otros; la que habla no mira, es mirada o cantada o hablada. Los que resisten desnudos danzantes bajo la lluvia recomponen la historia contada. Son más, son muchos, son todos agitados y delirantes seres abrazando la promesa libre y libertaria. Un poema, una poesía, un poeta, poetisas descalzas como Alejandra; los movimientos populares cantan, ríen, lloran, aman, sollozan, luchan… En “Sortilegios”, nuestra poetisa posa la mirada de los otros en su mirada para en ese acto –no lucido- multiplicar los ojos del silencio abarcándolo todo, más allá de los cuerpos, de las formas, de las materias. Esta fuerza del delirio convierte a la poesía en subversiva eterna, rebelde inclaudicable, en fustigadora de la infamia. Alejandra lo escribe casi como un susurro con su tristeza de niña: “…vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río”… “y yo me quedo como rehén en perpetua posesión” Pero aquí, en “Sortilegios”, la sangre –como silencio- corre doblemente. La vida reclamándose más allá de lo posible, la muerte acosándola más allá de lo imaginable, doble juego del mismo tiempo. Promesa, proclama, primigenia voz de los desposeídos. El verso intenta entonces traspasar los muros del poder así como los muchos reconfiguran sus historias. El cuerpo social del poema se despliega sin miramientos, avanza de un modo temerario, a ratos insolente pero siempre pulsional, latente. El lenguaje del poema se debate entre posibles restituciones de la vida o la sentencia implacable de la muerte; no hay alternativas, sólo podemos acudir a la cita así como el verso asiste a la imaginación. Pizarnik nos arrastra a la vez que nos convoca a ese rito ancestral de vida-muerte como orillas de un camino que hemos de transitar a tientas. Aquí, el no-lugar del sujeto es el lugar de los sueños… por ahí pasa la posibilidad de emprender viejas batallas armados de luz de poesía. Es necesario entonces reconocer que hay una recomposición de la trama; los de ayer deambulan junto a los de hoy y ambos recorren la vieja historia. El cuerpo –social- borrado por las retóricas incesantes reemerge voz, canto, abrazo, baile, tal vez consigna o rayado en la pared.

Prestemos atención a estos versos: “Yo estaba desnuda y llevaba un sombrero / con flores y arrastraba mi cadáver también desnudo / y con un sombrero de hojas secas…” El poema habla de la misma acción y de un umbral, muro, tabique, espejo que divide en simetría al cuerpo vivo del cuerpo muerto. Quizá fuera posible hacer estallar el espejo-tabique que solidifica la mirada que se tiende al exterior: y contra aquél choca y se refracta en esa presencia muda que devuelve a los sueños en ese juego infatigable de sombras y luces. Recuperar el cuerpo entero, el movimiento del cuerpo que escapa a todo control, que se esfuma entre nieblas, que se derrama latido, emoción; el cuerpo del puro deseo, será la empresa señalada ya como imposible desde la misma escritura: “y siempre el jardín de lilas del otro lado del río” . La escritura, la poesía como única vía posible para resistir al exilio. Por eso se teme al amanecer (“en pequeñas canciones / miedosas del alba” ); porque en ese instante empieza el desvelo de la luz natural, cuando aún no ha sido posible lograr el destello en la pura noche. Por eso, “El sol, el poema” como título de un texto en travesía hacia “el agua natal”. En Pizarnik, el exceso está del lado de una obsesión: “El misterio soleado de las voces / En el parque. Oh tan antiguo…”

Arturo Carrera vio la escritura de Pizarnik como una constelación en la noche negra del espacio. Poema y estrella, poema y sol son centros que insisten en irradiar una luz propia cuando toda luz exterior fue negada; y dibujan además, en la superficie de la página, el rastro, las huellas de un pequeño animal blanco… El afuera, entonces, aparece siempre como esa bella lejanía narrada en los muros y el silencio; hay que saber leer y escuchar, resistirse a la imagen de la escena armada y de las voces lapidarias. La escritura epigramática de Pizarnik no se equivoca cuando dice: “No hay silencio aquí / sino frases que evitas oír” .

