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El profundo rugido de Aysén por Patricio Segura

Ha corrido mucha agua bajo los puentes de Aysén. Mucha agua también se ha volcado en estos días sobre sus calles, y sobre sus campos, y sobre sus techos, y, en especial, sobre el espíritu de sus más de 100 mil habitantes. Y al hablar de Aysén estoy abarcando toda la región y no sólo la localidad que inició este histórico proceso de movilización que hoy camina, trota, corre en búsqueda de lo más básico en cualquier país justo, que el Estado asegure equidad a todos sus ciudadanos.

Es claro que en la Patagonia estamos acostumbrados a la lluvia. Y a la nieve. Y a la escarcha. Y a ese sentimiento de abandono y de aislamiento por parte del otro Chile, noción que forma parte del ser patagón y que se mezcla con la satisfacción de ser herederos de una historia de esforzada colonización y de vivir en uno de los territorios más pródigos y hermosos del planeta. Notable combinación; orgullosos hombres y mujeres que en esta tierra viven y que, a pesar de las dificultades, en ella quieren permanecer.

Y esto lo entiende el pueblo de Chile.

Este lunes se informó que el 92 % de nuestros compatriotas apoya las demandas de los ayseninos. El país considera justo lo que estamos solicitando en 11 propuestas que ya hace un mes hicimos públicas y entregamos al gobierno. Momento a partir del cual, es lógico pensar, fueron conocidas por autoridades regionales y nacionales, y a pesar de aquello hoy informan que recién las evaluarán en profundidad. Difícil es creer en tal improvisación entre quienes administran uno de los poderes del Estado, el Ejecutivo. Plausible es pensar, entonces, que lo que se está haciendo es alargar indolentemente el chicle, jugando con la esperanza, con los anhelos y con la fortaleza de todo un pueblo, con los costos que aquello significa. Y aún así, quiero creer que no. Que el gobierno, al igual que los movilizados, busca el bien de Aysén y del país.

Ese 92 % de apoyo nos hace recordar lo que un estudiante dijo hace ya un año. “Nuestra primera labor es convertir lo normal en anormal” dijo un dirigente de las movilizaciones de 2011. Ellos lo lograron. Hicieron impresentable ante la ciudadanía que se lucre con un bien público como es la educación y que, por temas de mercado, algunos gracias a su buena situación económica tuvieran derecho a enseñanza de calidad mientras los que menos tienen, a una deficitaria. Nuestros jóvenes recobraron para Chile la noción de que la educación de calidad es un derecho y no un bien de consumo, mercado o un privilegio.

Porque el Movimiento Social por Aysén, al cual fuimos invitados como causa que rechaza la eventual construcción de represas en la Patagonia y aboga por alternativas energéticas realmente sustentables, diversificadas, democráticas e incluso estratégicas, trasciende porcentajes más o menos en el precio del combustible en esta zona extrema, cuotas más o menos de pesca, e incluso si cientos de miles o millones de chilenos consideramos buena o mala la opción de construir represas en esta tierra, para muchos destinada a mejores devenires.

El Movimiento Social por Aysén se relaciona, en lo profundo, con la necesaria descentralización y, en concreto, con más y mejor democracia, y con mayor equidad. Hemos convertido en anormal que los habitantes de esta zona extrema tenga que vivir tal nivel de desigualdad sólo porque viven en un territorio sometido al rigor, donde el mercado hace agua por todos lados.

Chile es un país inmensamente rico. No sólo en términos figurados sino en la literalidad, económicamente hablando. Eso casi nadie lo pone en duda, y cualquier discurso en contrario es pura ideología (legítima, sí, pero a mi entender equivocada) y se la juega por evitar el aumento de la carga impositiva a las grandes empresas, que se suba el sueldo mínimo, que se impongan mayores restricciones a los grandes contaminadores, todo con el discurso del empleo y el crecimiento económico. Crecimiento que cuando es el único puntal de las políticas públicas no es necesariamente sinónimo de un mejor país, ya que si así fuera debiera incluir precisamente más justicia social, ambiental, cultural e incluso de desarrollo económico local, que es lo que clamamos desde Aysén. Es preciso que hoy quienes toman las más importantes decisiones se relacionen con el Chile real, el de a pie, el que vive con una pensión de 78 mil pesos, el que tiene una vivienda de indignos metros cuadrados, el que debe aceptar la imposición de vertederos, cárceles o proyectos mineros, de represas y un sinnúmero de infraestructuras que sería imposible levantar cerca de los hogares de las 4 mil familias más ricas del país o dentro del polígono de 55 km2 donde vive el 86 % de los ministros del gabinete actual (entre Lo Barnechea, Vitacura y Las Condes), incluido el propio Presidente.

Esta dramática realidad no debiera ser motivo para juntar rabia. Debiera ser el incentivo principal para cambiar la institucionalidad económica, social y política que permita dar un poco de igualdad a esta hermosa tierra que llamamos Chile. Repartiendo mejor la torta económica, pero también la del poder político y de las cargas ambientales y sociales. En un país donde los 10 mayores grupos mineros tuvieron ventas en 2010 por más de U$ 50.000 millones, con utilidades de U$ 14.000 millones, no es posible señalar que no hay plata. Donde Codelco representó la mitad de las ventas, el resto los privados esencialmente trasnacionales. Todo mediante el uso (y muchas veces abuso) de lo que se supone son bienes nacionales de uso público como los minerales y, dramáticamente, el agua.

Nadie está pidiendo que se le quite al pobre de Arica o de La Pintana para darle al aysenino. Hay que hacer más justa la repartija de bienes y males, y si ello significa mayor carga tributaria o menores utilidades para los que demasiado tienen, mayores inversiones de mitigación socioambiental e incluso la no realización de determinadas iniciativas que son buenas para algunos y malas para muchos, que así sea.

Y para todo ello un elemento crucial es redistribuir las cuotas de poder, hoy demasiado concentrado en pocas manos y con escasas posibilidades reales de incidencia por parte de quienes serán beneficiados o perjudicados por las decisiones y políticas públicas que se adopten.

Es esta realidad la que se debe reconfigurar en el Chile actual. Éste es el grito de Aysén, que se hace carne en el precio de los combustibles, en inversiones en salud, vivienda, agro, o en poder decidir el tipo de desarrollo que quiero para mi región.

Si algunos creen que eso es tener maldad en el alma, que así sea. Lo que sabemos muchos otros es que es simplemente ser ciudadano responsable con la construcción de un Aysén, un Chile e incluso un planeta, mucho mejor.

12 de marzo de 2012

http://www.lemondediplomatique.cl

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