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El país entrampado. por Ángel Saldomando

Frente a los llamados al realismo de un Lagos, a la responsabilidad de un Escalona, la formación de un frente crítico diverso y amplio que reclama cambios hace que la pregunta sobre que se podrá lograr en el país que emergió de 30 años de conservadurismo a ultranza, y el cómo, se vuelve inevitable. La razón es de peso, en la actualidad una parte importante piensa que las soluciones no vendrán desde adentro del modelo socioeconómico y del sistema institucional vigente. Otros piensan que todo debe ser canalizado dentro de ese sistema y con las limitaciones que impone. La tensión crece en un triangulo entre quienes empujan por el cambio, quienes lo desean pero son escépticos y quienes quieren impedirlo. Pero el contenido del debate también nos tiene entrampados.

Tiempo político

Después de un año y medio de movilización estudiantil ¿Es poco o mucho? ¿Se desgastó el movimiento? Mientras unos hablan de maduración, otros optan por señalar la pausa del movimiento sin que se pueda dar un nuevo salto. La respuesta no es fácil porque la política institucional y las elecciones, aunque estén cuestionadas, invaden el escenario y si bien no recomponen la legitimidad del sistema político al menos desvían la atención de la centralidad que había adquirido la movilización social, particularmente la estudiantil. Detrás de este panorama surge una constatación de fondo, aunque se disponga de reservas de movilización en lo que le queda al actual gobierno no se obtendrá nada fundamental. Ello sugiere considerar que el movimiento se inscribe ahora en la acumulación de fuerzas, en las alianzas y no tanto en la puja por obtener cambios en el corto plazo. También envía señales para cuidar los liderazgos obtenidos y no consumirlos en una coyuntura de evolución lenta.

También hay que reconocer que la dinámica creada por otras movilizaciones, como las regionales, están interpeladas en su capacidad de incidir en la formulación de propuestas nacionales. Pese a las expectativas generadas en algunos sectores en torno a un movimiento ciudadano autónomo capaz de pesar por si solo, la tendencia se inscribe en el toma y daca de encontrar una salida política en una propuesta nacional. La diferencia es que esta vez el libreto no lo tendrán exclusivamente los grupos de interés del pacto del orden. Hay más presión ciudadana, más matices políticos y más agenda ciudadana que lo había hasta ahora. Ciertamente lo que esto produce es una apertura de la situación en términos de grados y de proceso y no una coyuntura o situación que permita que otras propuestas criticas se substituyan a las políticas dominantes.

La búsqueda de una nueva mayoría

No será fácil darle salida al conjunto de nuevas expectativas creadas en los tres últimos años, pero sin una nueva alianza mayoritaria que le abra espacio a una nueva agenda continuaremos en el bloqueo político desgastante. La derecha y los grupos económicos han decidido atrincherarse y esperar, mientras cada vez que pueden pegan otro zarpazo como el del litio. Cuentan con el incentivo que los federa automáticamente, la defensa del modelo.

La situación se ha vuelto más complicada en lo que debiera ser el campo natural de formación de una nueva mayoría. No sólo debido al acomodamiento de diversos sectores en la intermediación del modelo con la ciudadanía, también por las diversas lecturas sobre las posibilidades y la dinámica del proceso político.

El impacto acumulado por la protesta en la calle en los últimos tres años, el descontento y el cuestionamiento del modelo han dejado fisuras inocultables en todos los ámbitos de la sociedad. En la política, en la escuela, en la CUT, en las regiones, en las instituciones, roles y legitimidades están profundamente cuestionadas. Eso nadie lo niega, es decir hace parte ahora de una nueva lectura dominante de la realidad. Esta es una primera condición del cambio. Y ello funda una segunda, se han abierto espacios políticos y sociales para que quienes lo impulsan se junten, se organicen y se proyecten. Las otras condiciones están en proceso, tener la fuerza suficiente, construir una forma que la exprese, encontrar los caminos para hacerlo posible.

La nueva lectura dominante plantea que estamos entrando en un ciclo político distinto, en el que más allá de sus tiempos y condiciones, ha instalado en el horizonte la necesidad de replantearse el modelo de sociedad originado en la dictadura y en una concentrada estructura de intereses de derecha que tiene al país capturado.

Evidentemente hay quienes la niegan o sólo la reconocen como amenaza de manera a levantar un espectro que intimide a la sociedad y que de paso la inmovilice.

