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El postino de Hamlet – Crónica de una conjunción inesperada. Por Memo Garrido

Dos noches atrás viví un momento inimaginable de poesía cruzada y surrealista: escribo este relato mientras aun mis emociones debaten entre la subjetividad, la conciencia y el rencor: Lucy compró entradas al Teatro Municipal de Santiago a la ópera Il Postino, con Plácido Domingo como Neruda y Maria Gallardo-Dumas como Matilde. Desde que supe de la gestación de esa obra musical hace un par de años atrás, fue mi sueño poder verla.

Conozco bien la historia real del Cartero de Neruda que acontece en los 70 a unos 15 kilómetros al sur de Algarrobo, narrada en el libro “Una ardiente paciencia” por Antonio Skármeta, en el cual se basa la película homónima con Oscar Castro y más recientemente en la premiada versión “Il Postino”, en que Philippe Noiret hace de Pablo Neruda y el prematuramente fallecido Massimo Troisi hace del cartero que llevaba la correspondencia a Neruda en Isla Negra. Las metáforas y las olas del mar son actores principales a lo largo del guión.

Por unos instantes fui testigo y fortuito actor de un evento histórico improvisado: En esta gala de inauguración estaba el palco principal ocupado por la plana mayor de gobierno con sus esposas: Sebastían Piñera, con los ministros Larraín (Hacienda), Longueira (Economía), el alcalde Zalaquett. No lejos de ellos estaban Camilo Escalona y Ricardo Lagos (padre) con sus respectivas esposas. Nosotros estábamos en primera fila en el ala derecha de la galería (hicimos fila dos horas pues no eran asientos numerados) así que el escenario estaba a nuestra derecha, abajo, y el palco “presidencial” estaba no tan abajo, a la izquierda. Con binoculares podía alternar entre seguir los gestos de los cantantes en escena como aquellos de los notables del palco.

El primer Acto es más bien romántico, en que la humildad del cartero Mario Ruoppolo y la vida de los pescadores de la caleta isleña se ven alterados por la presencia del exiliado vate y su esposa Matilde. El ingenuo amorío entre Mario y Beatrice se engendra con la complicidad de plagiados y seductores versos. Todo tranquilo. Poca confrontación política. Alguna demagogia electoral con banderas negras y vociferaciones anticomunistas, pero nada más.

En el segundo Acto, tras el regreso de Neruda a Chile y tras el vacío que sucede a su partida, se revelan y rebelan las virtudes poéticas de Mario, ya comprometido con la solidaridad con los desposeídos y lucha popular por justicia. En el acto final se muestra la represión de una manifestación en que debía recitar Mario un poema original dedicado a Neruda. El escenario se llena de banderas rojas y las fuerzas del orden descargan su violencia contra la poesía y el anhelo de justicia. Neruda y el fantasma del asesinado Mario declaman su dolor en el escenario.

Giro mis binoculares a mi izquierda y veo los gestos inquietos de los dueños de Chile. Me veo en ese instante inserto en la escena del Acto tres de la obra de Shakespeare en que la troupe de Yorick representa la versión Hamletizada de “The Murder of Gonzago” frente al Rey usurpador y su propia madre, denunciando detalles el envenenamiento del padre de Hamlet mientras dormía “plácidamente” en el jardín. Observo el rostro emocionado de Yorick-Neruda e imagino que él sabe bien a quien tiene enfrente. Esta es su oportunidad sublime para apelar al juicio final. Un rayo de luz de verdad parece cruzar la platea. Sobrecogido, entre sudor y lágrimas creo explotar. Descontrolado, me encarno en Hamlet, ignorando a los actores, mirando desde un escondite los rostros de los cómplices de los criminales, forzados a no quitar la vista de lo que no querían ver. La velada cultural se había transformado en un juicio. La complicidad de la penumbra subsidiaba el “anonimato”. Giraba mis binoculares hacia los cantantes y me enaltecía, luego hacia el palco y me enardecía. Un torbellino de oleajes y vaivenes delante de mis ojos y oídos, de mi historia, de mis padres y mis hijas. Neruda y su Canto Magno, de pie frente a los acusadores acusados. Quise gritar ¡GRACIAS Plácido Domingo! ¡Gracias Shakespeare! ¡Gracias Neruda y Skármeta! Gracias al canto! Pero tuve que contenerme de pie hasta el aplauso final. Gracias en nombre de mis hermanos apresados Mauricio y Gina, en nombre de Víctor Jara, de Allende, de mis padres.

Al salir del teatro pasamos frente al acceso de artistas. Cual adolescentes, decidimos acercarnos para conseguir autógrafos. Matilde salió a la puerta y nos firmó el guión de la obra que habíamos comprado. Esperamos algunos minutos y pudimos entrar al salón donde “Neruda” firmaba autógrafos. Cuando llegó mi turno de firmas, le relaté mi cuento de como disfruté el rayo de verdad que había atravesado el teatro hasta el enjuiciado palco principal. Me prestó atención y sonrió sorprendido. En ese minuto de gloria le agradecí en nombre de todos, de los chilenos, de mis amigos, de ustedes y todos quienes han ayudado a formarme y a ser tan privilegiado de percibir y capturar estos momentos impensables. Tras tomar una foto, Lucy le dio un beso en su mejilla. No sé si Plácido Domingo es de izquierda o de derecha. Poco importa. El teatro se impregnó esta noche de honestidad. Todos fuimos actores secundarios. Yo fui.

Salimos del lugar, caminamos y conversamos largo rato. Santiago está lleno de contradicciones. Smog, historia, ladrones. Pero enfrentarse a ese vértigo de emociones, por 30 luca$, y con beso de Plácido Domingo incluido, sólo en este pueblo.

Julio 9, 2012.

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En la foto se ve a Plácido, Memo y Lucy en el espejo.

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