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Echeverría en el país de Nunca Mas. Por Ángel Saldomando

ECHEVERRIA EN EL PAÍS DE NUNCA MÁS

La subsecretaria a las fuerzas armadas, recién nombrada, tuvo que dimitir por la presión de la opinión ejercida en materia de derechos humanos. Su padre ex oficial de ejército está sindicado como violador y torturador en el regimiento Buin y aunque ella no es responsable por los delitos que el haya cometido, su actitud ambigua en asumir los derechos a la compensación de los marinos constitucionalistas y el potencial de conflicto de interés entre su cargo, la situación de su padre y las fuerzas armadas, la condenaron a la salida prematura. Uno de los efectos más perniciosos de la dictadura en lo humano ha sido la incapacidad de reconocer y asumir la realidad con todas sus consecuencias. La razón es el peso de las estructuras de poder que quedaron incólumes en las fuerzas armadas, en la economía y en el estado las que condicionaron políticamente y sicológicamente a la sociedad chilena. Ello es parte del proceso político que nos ha tocado vivir y cuya modificación requiere tiempo y condiciones que quizá recién están despuntando.

Pero si eso es política pura, la dimensión humana de esta situación es patológicamente destructiva. El auto engaño, la aceptación de medias tintas e hipocresía colectiva para vivir en una sociedad que es lo contrario de lo que pretender ser, se convierte en el único recurso que permite coexistir con una verdad oficial inaceptable. Toda una sociedad dividida entre el papel de agresor sublimado y victima reivindicada ha debido convivir son sus silencios y sus engaños.

Siempre me pregunté por qué el papel de victima reivindicada era más fácil que el de agresor sublimado, el aferramiento de Echeverría es prueba de ello. Me pregunté que pasaría cuando se descubre la realidad desde adentro, es decir desde lo afectivo. Reconocer que Frankestein es pariente tuyo es una prueba durísima. Por ello en mi novela Espejos Quebrados hice ese viaje, hacia el lado oscuro de los agresores, creo que al final la conclusión es que no es soportable asumir esa realidad sin ruptura.

Pero esta dimensión también existe del lado de las victimas. No todas las familias y amistades fueron solidarias frente a la represión, al miedo y a las consecuencias de asumir la realidad. Cuantos no dijeron frente al familiar perseguido o al amigo –“Algo habrá hecho” –“Para que se metió en eso, él se lo buscó” –No nos metas en problemas, no vengas más”. -“No me digas nada, no quiero saber”. Cuantas puertas se cerraron, cuantos denunciaron o guardaron silencio, es también una realidad no asumida del lado de los entornos de las victimas.

En una situación de represión de masa como la que se vivió en Chile “un país de un poco más de diez millones de habitantes en 1973 el impacto del golpe de militar y el terrorismo de estado fue el de una verdadera guerra interna, conducida por los militares y por facciones de derecha ultra conservadora, contra quienes consideraban disidentes o potenciales enemigos. El intento de refundar la sociedad sobra la base de un capitalismo liberal y un control represivo llevó a un diseño totalitario y policiaco que dejó consecuencias estructurales en la sociedad chilena, sobre los cuales existe abundante evidencia.

Según diversas estimaciones las victimas mortales oscilan entre 3.000 y 10.000[i]. Las detenciones saltaron de 524.551 en 1973 a 1.112.667[ii] en 1977. 1.238 centros de detención y tortura se instalaron a lo largo del país. Los exiliados llegaron a 200.000 según la comisión chilena de derechos humanos en 1983. Se estima que 1 millón 200 mil chilenos se desplazaron en los años ochenta por razones políticas y económicas, debido a la explosión de las tasas desempleo y pobreza. Unos 228.612 empleados públicos fueron despedidos de sus puestos de trabajo por razones políticas. El balance oficial establecido en los años noventa, y en la década siguiente, concluyó en una cifra definitiva de 3.216 desaparecidos y 40.000 víctimas directas de detención y tortura. Estas cifras son una parte de la realidad que es aun controvertida.

Las cifras del terror indican una voluntad de desmembramiento de una sociedad para reconfigurarla de manera controlada en torno al diseño conservador.”[iii]

Ese desmembramiento se traduce en la profunda dificultad para asumir la realidad con sus costos humanos. No hay cura individual a esto, aunque pueda ser compensado. El único remedio colectivo, es una sociedad donde se recupera la dignidad, la esperanza en un proyecto común y en valores compartidos universales y progresistas, como los derechos humanos. Ello permite a los que vienen superar la culpa de los que no la pueden asumir. Con esto no elude la necesidad de justicia y condena, por el contrario la exige, es la frontera entre el antes y el después. Las insuficiencias en este campo ha prolongado dolorosamente la incapacidad de asumir la realidad de una manera liberadora, dejándonos dentro de la camisa de fuerza.

[i] Esta estimación fue hecha por el embajador norteamericano en Chile en 1985. Otras cifras estiman a 80.000 las víctimas.

[ii] La familia promedio en la época era de 5 miembros, un cálculo rápido indica que al menos la mitad del país fue afectada directa o indirectamente.

[iii] Ponencia del autor, Verdad, justicia y reparación en Chile. Un camino difícil en Ecuador, diciembre 2013.

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