La cuestión de fondo es que el país está en el medio del vado: o se inmoviliza en el o encuentra el modo de diseñar y viabilizar un proceso que asuma los nuevos problemas planteados, ignorarlos parece poco posible.

Sin duda que hay diferentes posiciones pero ninguna puede evitar resolver el problema de cómo construir una propuesta que recoja apoyo mayoritario. Todas las simplificaciones y soluciones milagrosas que planteen acortar plazos, ser químicamente puras o apuesten a ignorar la dimensión de la política y las instituciones, pueden tener energía estimulada por el deseo de cambio pero no pueden crear nuevas condiciones que deben interpretar y articular realidades y disponibilidad política muy diversas en los sectores sociales. Y esto de alguna manera interpela a todos a decir muy explícitamente, en base a que lecturas del proceso político se plantean determinados desarrollos y propuestas.

Los tiempos del proceso

Lo que parece evidente es que este gobierno terminará sin ceder en nada esencial. No tiene ni tiempo ni piso político y está prisionero de intereses que juegan al inmovilismo. Y como si esto fuera poco hay otra razón, la posibilidad de perder las próximas elecciones presidenciales les permite dejar el problema a los que vengan y ellos a sentarse en palco a resistir desde las posiciones adquiridas. Y si esta es la hipótesis que se verifica ¿Cuáles serían las otras? El movimiento estudiantil podrá seguir movilizado pero no logrará nada que no sea cosmético, como la evidencia parece confirmarlo. Frente a esto la posibilidad de un recambio de gobierno, con un retorno de una coalición post concertacionista algo que aún no está claro, ahondará la tensión entre la conservación de equilibrios dentro del modelo y las presiones por el cambio.

La suma de ambas hipótesis da un escenario de potencial de cambios lentos, limitados ero con fricciones fuertes. La apuesta por forzar este escenario desde el exterior, por la irrupción de las demandas ciudadanas a una escala superior, tiene en contra el que los movimientos territoriales y sectoriales tiene aun un nivel de fragmentación organizativa muy grande, carece de un agenda que coordine las reivindicaciones como para exigir un programa de gobierno acorde con ellas y no posee los canales de representación política como expresión de una nueva fuerza política.

Es en este contexto que el movimiento estudiantil y los movimientos territoriales han representado el punto más alto de movilización. Sin duda que esto ha modificado la percepción de la situación política del país. Pero hay quienes toman sus deseos por la realidad y piensan que de allí saldrá un proceso inorgánico, sin representación política, sin programa y sin alianzas que conformen mayorías, construya alternativas y una correlación de fuerzas que posibilitarán el cambio. Empujan así a una radicalización idealizada como partera de la alternativa única y pura de cambio.

La realidad es más prosaica, el país está dividido en diversos sectores con base social real, cuya distancia o cercanía a la idea de cambio y a la movilización por el cambio es diversa y plural. Asi quienes estén por un cambio en un tema puede que no lo estén en otro y por ello ninguna formulación ideal de lo popular, del movimientismo, podrá reemplazar articulaciones concretas, acuerdos programáticos y negociados. Que además, como si fuera poco, convoque en torno a una agenda cuyas prioridades y ritmos estarán determinados por las características y fuerza de los sectores que la compongan.

El riesgo es que confrontados a la política real, las soluciones ideales se desvanezcan y habrá que buscar entonces nuevas traiciones, colusiones y frente a esto, nuevas radicalizaciones para algunos, que querrán compensar su desilusión y que pueden ser más dramáticas para quienes se dejen atrapar en ellas. En ella podrían sucumbir valiosos, nuevos y jóvenes liderazgos, reivindicaciones justas y necesarias que no encontraron el medio para avanzar.

La tendencia del escenario asi como los tiempos políticos parecen sugerir la importancia de moverse, sin abandonar la movilización, en dirección de construir una agenda de cambios programática que sitúe una perspectiva de mediano plazo y convoque a la conformación de una alianza en torno a ella sin sectarismos y exclusiones. Superar el canibalismo político, que hace estragos, parece una necesidad inmediata para situarse en una dirección constructiva de frente al país. De lo contrario nunca nadie será tan bueno y puro como para converger en torno a esa agenda.