La lucha contra el exilio consiste en extraer de la noche cerrada los signos de la propia luz. Podemos decir entonces que en la escritura de Alejandra Pizarnik sucede ante nosotros el arrebato de la pasión: un exceso de fuerza que obliga al fuera de sí y que se despeña en un discurso delirante hacia el infinito. En Pizarnik el vértigo se da en el efecto de arrastre del mundo exterior hacia el adentro como no-lugar, vaciamiento y ceguera natural. En Alejandra la que habla es la que es mirada, o hablada o cantada… y delira en un vértigo de reapropiación de las antiguas voces del bosque…

Voz de Juan…

Es probable que no haya otro texto o libro que en su aparición haya conmocionado de tal manera a pueblos, aldeas y caseríos de toda América. Cuando en el año 1953 se público El llano en llamas, se produjo un temblor en la conciencia social y moral de los lectores y cierta zozobra ante una manera harapienta pero muy precisa de narrar. Juan Rulfo abrió la boca y por ella hablaron los desasistidos, los infortunados, los perseguidos y todos aquellos, uno a uno, que habían sido expulsados de la fertilidad. A algunos les quedaban fuerzas para la venganza; a otros, ni tan siquiera. Así ha de ser cuando los pueblos hablan, cuando se ponen de pie y recorren la tierra impenitente, cuando se citan en fogatas aurorales y proclaman las antiguas voces de los sueños y utopías. En esos llanos arreciados por el sol persiste un verso fértil capaz de renacer más de una vez en otras voces.

Cuando en 1955 apareció Pedro Páramo sucedió un estremecimiento en un lugar más hondo que la conciencia; muchos seres que hasta entonces no habían tenido voz, por fin la tuvieron, pues ningún escritor ha poseído la humildad de apartarse tanto de sus propias palabras: Rulfo abrió la boca y por ella murmuraron los muertos, los medio muertos, los muertos vivos y los vivos muertos. Desde su boca se oyó el susurro de los pecados y las culpas, de las esperanzas que nunca llegaron pero que pesan como una piedra al cuello, de las humillaciones y los desafueros; las palabras hechas de carne y ausencia de ese amor donde “llenéz y hueco se buscan, se encuentran y se vuelven a separar y en esa búsqueda imprescindible e inútil se escriben todas las escenas de amor de la Historia” Desde su boca, también dijeron su palabra la tierra reseca, la piedra como último testigo y el tiempo. Pues algunas obras nacen heridas de tiempo antes de que éste inicie su labor.

Escribía Marguerite Yourcenar: “El día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido, empieza. Se ha salvado la primera etapa que, mediante los cuidados de su escultor, la ha llevado desde el bloque hasta la forma humana; una segunda etapa, en el transcurso de los siglos, a través de alternativas de adoración, de admiración, por grados sucesivos de erosión y desgaste, la irá devolviendo poco a poco al estado de mineral informe al que la había substraído su escultor”

Hugo Rodríguez-Alcalá , uno de los más inspirados conocedores de la obra rulfiana basa su temática en motivaciones cuya raíz se hunde en la propia biografía del autor. Su argumentación parte de estas palabras del novelista.

"A mi padre... lo mataron una vez cuando huía..., y a mi tío lo asesinaron, y a otro, y a otro..., y al abuelo lo colgaron de los dedos gordos, los perdió...; todos morían a los treinta y tres años" .

Con ellas justifica la inmensa mayoría de los contenidos que afloran en sus relatos y en "Pedro Páramo". Aquí encontramos algunas imágenes rulfianas que se conjugan con aquellas de la memoria, la persistencia pétrea del tiempo sin tiempo; acontece en Juan una suerte de “destino” que sólo puede ser materializado en el retorno constante de lo memorial, de la voz fantasmal de los muertos que exigen justicia y hacen justicia. Juan recorre esos desiertos preñándolos de luz y auroras, desentrañando recuerdos y hechos que inspiran a los “muertos vivos” que recorren los infinitos caminos…

Y parte de la explicación tal vez esté en estas otras palabras del novelista recogidas por el mismo Rodríguez-Alcalá: "Estos son mis personajes... Son como se manifiestan, verosímiles. Lo que haya en ellos de impenetrable es esencial a su personalidad. No se busquen más claridades que las que se ofrecen. Más allá, del límite de revelación en que me detengo, acecha el misterio de estos hombres de México. Inútil luchar con su hermetismo. Así son estos hombres. Acaso sea así, sin más, el hombre"

Complementemos lo expresado por Rulfo señalando que, los pueblos, aquellos cotidianos seres, esos de largos silencios, desprovistos de la palabra, a veces sometidos, muertos en el anónimo ejercicio del imaginar. Todos aquellos hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, campesinos añosos de tierras vetustas, obreros soñados en el despertar del mundo, los cotidianos seres de las ciudades, los pobladores de quimeras… se despiertan un día de la larga noche, se sacuden la niebla que los envolvía y abren sus bocas colmadas de versos iracundos. Entonces marchan, encienden fogatas en los llanos, se olvidan de olvidar y reclaman lo de costumbre: tierra, pan y libertad….

