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ECONOMÍA DE SCHOCK (Crónica) por Emanuel Garrison

Y nuevamente, aquel monarca riguroso, volvía en los sahumerios del atardecer a poner trancas a su soledad, que no quiero más interrupciones de pacotilla en mi oficina, no más mequetrefes ni fantoches de espantapájaros. Y quienes servían café claveteaban por fuera y por dentro las compuertas de abandono y la soledad del poder para que no entrara algún despistado requerimiento de última hora. Que cualquier cosa urgente me la envían al celular de secretarios, que mantenía apagado en sus inmensas noches de aciago insomnio. Y también en sus días de carnero furibundo.

Porque ya estaba cansado y fatigado de los mismos mezquinos de siempre, que esta soledad repleta de amigos desconocidos y sobras de aduladores era tan incomprensible y tan parecida al tedio que bien hubiera entregado las llaves del reino para no tener que soportar los mensajes eclécticos enviados por los grupos de presión en los folios de cuadernillos apolillados de sus propios compañeros de curso, en las esquelas mismas de sus ministros olvidadizos que dejaban en el escritorio las condiciones a que apostaban, en los novedosos negocios de siempre, o que llegasen los directores de los centros de estudios independientes con toda sus fanática maraña de dogmas inflexibles, con la monserga añeja de que el Neoliberalismo ha resucitado, a pesar que yacía fenecido por su propio peso exorbitante y descontrolado de pasar la aplanadora sanguinaria y de iluminada apostasía que sólo sobreviven aquellos que merecen vivir; con las rechiflas y cuentos de viejo pascuero que es la única herramienta y método posible de organización mercantil, tratando de sostener la mentira de que todos los otros diseños de ordenamiento democrático y económico que entregan un mejor porvenir de civilización, no están de moda, que aquellos que protegen una mejor alternativa de sociedad y una vida más justa no son ni tan avanzados ni tan sagrados, a pesar que los países más avanzados innovan constantemente en nuevas formas de equidad, aunque no benefician con tanto metálico beneplácito a un solitario y extracto mínimo porcentaje de la población, a los más privilegiados, descendientes hereditarios directos de las elites de tercer mundo.

Luego, más tarde, llegaba otro mensajero de palacio comulgando con ruedas y aspas de molino, con la novedad que habían descubierto una receta rechazada a nivel universal, incluso por sus inventores, repulsiva incluso en su país de origen, que tenía algunos estragos darwinianos de que si no nadas, de inmediato te ahogas, para ver cómo después te enseño a nadar, porque no explicaba que este modelo neoliberal requería cualidades de poder resucitar a los muertos, pero también precisaba crear óptimos campos de batallas inmisericordes; que si no resucitas en el campo de batalla artificial y de cavernícolas, entonces, no estás apto. Porque ya había visto las secuelas del neoliberalismo y sus esquirlas en sus atrofias de largas campañas, y había observado las poblaciones arrasadas por la indiferencia total del consumismo y del individualismo intransigente y militante de caballo de feria con sus orejeras bien instaladas de echarle para adelante no más. Sin lograr mirar para los lados. Entonces, su amigo, compañero de coalición y futuro ministro le comenzó a sermonear acerca de las bondades de los nuevos polvos mágicos que arrasaban en permanente destrucción con los segmentos medios y más desposeídos de la pirámide social. Y le empezó a hablar de las virtudes de apocalipsis del modelo neoliberal como si fuera de una terapia de schock con golpes de mortandad y aplastamiento realmente utilizable y plausible.

Con gusto los hubiese lanzado a todos por el balcón de palacio, a éste y a los otros burdos consejeros, no tanto por su cándida irrealidad de mequetrefes, sino porque a ese, su compadre de campañas, en verdad alguna vez lo quiso, incluso más todavía que como un vulgar compañero de partido y de cruzadas electorales aplanando calles y escuchando las mismas voces y las mismas peticiones que el presidenciable había atendido en millares de ocasiones. Y ahora le hacía esto. Hay, Señor, ilumíname. Cómo lo hago con estos carajos. Con gusto lo hubiera sentado ahí, en medio de la multitud vociferante de micrófonos y rugidos de leones, para que expliques tú mismo aquel inexplicable manto de dudas inconducentes de malabarismo lingüístico y trucos de mago extinguido. Y mañana me cuentas.

Conque estaba bien que su amigo del alma y camarada, que su compañero perruno y mascota de toda la vida, correligionario y sombra de siete suelas, se aprendiera de memoria las mentirillas de fábulas estrafalarias del neoliberalismo aquel, para intentar convencer a la muchedumbre a través de las campañas de banderitas y globos de colores con carteles de slogans con caramelos, con pancartas de jardines infantiles y sonrisa de angélica mirada; pero que no le vinieran a él con cuentos de pinocho, porque si mientes te va a crecer la nariz, y además, mi viejo, como vil embaucador de circo, te voy a dar por donde más te duele con mi denuncia de sedición y maciza acusación de traición a la patria. Porque no merecía tanta infidelidad aciaga en estos momentos de celebraciones y ceremonias, en medio de las jaurías de las protestas callejeras. Después de todo, él, antes de ser magno e ilustre desprendido, le había ayudado y también lo había sostenido a llegar desde la nada, a ser secretario general del partido, luego tesorero, y hasta llegó a ser vicepresidente adjunto; después le había respaldado a pasar el plato con los dueños de las empresas más reconocidas para armar su andamio de campaña al parlamento, y había sido un fracaso de epopeyas, por lo que debió guardar aquellos recursos de montaña y suave miel de donaciones en la caja chica, y ahora le había llevado contra la opinión de sus más enconados adversarios, como ministro de dedicación completa. Y le venía con estas piltrafas de que te coman los leones de las masas insatisfechas, de que anda no más, gaviota, y ponte allí en medio, a venderles engañitos; total ya le había hecho caso una vez y salió como pudo, a medio morir saltando y patitieso, de entre los zarpazos desbordados de la muchedumbre, y ahora nuevamente lo incitaba, su amigo y compañero del alma, que no te va a pasar nada; sólo tienes que dejar que te quieran como tanto te quieren.

Y ese mismo día metió todas sus cosas en un saco, y lo designó como nuevo embajador de la Cochinchina, más allá, mucho más allá de los límites fronterizos de avanzada en los paralelos perdidos ubicados entre Tongoy y Los Vilos.

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