Lo que está en juego es que el país salga de la senda de capitalismo intensivo y desregulado con alto costo social y ambiental y se oriente a una senda de más democracia e igualdad y de sostenibilidad ambiental y territorial. Se trata de abrir la posibilidad de replantear el futuro y no de cerrarlo con escenarios preconcebidos o modelos. La razón es que si hay un imperativo de formular una propuesta se requiere de desarrollarla en nuevas condiciones democráticas, nacionales e internacionales. Como es obvio no hay fórmula mágica pero si hay una experiencia y un aprendizaje que elaborar y verificar que somos capaces de proponer frente a ello.

El país del que debemos salir

El país está entrampado en un modelo socioeconómico presentado como exitoso y vanguardia del capitalismo y que al fin apareció como lo que es, un modelo primario rentista basado en la expoliación y la desigualdad con dosis de asistencialismo. De la pretenciosa construcción de un paradigma de estabilidad y éxito elaborado por las elites como auto justificación de su rol pasamos a ver las mismas paredes descascaradas de siempre que indican que la casa no cambió mucho.

Las fuerzas que animaron el modelo, sociales y políticas, generaron transversalmente un conservadurismo estrecho, que solo el aislamiento y el rezago en que vivimos, permite que ocurran y se justifiquen cosas absurdas e intolerables. La lista sería inmensa. Desde las barrera que no suben en las autopistas para que no pasen los bomberos sin pagar hasta la explotación criminal de las personas y el ambiente.

Pero en la mejor de las hipótesis en que se produjera un vuelco masivo de todo lo que el país dispone como reservas humanas, culturales y políticas para conformar un proyecto de salida aún hay que lidiar con una derecha retrograda e inflexible con cultura de hacienda colonial.

Cuando Escalona defiende la tesis de una izquierda responsable o Lagos nos recalienta el plato del realismo, uno se pregunta responsable con qué y realista con qué, eso es deseable cuando hay alguien al frente con quien se puede ser responsable y realista y ese no es el caso.

Carente de interlocutor realista y responsable con el país, exhausto y sobre explotado. El bien común inexistente frente a la desigualdad. Las necesidades de la gente que lo habita no consideradas frente a la fragilidad e inseguridad de todo y ellos lo saben, el punto está entonces en otra parte. La responsabilidad y el realismo sin interlocutor, operan como dos controladores de la política y las propuestas que no incrementen la amenaza al modelo establecido, no desarrolle el conflicto social y no cambien las elites hegemónicas. La suma es una política de lo posible, cambio lento y limitado tanto en contenido como en el tiempo. Ese es el paradigma dominante de la política, en un país donde la derecha, el poder económico y fáctico continuó sólidamente articulado y que no ha sufrido ninguna crisis mayor.

Pero la responsabilidad y el realismo existen y exige hacerse cargo de problemas ciudadanos en el marco de un proyecto político real y viable y teniendo en cuenta las evoluciones que contextualizan el marco nacional e internacional.

Romper el debate entrampado

Esto es lo que ha venido ocurriendo en América Latina aunque algunos lo hagan mejor que otros y con más o menos potencial o hayan desembocado en nuevos problemas. Y debe señalarse que hay una agenda nueva e intensa. Sistematicemos esta nueva agenda sólo con fines de contexto.

Temas en la Agenda Latinoamericana

Temas internacionales:

Tratados de libre comercio
Nueva Integración regional
Relación con bloques políticos y económicos
Relación con instituciones internacionales
Relaciones con Estados Unidos
Estrategia sobre globalización

Temas relacionados con las reformas económicas:

Replantear La reforma del estado
Replantear Privatizaciones vs bienes públicos
Reinventar la Regulación económica
Recuperar Mercado interno
Enfrentar Pobreza y sector informal
Redistribución de la riqueza
Generar Inversión de calidad y desarrollo sostenible Banco sur

Temas relacionados con el sistema político y la gobernabilidad:

Sistemas electorales
Constituciones
Relación partidos sociedad
Relación estado sociedad
Redistribución del poder, igualdad, derechos, ética, valores cultura
Movimientos sociales
Ciudadanía

Elaboración propia

Grosso modo se puede reconocer los ejes que estructuran el debate. Las respuestas han sido variadas y han abierto por ello mismo el debate.

La primera constatación es que estamos en una nueva fase histórica que algunos califican “después del consenso de Washington” y que abre nuevas posibilidades ya en marcha. La segunda es si el debate en la izquierda está enfocado en como aportar soluciones a los temas de la agenda o si insiste, en definiciones ideológicas generales, principios abstractos o acomodamientos de corto plazo muy pragmáticos. La primera pregunta tiene implicaciones políticas profundas. La segunda tiene implicaciones de posicionamiento sistémico que tiene igualmente enorme trascendencia.