Comala será aquél último rincón de mundo en donde los sueños y utopías deambulen fantasmalmente las mismas calles, las viejas fogatas incandescentes de promesas. ¿Dónde queda Comala? Lo cierto es que está en todas partes, se vislumbra remota, prójima, adyacente a todo camino, en cada hogar clandestino. Comala es el emblema de esta suerte de polifonía narrativa rulfiana.

La novela "Pedro Páramo", presenta un pueblo muerto, lleno de murmullos, de ecos, de sombras, de almas en pena, enclavado en una región árida, sin árboles, sin vida animal o vegetal . Sin embargo todo está ahí, habitan esas piedras las razones secretas del tiempo, allí persisten los recuerdos cual promesa porvenir; bastará un susurro de pasos lejanos, un murmullo de viento a medianoche, la lluvia que no llega y sin embargo se sabe existe. A caso los más recorran la ciudad devenida en Comala preñándola de viejos fantasmas… justicieros fantasmas.

En un importante ensayo de Marcelo Coddou referido a la obra de Juan Rulfo, se insiste en algunos aspectos fundamentales como: el tiempo, la utilización de recursos infinitos, el "monólogo ensimismado" de los personajes, la falta de libertad

Para Coddou, el tiempo en Rulfo no es cronológico, no se puede medir con el reloj, es un tiempo interior, vivido en lo más profundo de las conciencias y que ayuda a comprender la muerte. A este respecto, recuerda las acertadas palabras de Ariel Dorfman, "el tiempo regular, el del reloj, el cronológico, el ordenado acontecer lógico, es un tiempo falso, un tiempo en que no se tiene efectiva conciencia de la muerte"

Tenemos aquí algo fundamental a la hora de leer “los movimientos populares”, la idea de “tiempo vital”, “un tiempo interior” que dicta ritmos y ciclos que acontecen formando la vida. Es decir, no hay pasado ni olvido, no hay ayer sin un sentido del mañana; esto resulta revelador cuando es la memoria quien habla, cuando los sujetos olvidados se vuelven presente y con ello trazan sus huellas creando nuevos caminos. De algún modo siempre “lo nuevo” está preñado de “lo viejo” y ambos estados se trasladan como parte de un todo, ya no la totalidad pétrea sino la totalidad siempre agitada de los que despiertan del olvido…

Así, a propósito de un rasgo relatado en "Luvina" , se bucea en la infancia de Rulfo para encontrar en ella el motivo determinante de esa unión con los parientes muertos y apego al lugar donde se encuentran sus restos .

Muy interesantes son las observaciones de Didier T. Jaén referidas a la novela Pedro Páramo pero aplicables a sus relatos. Aporta, entre otras, la afición del autor por los atardeceres y los amaneceres, la asociación de esos determinados momentos del día con imágenes evocadoras de movimiento (pájaros, nubes, viento, sol, luz, colores...), la lenta transformación del mundo perceptible en el tiempo o el tiempo que pasa en la transformación del mundo .

Rescatemos aquí la idea de “atardeceres y amaneceres”, componentes líricos de toda poesía, elementos inspiradores de historias y cuentos; cotidiano de pueblos, barrios, aldeas, campamentos y villorrios. En el atardecer del tiempo cronológico emergió el amanecer del tiempo interior, ese intimo pulso que ha dado vitalidad a los que marchan, a los que resisten, a los que esperan en medio de la noche un nuevo día… Porque nada tienen lo quieren todo; así lo imposible se asoma como razón y voluntad. Ya lo hemos dicho, “los movimientos se mueven”, constantemente se mueven y nuevas auroras se prometen en cada crepúsculo.

