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El silencio políticamente correcto

Mientras Detroit de cae a pedazos y la ciudad símbolo de la industria norteamericana vende sus museos para evitar la bancarrota, porque el sistema falló, el capitalismo falló y se vio víctima de su propia voracidad, Barak Obama anuncia que atacará Siria y, en una demostración del talante pacífico que le hizo obtener el Premio Nobel de la Paz, declara que esperará hasta el día 9 de septiembre para obtener la aprobación del congreso, de vacaciones hasta esa fecha. Sin embargo, y para evidenciar que un afroamericano en la presidencia de los Estados Unidos no significa ni un solo cambio en la política imperialista, de agresores auto designados policías planetarios, asegura que el ataque se producirá de todas maneras, que contar o no contar con el apoyo de sus “aliados” carece de importancia, y que considera irrelevante el informe de los inspectores de Naciones Unidas que viajaron a Siria para determinar si los ataques con gases tóxicos a la población civil provenían de las tropas gubernamentales o de una oposición armada por occidente.

Y frente a los tambores de guerra que redoblan al compás marcado por Washington, en el mundo se escucha un silencio muy similar en su “corrección política” al que se oyó cuando se decidieron los “bombardeos humanitarios” sobre Belgrado en 1999. En esa ocasión los Estados Unidos y la OTAN impusieron un clamoroso silencio políticamente correcto, que acalló las voces que desde el inicio de la crisis balcánica y desaparición de Yugoslavia, apuntaban a los socios de la OTAN como grandes responsables del desmembramiento yugoslavo.

Luego del ataque terrorista al World Trade Center nada, ningún indicio señalaba a Irak como responsable de la atrocidad, Al Quaeda operaba desde un Afganistán social, económica, cultural y políticamente destruido por el fanatismo de los talibanes, de un integrismo religioso capaz de atacar objetivos occidentales más allá de sus fronteras, y el silencio de lo políticamente correcto una vez más acalló las voces que acusaban a occidente, especialmente a los Estados Unidos, de ser los grandes responsables del poderío militar de los integristas, pues fue occidente quien armó y preparó a los muyahidín para que, tras derrotar a las entonces tropas soviéticas, se apropiaron y destrozaron un Estado aconfesional, laico, y lo hicieron retroceder hasta la edad de piedra. A sabiendas de que Al Quaeda, Osama Bin Laden incluido, mantenían fuertes vínculos con la satrapía saudí y otros emiratos ricos en petróleo en los que los intereses del capitalismo estaban fuertemente representados, permitieron que Afganistán en manos de los talibanes se convirtiera en la amenaza que los golpeó de manera brutal. Pero el capitalismo y su brazo armado, la OTAN debía reaccionar, y decidieron atacar Irak.

Es cierto que cuando se anunció la agresión a Irak el silencio de lo políticamente correcto no pudo imponerse fácilmente a las voces que dijeron No a la guerra, no obstante, las falsedades de un Collin Powell en Naciones Unidas mostrando un salero que según él contenía un poderosos agente bacteriológico, y la declaración de Las Azores protagonizada por Bush, Blair, un ambicioso sin medida llamado Aznar y un portugués que servía café, decretaron que Irak poseía armas de destrucción masiva y que, con el consejo de seguridad de Naciones Unidas en contra, más la protesta de millones de personas a lo largo y ancho del planeta, le declaraban la guerra Irak.

Las armas de destrucción masiva nunca fueron encontradas, la guerra costó a los iraquíes un millón de muertos y cientos de miles de desplazados, pero los beneficios de las empresas petroleras con participación directa de Donald Rumsfeld o Dick Cheney, secretario de defensa y vicepresidente de los Estados Unidos respectivamente, aumentaron de manera más que considerable. Se destruyó un país entregándolo a las bandas armadas que día a día aumentan el número de víctimas y, aunque Sadam Hussein era un miserable dictador, bajo su régimen la vida de los iraquíes sometida a los designios de una dictadura, era por lo menos una vida con perspectivas, con esperanza y por muy dura que fuera, el régimen de Sadam Hussein los mantenía salvo del integrismo islámico. Hasta la aniquilación de Irak como Estado, sin embargo de ser de mayoría creyente musulmana, la ley no la marcaba la sharia sino un código de derecho inspirado en moldes occidentales, como en Afganistán.

Para los Estados Unidos, para la OTAN, para el capitalismo, el régimen de Sadam Hussein fue tolerable, era un “amigo” que apaleaba a su pueblo y masacraba a los kurdos. Esto último era fácilmente silenciable por la poderosa voz de lo políticamente correcto, hasta que los tres cerdos de las Azores decidieron que el petróleo de Irak era un buen argumento para hacerlo desaparecer como Estado.