En qué punto estamos

Desde hace ocho años se ha reconocido que los dos procesos que han marcado la evolución de la región, reformas económicas impulsadas por el consenso de Washington y la democratización han llegado a sus límites. Por una parte las reformas duramente impuestas y condicionadas no produjeron los resultados esperados y por otro la democracia apareció con un déficit de representación y legitimidad, punteado por importantes crisis políticas que mostraron un agotamiento de las elites políticas y económicas que han hegemonizado y condujeron el nuevo modelo económico cuestionado en la región.

El arribo de gobiernos posicionados críticamente, pero desde diferentes ópticas hacia el modelo, en Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia y Ecuador abrió una brecha política importante para pensar en la posible superación del modelo neo liberal y en un nuevo modo de regulación económica. En este escenario el único gobierno a contra corriente siguió siendo Chile, con Colombia y México por citar los de más peso.

La salida del modelo implicó no sólo buscar nuevas políticas y un cambio interno en sintonía con los ciudadanos, también se agregó la salida de la propuesta de TLC impulsada por Estados Unidos hacia un modelo de integración latinoamericano más estructural y hacia un replanteamiento en profundidad de la relación con las IFIs otrora poderosas y ahora a maltraer. Esto es algo que ya ocurrió y ha abierto una nueva situación regional.

El escenario que se dibujó sin embargo es que la ola de gobiernos asimilados a la izquierda no representa un frente común de cambio social, con un modelo único de referencia como lo que se pretendía en el pasado y que la cuestión de la búsqueda de estrategias realistas para conducir una transición de modelo es clave.

La trayectoria de las fuerzas políticas y sociales está dando indicios acerca de cómo evoluciona esta búsqueda y los temas que se les imponen. Es importante notar que el conjunto de gobiernos de fuerzas asimiladas a la izquierda y al progresismo tienen características particulares que muestran la potencialidad y las debilidades de esa trayectoria.

Trayectorias

De los gobiernos asimilados al progresismo, al centro izquierda y a la izquierda sólo tres representan una recomposición de fuerzas sociales bajo la forma de alianzas o de movimiento sociales que apoyan una opción política y presionan por un proyecto que pueden considerarse de dimensión nacional. Se trata de Bolivia; Ecuador y Brasil. En los tres casos la acumulación de fuerzas se hizo sobre la base de movimientos sociales al inicio para luego entrar en el sistema político y continuar su desarrollo.

En el caso de Venezuela y Argentina la crisis del sistema político y de las fuerzas históricas que lo sostenían abrió espacios nuevos. En el caso de Venezuela la irrupción política fue la de un fuera de juego, Chávez, quien generó a partir del triunfo electoral la creación de un movimiento de apoyo. En el caso de Argentina la nueva presidencia de un sector del peronismo ha intentado abrir un espacio a una nueva fuerza entre los restos del peronismo histórico pero ha sido lenta la construcción de una alianza orgánica y estratégica con movimientos sociales.

En Uruguay se ha tratado de una coalición político electoral más que una relación estratégica con movimientos sociales. Perú llevó a un gobierno que aparecía nacionalista de izquierda y que se ha desdibujado. En Nicaragua el retorno del FSLN se hizo dentro del sistema y justo con sus fuerzas leales, pero no constituye la rearticulación de un proyecto innovador con alianzas en expansión. En el Salvador el FLN llegó al gobierno pero con una opción realista por fuera del perfil político clásico salido de la guerrilla.

Este rápido panorama muestra que la mayoría de las fuerzas son intra sistema, en casi todos los casos no constituyen un proyecto político con alianzas amplias o expansión y sólo en dos casos parecen tener autonomía como para hacer presión propia desde fuera de la dimensión partidaria, Bolivia y Ecuador.

Esto muestra que la potencialidad de cambio debe ser construida laboriosamente en el marco de una relación política y social, en que el papel del gobierno y el sistema político, depende en parte del impulso gubernamental y no puede derivarse en todos los casos de movimientos sociales que representen alianzas amplias con capacidad de propuesta y presión.

