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EXPROPIACIÓN DE YPF: DOS MENTIRAS CÓMODAS por Clara Olmedo Reynoso

Escribo estas líneas en mi simple y mundano carácter de ciudadana que, por azar, me tocó nacer en Argentina y, por destino laboral-profesional, vivir de este lado de la cordillera, Chile, lo cual me permite mantener un ojo y un pie acá y el otro allá.

Con mucho y a veces confuso dolor asisto al contingente debate de la decisión del gobierno argentino de expropiar a la transnacional REPSOL de la totalidad de las acciones (51%) con que ésta controlaba la mayoría de los activos de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). A simple vista, siempre me sonó extraño que tanto el gobierno argentino como la transnacional hayan aceptado seguir manteniendo la sigla de YPF, pues ésta conlleva todo un contenido político y simbólico muy profundo. Como lo señala el sociólogo Horacio González, la sigla YPF es un símbolo que condensa cosmovisiones sociales y políticas. “Yacimientos significaba la economía descubierta en las napas profundas del territorio y una sutil apelación a lo que “subyace” y hay que recobrar; “petrolíferos”… significaba el óleo que viniendo de rocas y huesos milenarios irrumpía en la era del capitalismo para definir, a favor o en contra, la suerte de los pueblos. En cuanto a “fiscales”, la expresión hoy suena un poco anacrónica…. Pero no era así cuando en la época de Yrigoyen significaba el poder público democrático operante, construyendo escuelas, viviendas, incluso poblaciones enteras y empresas fundadas en el interés público. Y aún hoy debe seguir significando eso” (Página/12, 18/04/12). Sin duda, mantener esa sigla, más que una contradicción en sus propios términos (pues Repsol está lejos de la “fiscalidad” argentina), supuso un pacto político-ideológico que bajo la lógica del Consenso de Washington y la hiper-mercantilización de todos los ámbitos de la vida (humana y no humana), subsumió toda esa simbología en post de la competitividad económica. Mucha de esa simbología está aún incrustada y viva en la mente de miles y miles de trabajadores petroleros argentinos que, en nombre de la competitividad, quedaron en los márgenes de la sociedad, desempleados y empobrecidos, viendo pasar el progreso de una empresa lejos, muy lejos de sus vidas. Esta es una “historia de vida” de gran parte de la Patagonia argentina-privatizada en los años noventa.

Una historia que contó, curiosamente, con la venia del entonces gobernador santacruceño, Néstor Kirchner quien, en su carácter de presidente de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (OFEPHI) logró tejer el consenso de la provincias petroleras (Chubut, Formosa, Jujuy, La Pampa, Mendoza, Neuquén, Salta y Santa Cruz) sin el cual el ex presidente Carlos Menem no podría haber acometido con el GRAN REMATE, el masivo programa privatizador del cual YPF fue sólo una parte. Sobre esta memoria personal, que muchos/as compartirán (o no) escucho impávida dos argumentos que se me ocurrió llamar “dos mentiras cómodas”:

1) De este lado de la cordillera (Chile): el casi temeroso discurso de la “inseguridad institucional” que amenaza los negocios chilenos en Argentina y profetiza el apocalíptico aislamiento de ese [mi] país de la bienaventurada globalización que, hay que decirlo, ya tiene en su haber unas cuantas y grandes víctimas: Estados Unidos, Grecia, Italia, España, por mencionar sólo a los que aparecen en los mainstream reportes financieros. Las otras víctimas, las del llamado tercer mundo, no aparecen en la tele, pues ni les alcanza para ir al baile de la globalización. Me pregunto, ¿A qué se refiere la noción de seguridad institucional”? La vida, junto a mi paso por los sistemas educativos me brindaron un poco de comprensión como para formarme alguna idea al respecto. Y lo que yo percibo es que la noción o “bandera” de seguridad institucional que se levanta de este lado del cerro sólo apunta a la seguridad para que los negocios sigan siendo rentables. ¿O acaso a las grandes empresas les pareció “inseguro” invertir (aquí, allá, o más allá) bajo férreas y genocidas dictaduras militares? ¿Les importa o incomoda invertir en países como China, donde los derechos de los trabajadores/as se violan inescrupulosamente? ¿Les incomodan hacer negocios sobre desgarradoras historias de campesinos o indígenas pobres, expulsados de sus tierras y despojados de sus patrimonios identitarios, culturales y naturales? Hablar de seguridad institucional es una falacia que sólo esconde el temor a que el escenario político en Argentina o en otro país se vuelva “inseguro” para los negocios, no para las/os ciudadanos de a pie. La seguridad institucional así planteada está lejos de considerar las aspiraciones de la ciudadanía por vivir en un mundo que les asegure un trabajo decente, un barrio seguro, una comunidad que respete sus derechos sin importar las diferencias (políticas, de clase, de género, de religión, etc.) y donde podamos disfrutar de un medioambiente sano, armonioso y limpio. Digo que este discurso de la “seguridad institucional” es una mentira cómoda, pues si nos detenemos por un ratito a observar lo que sucede de este lado de la cordillera, por ejemplo, la recién encendida “luz verde” al proyecto HydroAysén ¿Qué seguridad institucional da el hecho que en el Tribunal Supremo de Chile, encargado de velar por la legalidad y constitucionalidad de este tipo de proyectos, hayan jueces como Pedro Pierry, accionista de Endesa (109.840 acciones) que junto a Colbún serán las empresas encargada de realizar el proyecto HydroAysén? Parece que mucha, pues así hay seguridad que los intereses de las empresas puedan imponerse a los de una ciudadanía que ya se pronunció en contra de este proyecto. Yéndonos un poco atrás en el tiempo ¿Qué seguridad institucional había en el gobierno dictatorial de Pinochet cuando se otorgaron (gratuita y perpetuamente) los derechos de agua a empresas privadas, hoy mayoritariamente en manos de la española Endesa? Mucha, muchísima desde la perspectiva de Endesa. Vaya que el discurso de la seguridad institucional se convierte en LA MENTIRA CÓMODA que con comodidad se levanta en la prensa nacional y también internacional.

2) Del otro lado de la cordillera (Argentina): un rimbombante discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) que apela a sentimientos de una ciudadanía por demás saturada y convencida que los negociados de las privatizaciones han hecho poco o nada para mejorar la vida de la ciudadanía argentina. ¿Quién puede hoy decir que la privatización de servicios como el agua, las telecomunicaciones o la energía ha sido un buen negocio para las/os argentinos? Pero plantear que la expropiación de YPF es redimir a la nación de un vaciamiento inescrupuloso y de un proyecto voraz que sólo buscaba “enajenar” a las/os argentinos de su patrimonio económico-natural es omitir el pasado reciente. O plantear esta expropiación como una salvataje de lo que la Presidenta denominó como “el genocidio que pasó nuestra industria petrolera, la increíble privatización (...) si YPF hubiera quedado en manos nuestras estaríamos recaudando (...) entre 20 y 25 y hasta 30.000 millones de dólares por año” (discurso presidencial en el Salón Sur, 16/04/12/). Este discurso sería, en palabras de Naomi Klein, una terapia de shock! que intenta borrar del imaginario social la historia reciente, el rol que cumplieron muchos sectores y autoridades de gobierno que participaron del proyecto privatizador menemista, muchos de los cuales son hoy abanderados/as de la expropiación a Repsol y parte de la administración CFK. Me gusta el uso del término “expropiar”, pues etimológicamente dice de un proceso legal, y así lo considero yo. La medida del gobierno argentino es, a mi entender, legal y por lo que se está viendo, también es legítima (pero esto poco cuenta ahora). Pero si de la repatriación del patrimonio económico y natural se trata, muchas inconsistencias aparecen en el actual escenario argentino: la abusiva concentración-transnacionalización de negocios en el campo (agricultura industrial), los mega proyectos mineros que están avanzando y oponiendo los intereses ciudadanos contra conglomerados transnacionales que muy poco están interesados en la “seguridad institucional del país”, siempre y cuando los negocios sean rentables, y si ello depende de la represión, la manipulación ciudadana o de pactos oscuros, ¿qué más da? Es cómodo levantar el discurso de “expropiar-repatriar YPF”, pero no dejemos que detrás de ello nos escondan mentiras cómodas.

Ni de este lado, ni del otro lado de la cordillera debemos aceptar este tipo de MENTIRAS CÓMODAS, pues detrás de ellas se esconde un pacto por cuidar los intereses de grandes empresas y sectores privilegiados (nacionales e internacionales) y, peor aún, el descuido o desprecio por los intereses y necesidades de la mayoría de ciudadanos y ciudadanas de Argentina y Chile. Ojalá la expropiación de YPF sirva, en primer lugar, a estos últimos intereses, es mi más profundo deseo!

Clara Olmedo Reynoso. Doctora en Sociología, Académica de la Universidad Austral de Chile, Miembro del Grupo de Estudios Antropológico (GEA).

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