La poesía, se abre paso entre las piedras del llano, se edifica junto a las ruinas de Comala; se escribe en silencio fantasmal en Pedro Páramo. Habita el poema los cuerpos olvidados de quienes forjaron los caminos del tiempo con paciencia y dedicación. Persiste mil veces el verso temerario que devela luego otras historias; preñado de memoria está el olvido. Abrazado a la posibilidad de existir nuevamente; Juan camina esos senderos, deja allí sus huellas, le habla a la muerte fecunda que dará paso a la vida, el paisaje se dibuja cual mito en las piedras. Todo se pone en movimiento… y los más siguen la huella de la noche, se desbordan de canto, hambre, sed, palabra, promesa.

El poema reiterado en las calles, con voz misteriosa proclama el enigma del mundo, el comienzo de la lluvia, el pudor de los recuerdos o los secretos del amor. Marchan los marchantes el secreto del hombre, el universo, la luna nueva, el rocío infinito, el fuego Prometeo que resplandecerá en los campos y sus llanuras. Juan Rulfo nos compartió su infancia de rebeldías y batallas y con ello, los pueblos, ingresaron en el secreto tiempo de las revoluciones…

Versos en un coro final…

La poesía, entonces, acontece al modo de los sueños, las batallas desiguales pero justas, al modo del mar; antiguos versos escritos en la roca milenaria, se muestra cual destello en la espesura, entre los árboles, en una gota de agua o una sombra infinita… Poesía desbordada de historias, memorias, sueños; libertad de mares agitados, de versos temerarios, incesantes e inclaudicables. Al modo del silencio, en el origen de la vida, acontece la pregunta sin respuesta; luego se suceden las lluvias, la espera, el tiempo que transcurre en soles y lunas. Todo parece infinito, continuo, eterno. La urgencia de los pueblos puso en pie montañas, monumentales esfinges aún no creadas; a lo largo de la vida los otoños precedieron primaveras y luego los campos embellecidos de colores y formas tejieron la memoria de los seres. ¿Cuántas veces creímos ser libres y sin embargo no lo fuimos? Sólo una palabra soñada en mil lenguajes, escrita con trazo urgente, imaginada en vuelos, en travesías magnificas por los siete mares de la historia. Un silencio esencial preñado de ecos, desbordado de ansias y huellas; batallas más allá de las fronteras conocidas; un amor secreto en secretas esperanzas. Silencio de epifanía, de iracunda verdad proscrita. Algo acontece más allá del lenguaje y entonces somos una lagrima, un beso, una caricia, un rayo enceguecedor; pareciera entonces que somos la ausencia, la imposibilidad del tiempo ya sin tiempo. Todo va más de prisa que mis pasos…

Y sin embargo, el Verso primero, persiste en mis manos. Así como ayer y en otras vidas quizá imaginé la presencia del rostro más allá de todos los rostros; una caricia tímida dibujando mis dibujos, atesorando mi sombra, desgarrando las cadenas que apresaban mis pasos. Imaginé la tormenta del parto alguna vez: “Ya es hermoso este día, el cariño de mis hijas e hijo, el de mi madre y mi padre; el silencio que escribe en mi piel historias y afectos, cariños y besos... Los amigos y amigas que me abrazan y al hacerlo, el tiempo entra en otro tiempo, en laberintos delirantes de mil batallas que no olvido; en combates memorables que emocionan... Todos los fuegos deslumbrando en barricadas populares; fusiles justicieros, antorchas que iluminan nuestras calles sencillas...

Cuando nací -dice mi madre- llovía, un invierno de sures y pueblos; cuando nací, en otra parte del mundo, un hombre y su saxofón conjuraban libertades, sueños y esperanzas para su raza de negros y mandingas; cuando nací había marchas y marchantes, proyectos populares gestándose en cada gesta. Había obreros altivos, consecuentes, guerrilleros en selvas verdes y lluvias tropicales; había banderas roji-negras, verdes de estrellas y fusiles rojos; había bolcheviques bellos y hermosas katiuskas; había Villas y Zapatas, había Rulfo y Cortázar; había Dalton y Canetti; había Kafka extraviado en imaginaciones; había novelas infinitas, cuentos estremecedores, poemas sobrehumanos plenos de amor... Cuando nací todo cabía en un beso, en un puño, en un trozo de pan, en un grano de arena, en una piedra justa, en un sol de promesas, en una luna de lobas; había amantes y amores, había campos y campesinos, había praderas y llanos y tundras y valles... Hoy, años después, hay coraje, voluntad, orgullo, recuerdos, míticos viajes; fascinantes seres; magníficos luchadores, combates dignos e imborrables. Somos aquello que persiste, lo que no se rinde sino que resiste aún con versos, con lágrimas, con lluvias y desconciertos. Es bueno estar aquí, al modo del silencio de un beso y con ello desatar un alud de mariposas libertarias...”