El escenario se ve dibujado con expectativas de cambio pero lejanos de escenarios rupturistas basado en la lógica clásica de doble poder, derrocamiento de las fuerzas conservadoras en un momento concentrado que da lugar a la instalación de un poder revolucionario. Esto no significa que toda situación de crisis está excluida, pero es su marco político el que se ve modificado.

Los procesos democratizadores con todas sus limitaciones crean un horizonte político distinto y expectativas de integración que presionan al sistema político por su ampliación y no por su quiebre. Sólo cuando este se ha vuelto completamente incapaz al punto de ser sobrepasado por las demandas y la inoperancia de las fuerzas políticas es que han aparecido crisis terminales; que sin embargo en su solución han buscado reactivarlo y restaurarlo en su potencialidad integradora. La crisis de sistema políticos mas agudas en los últimos años muestran esta tendencia en el caso de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Y pese ha todo se han hecho cambios, nuevas constituciones y procesos de refundación que aun son difíciles de evaluar.

Coincidente con lo anterior aparecen tres problemas específicos. Los cambios, de hacerse, deben ser interiorizados institucional y políticamente. Esto supone una fuerza política consistente pero que no puede depender solo del voluntarismo gubernamental.

Dado que en caso de pérdida del gobierno los cambios perderían automáticamente su continuidad, de allí que las alianzas con movimientos sociales amplios de dimensión nacional son una cuestión estratégica en la sostenibilidad de los cambios y no puede ser sustituida con artificios para mantenerse el gobierno.

Este tipo de proceso está más cerca de un reformismo intenso que del tipo rupturista. Esto no es sólo una cuestión de intenciones, se deriva del estado de las fuerzas, de las características de partidos y coaliciones y de los costos que las sociedades están dispuestas a pagar por el cambio. La ausencia de una discusión de fondo sobre esto lleva a dividir automáticamente a la izquierda entre calificativos de pragmáticos resignados y de retórica revolucionaria, ambos peligrosos para una estrategia de cambio.

Los caminos de las izquierdas y sus diversa variantes de progresismo pasan por ciertos desafíos: construir proyectos de cambio viables, incluido el gobierno y la legitimidad, alianzas con movimientos sociales amplios, con capacidad de darles una dimensión nacional que incluya el desarrollo de la democracia, la autonomía y el reforzamiento de organizaciones sociales populares y el incremento del pluralismo de la sociedad.

Esto implica el desprendimiento definitivo de modelos de cambio de partido único, vanguardia, dirigencia única, un solo eje social estructurante del proyecto político, marco político coercitivo, sin contrapesos, sin institucionalidad y sin libertad.

Teniendo en cuenta estos elementos la discusión sobre la situación y la potencialidad de cambio quizás deba ser entendida en otra perspectiva.

Unos en la perspectiva clásica concluyen que no hay expectativas de cambio en parte porque no hay estrategia de ruptura y porque no se ataca la propiedad privada ni la preeminencia del mercado, concluyen que el proceso está dando lugar a un nacionalismo desarrollista clásico más que a procesos de cambio social. Por ello insisten en identificar un sujeto revolucionario.

Una segunda línea de reflexión plantea un reformismo moderado con el objetivo de encauzar las demandas en el marco democrático. Por último una tercera plantea que el proceso refleja una tensión entre democracia y modelo de desarrollo en la que no siempre se puede avanzar simultáneamente pero cuya articulación s fundamental si no se quiere naufragar por uno de los lados de la ecuación.

El punto crítico de estas reflexiones es que no siempre se sinceran en un diagnóstico de partida en materia del potencial de cambio. Sin esto no hay alianza posible y convergencia política.

El potencial de cambio puede entonces ser identificado en condiciones concretas y ligadas a temas concretos, la medida de valoración en el avance de esos cambios; si puede ser dimensionada e identificada, esta es si se promueven acciones con resultados beneficiosos para los grupos sociales penalizados, discriminados, excluidos, explotados. Y esto deja el campo para discutir cómo seguir.

De lo que se trata en un sentido estratégico es de posicionar una dinámica de cambio democrático y social, beneficioso para las mayorías en vez de sociedades cerradas en torno a la hegemonía de las minorías, los privilegios y las diferencias de poder e ingreso. De allí que necesitamos que las posiciones frente a los problemas de sociedad que enfrentamos se examinen con un enfoque diferente y constructivo en vez de discursos retóricamente altisonantes o atrapado en la impotencia. La experiencia latinoamericana debería servir de algo.

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