Dice Octavio Paz: “La poesía es la memoria de los pueblos y la gran fabricante de fantasmas. Aplastado por el cosmos, el hombre se yergue y lo desafía, el poeta desafía al universo. Por la poesía se iguala o supera al cosmos. La poesía es revelación, es vida en esencia, es el universo que se pone de pie. En realidad, la poesía nos hace ver todo como nuevo, como recién nacido, porque ella es descubrimiento, iluminación del mundo. Cuando sentimos que nos salen alas en la garganta y que todo nuestro cuerpo tiembla, estamos en presencia de la poesía. La poesía da vida a la muerte y más vida a la vida. La poesía es la vida de la vida, por eso podemos decir que es el juego de la vida y de la muerte. La poesía siente más que nada el destino del hombre, y cuando creéis que está cantando, ella está llorando la libertad que es el paraíso perdido… La poesía es resistencia frente a un mundo que se vuelve cada vez más cruel, cada vez más terrible, deshumanizante, porque todo lo que pasa no está fuera de lo humano, y creo que la palabra es una forma de resistencia muy clara frente a todo esto…”

En Alejandra la poesía se multiplica de voces, de gestos y signos, de filigranas dibujadas con sus dedos leves; conjura el silencio con su silencio. La poesía es un lugar, muchos lugares, todos los lugares posibles de escribir e imaginar. “Un lugar de dónde no puede salir y ni tampoco entrar pero siempre buscando el centro donde pensar de qué lado de la puerta está. Es un tropezón, una caída, un encuentro, un muro. Alejandra fabrica vientos, sube a una rama, sopla” .

El discurso del delirio (el único posible hoy en la literatura, afirmaba Foucault, 1964) acontece en cada verso, en toda letra rescatada del tiempo relegado; delirio de trashumantes, pordioseros, vagabundos embellecidos por la paz del tiempo que los dibuja sencillos y humanos. Sólo así, la poesía-movimiento despliega sus versos derribando paredes, muros, cárceles, criptas bovedales. Así transita libertaria en cada paso y en toda huella...

Parece entonces que la poesía emprende travesías por rincones imaginativos; se extravía en senderos quejumbrosos; llueve en nuestros huesos añosos, las calles se quedan en silencio, ha llegado la noche eterna que entra por la ventana dibujada con trazos torpes. La ciudad, sus calles, el barrio que antes jugó mis juegos; el abismo entre ella y yo, silencio, silencio… No estoy libre del hechizo supremo de soñar, de inventar mis combates y mis heridas: miro por la ventana y veo árboles enormes que se mecen con el viento, en el fondo se alza la gran montaña, un camino de tierra, una huerta, algunas mariposas o quizá sólo abejas que trabajan sin descansar. Un cielo maravillosamente azul, pedazos de nubes dispersos como mis pasos en la celda. Recuerdo entonces un verso escrito en la puerta que no se abre:

“la noche se desliza suavemente hasta mis pies, besa mis huesos, susurra su voz con olor de muerte, me abraza, me posee, me abandona. La noche y sus besos…” No importa que el tiempo sea cruel y salvaje; no importa la verdad al final del día; no importan los laberintos, las calles... los relojes de arena sin arena; no importa el silencio eterno y las palabras que no dice; no importa que no sea yo la sombra o sus huellas; no importa que me destierren hasta dos libros y una biblioteca; no importa que no digan nada o que lo digan todo de manera brutal y abrumadora...

La poesía persiste de sueños, de océanos incesantes; de la libertad como conciencia y posibilidad emancipadora; del estado mismo de ser libre, romper cadenas, conquistar llanos y llanuras, cruzar mares hasta nuevos mundos, habitar poemas, silenciosos, frágiles, fragmentarios como si cada palabra tuviese que librar una batalla, la inefable e ineludible batalla por la libertad… “Se agita de silencios el tiempo, de murmullos Que se convierten en furias. Con razones paganas que proclaman otros tiempos; Se agitan las noches río abajo, en las praderas impenitentes, En los pasos eternos del viento y sus huellas… De sangre se agita la paz, de justicia que no llega, De banderas infames y de infames sin banderas.

Se embravece el Baker, la Patagonia, los llanos y sus llanuras Cabalgadas antes por los libres… No queda tiempo, es urgente, es ahora, Todos juntos en marchas eternas de marchantes Embellecidos con luz de luna, De promesa, de consigna, de barricada en todas las lenguas…

Inche kaiche, Inche kaiche

Descienden los mas por las calles de la geografía en peligro; Caminan, batallan, insisten… Se citan en bastiones y vestidos los amantes del sur eterno. Escriben en las paredes palabras dulces, Los nombres de Aysén se multiplican, Los niños juegan en sus valles sempiternos…

Cazadores de cascadas, de ríos y charcos; Demiurgo dominador de las sombras y los asombros; Lautaro y Lientur infinitos…

Se agita de silencios el tiempo. Los más avanzan, se convocan en la noche nueva Del nuevo día en la vieja promesa forjada en hierro. Se agita de silencios…”

Víctor E. González Ensayo: Alejandra y Juan, Poesía en movimiento Carrera Magíster en Sociología ELAP / ARCIS Agosto 2011

Víctor González es sociólogo y profesor de la Universidad Arcis de Santiago de Chile, productor artístico, colaborador periodístico, y estudioso del jazz y su historia y de su relación con la literatura, el cine y otras disciplinas artísticas. Fue preso político en su país entre los años 1992 y 2004)

Bibliografía

• Cesar Vallejo, Las piedras (1918) en Obra poética, Editorial Oveja Negra. Bogotá. Colombia. 1987 • Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968 • Juan Rulfo, Pedro Páramo, Editorial RM, México-Barcelona, 2005 • Isaiah Berlin, Contra la corriente. Ensayos sobre la historia de las ideas; traducción de Hero Rodríguez Toro, FCE, México, 1983 • Jean Cocteau, en Introducción Entre filosofía y literatura… • Delfina Muschietti, “Exceso e infinito” en Invenciones y Ensayos, Cuadernos Hispanoamericanos 1995, España • Blas Matamoro, El erotismo rulfiano, en Lecturas Americanas, Cultura Hispánica, Madrid, 1991 • Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, Tomo I, México FCE, 1982 • Marguerite Yourcenar, El tiempo, gran escultor, Alfaguara, Madrid, 1999, pág. 65 • Hugo Rodríguez-Alcalá, "Nostalgia del paraíso" y tres relatos de Juan Rulfo, en Narrativa Hispanoamericana, serie Campo abierto, ed. Gredos, Madrid 1973, p. 83-172 • Luis Leal, La estructura de "Pedro Páramo", en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F .Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 13-22. • Marcelo Coddou, Fundamentos para la valoración de la obra de Juan Rulfo, en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág.61-89. • Manuel Duran, Juan Rulfo cuentista: la verdad casi sospechosa, en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 109-120. • Enrique Pupo-Walker, Tonalidad, estructuras y rasgos del lenguaje en "Pedro Páramo", en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 159-172. • Didier T. Jaén, El sentido lírico de la evolución del pasado en "Pedro Páramo", en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, p. 189-206. • Emilio Miro, Juan Rulfo, en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 207-246. • Raúl Chávarri, Una novela en la frontera de la vida y la muerte, en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 247-254. • Raúl González Tuñón, fragmento de La rosa blindada, obra de 1935 • Guadalupe Grande, Pedro Páramo y la escultura en Lecturas, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, España 1994 • Octavio Paz, El Arco y la Lira, FCE, México, 1972

Citas

Cesar Vallejo, Las piedras (1918) en Obra poética, Editorial Oveja Negra. Bogotá. Colombia. 1987

Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968 Juan Rulfo, Pedro Páramo, Editorial RM, México-Barcelona, 2005 Isaiah Berlin, Contra la corriente. Ensayos sobre la historia de las ideas; traducción de Hero Rodríguez Toro, FCE, México, 1983 Jean Cocteau, Introducción en Michel Foucault Entre filosofía y literatura, Paidós, Barcelona 1994 Michel Foucault, Entre filosofía y literatura (Introducción) Paidós, Barcelona 1994

Octavio Paz, La poesía en La centena, selección de su poesía escrita entre 1935 y 1968 Alejandra Pizarnik, Anillos de cenizas, Antología poética, Ediciones Papel de Envolver/Colección Luna Hiena, México, 1982 Michel Foucault, Entre filosofía y literatura (Introducción) Paidós, Barcelona 1994, pp. 91, 111-113 Michel Foucault, Entre filosofía y literatura (Introducción) Paidós, Barcelona 1994, pp. 91, 111-113 Raúl González Tuñón, fragmento de La rosa blindada, obra de 1935 Delfina Muschietti se refiere a Juan L. Ortiz, “Juanele”, sobrenombre familiar con el que se identifica al poeta Juan Laurentino Ortiz, nació en 1896, en Puerto Ruiz, población cercana a Gualeguay, Entre Ríos, Argentina. Publicó en 1912 sus primeros poemas. En 1923, comenzó a seleccionar los textos que conformarían su primera obra poética, publicada en 1933, El agua y la noche, a ésta le seguirían, entre 1937 y 1958, El alba sube..., El ángel inclinado, La rama hacia el este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita, La brisa perfumada, El alma y las colinas y De las raíces y del cielo. Delfina Muschietti, “Exceso e infinito” en Invenciones y Ensayos, Cuadernos Hispanoamericanos 1995, España Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968 Delfina Muschietti, “Exceso e infinito” en Invenciones y Ensayos, Cuadernos Hispanoamericanos 1995, España Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968 Ibid.

Alejandra Pizarnik, Arrastraba en Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968 Ibid. Ibid. Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968

Arturo Carrera es un poeta y escritor argentino. Nació el 27 de marzo de 1948 en Buenos Aires; A los dieciocho años, en 1966, viajan juntos a Buenos Aires y fundan la revista literaria El cielo. Allí el poeta conoce a Alejandra Pizarnik, que participa en la presentación de su primer libro, escrito con un nictógrafo, publicado en 1972. Desde entonces la poesía de Carrera unirá un gesto fuertemente vanguardista con la profunda recreación de una rica tradición poética argentina, en cuyo canon personal se hallan Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, Baldomero Fernández Moreno y la propia Pizarnik Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura, Buenos Aires, 1968 Delfina Muschietti, “Exceso e infinito” en Invenciones y Ensayos, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, España 1995 Guadalupe Grande, Pedro Páramo y la escultura en Lecturas, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, España 1994 Blas Matamoro, El erotismo rulfiano, en Lecturas Americanas, Cultura Hispánica, Madrid, 1991 Guadalupe Grande, Pedro Páramo y la escultura en Lecturas, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, España 1994 Marguerite Yourcenar, El tiempo, gran escultor, Alfaguara, Madrid, 1999, pág. 65 Nació en la Ciudad de Asunción, capital de la República del Paraguay en el año 1917.Ensayista, poeta, narrador y crítico literario. Doctorado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Asunción, en el año 1943 y en Filosofía y Letras por la Universidad de Wisconsin, Madison, en el año 1953. Juan Rulfo Hugo Rodríguez-Alcalá, "Nostalgia del paraíso" y tres relatos de Juan Rulfo, en Narrativa Hispanoamericana, serie Campo abierto, ed. Gredos, Madrid 1973, p. 83-172 Luis Leal, La estructura de "Pedro Páramo", en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F .Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 13-22. Hispanista y analista literario de origen chileno especializado en literatura hispanoamericana. Marcelo Coddou, Fundamentos para la valoración de la obra de Juan Rulfo, en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág.61-89 Ariel Dorfman en Marcelo Coddou, Fundamentos para la valoración de la obra de Juan Rulfo Luvina, la ciudad de los muertos, cuento de El llano en llamas, 1953 Manuel Duran, Juan Rulfo cuentista: la verdad casi sospechosa, en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, pág. 109-120. Ensayista francés, enciclopedista e iluminista, profesor de Literatura Latinoamericana Didier T. Jaén, El sentido lírico de la evolución del pasado en "Pedro Páramo", en Homenaje a Juan Rulfo, selección hecha por Helmy F. Giacoman, ed. Anaya-Las Américas, Madrid 1974, p. 189-206. Víctor E. González, “Cartas, notas, recortes…” , Cárcel Alta Seguridad (CAS) 2002 - 2005 Octavio Paz, El Arco y la Lira, FCE, México, 1972 Delfina Muschietti, “Exceso e infinito” en Invenciones y Ensayos, Cuadernos Hispanoamericanos 1995, España Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, Tomo I, México FCE, 1982 Víctor E. González, “Cartas, notas, recortes…”, Cárcel Alta Seguridad (CAS) 2002 - 2005 Víctor E. González, Se agita de silencios…Santiago, mayo 2011

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