Hace apenas un par de años la voracidad del capitalismo decidió prescindir de otro “amigo” y esta vez le tocó el turno a Muhammar El Gadafi. Libia era un país “tolerable”. Occidente, la OTAN consintió que un atentado terrorista ordenado por Gadafi se olvidara luego de una negociación, pago en petróleo y arrepentimiento público del general que se autoproclamó sucesor del panarabismo de Nasser. Pocos días antes de la navidad de 1988 un avión de Pan American estalló sobre la ciudad escocesa de Lockerbie, murieron las 259 personas que viajaban en él más otras 11 que recibieron los restos de la nave, pero no hubo una acción de castigo como el inflingido a Irak, no hubo invasión, el régimen de Gadafi siguió siendo tolerado como una excentricidad árabe, hasta que las crecientes necesidades de petróleo aconsejaron a Occidente, al capitalismo, impulsar “una primavera árabe” en Libia, financiada y armada por Occidente y protagonizada, más que por Libios ávidos de democracia, por muyahidines llegados desde todo el espectro integrista islámico. Libia también desapareció como Estado. Otro país que, con todos los efectos perversos que una dictadura mesiánica tiene, era un freno efectivo al integrismo islámico, una garantía de estabilidad en la región y, además, Gadafi hacía estupendos regalos a los gobernantes occidentales. Incluso al pequeño mequetrefe de Aznar le obsequió un caballo, un pura sangre árabe llamado “Rayo Líder” que hoy languidece su vejez a cargo del erario público español. Y en Libia la ley tampoco la dictaba la sharia sino un sistema que oscilaba entre el sistema de justicia socialista basado en tribunales populares y el código romano. Libia era el único Estado árabe en donde los derechos de la mujer estaban consagrados en su constitución.

La poderosa voz de lo políticamente correcto grita que citar estos detalles de la Libia bajo Gadafi es justificar una dictadura, y acalla las voces de los nos opusimos a los ataques aéreos, a los “ bombardeos selectivos” que evitarían “daños colaterales”. Así el capitalismo se apropio hace menos de dos años de la riqueza petrolera libia, y el Estado asesinado se debate entre las bandas armadas de muyahidines. Cuánta razón tenía Lawrence al decir que el único interés occidental en los países árabes era devolverlos al atroz primitivismo.

Tampoco estuvo muy clara la intención de occidente al incentivar “la primavera árabe” que termino con el régimen de Mubarak en Egipto, el posterior gobierno de los Hermanos Musulmanes, el golpe de Estado del un ejército que, tal como ocurre con el ejército turco, garantiza la sobrevivencia de un estado aconfesional, esa base imprescindible para que se puedan desarrollar las iniciativas democráticas. Y una vez más la estentórea voz del silencio de lo políticamente correcto, nos quiere convencer que se trata de “cosas de árabes, esa gente que nunca aprende”.

Y ahora le toca el turno a Siria, geográficamente muy sensible por sus fronteras con Turquía e Israel. Nadie puede sino condenar el uso de armas químicas, de gas sarín contra una población indefensa. Pero tampoco nadie puede ignorar que de todos los Estados Árabes de la región, sin embargo de ser una dictadura muy peculiar, era hasta hace un año uno de los factores de seguridad en la región. Desde que occidente empezó a organizar, apoyar y armar “la primavera siria” violó las reglas elementales de la seguridad regional al armar, con medios cada vez más sofisticados, no tanto a opositores a Bashar Al-Assad, como a, una vez más, muyahidines llegados desde todos los lugares en los que el integrismo islámico aplasta cualquier intento de sociedad civilizada. La naturaleza de los combates emprendidos desde las ciudades como Alepo, conquistadas por esa “oposición” alimentada, financiada y armada por Occidente tiene muy poco de insurrección popular contra un dictador, y mucho de agresión mercenaria contra un Estado soberano.

Pero la poderosa voz del silencio de lo políticamente correcto impide hacer públicas estas y otras consideraciones, como que el Estado Sirio es aconfesional y que su estructura jurídica es la más occidentalizada de todas las naciones árabes. Tampoco es posible citar que Naciones Unidas han condenado sin paliativos los asesinatos y ejecuciones sumarias de soldados sirios y de funcionarios estatales cometidas por las bandas armadas de “opositores” apoyados por occidente. La Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay mostró las imágenes y videos de la masacre de Khan Al-Assal ocurrida entre el 22 y el 26 de julio de este año, hace poco más de un mes, en las que se ve a muyahidines golpeando y asesinando a varias docenas de soldados y funcionarios con las manos atadas a la espalda. Pero la implacable voz del silencio de lo políticamente correcto impuso una censura informativa seguida por casi todos los medios occidentales sin excepción.

Al parecer la suerte está echada. Barak Obama anuncia, como culminación de las celebraciones del aniversario del I Have a Dream pronunciada por Martín Luther King hace cincuenta años, que el ataque a Siria ocurrirá aún con la oposición de Naciones Unidas. Cuesta entender la posición francesa apoyando la agresión, o tal vez no cueste hacerlo, después de todo François Hollande es un socialdemócrata del siglo XXI, es decir uno de esos socialdemócratas que nada tienen en común con Olaf Palme y Willi Brandt, mucho menos con Rosa Luxemburgo, y sólo entienden las relaciones internacionales basadas en demostraciones de vasallaje ante las órdenes del imperialismo norteamericano y del capitalismo agresor.

Y después, ¿qué? Con Siria en manos de bandas de muyahidines la seguridad de Israel estallará como una bengala y el conflicto en el medio oriente alcanzará una gravedad muy previsible. Y después, ¿qué? ¿una “solución final”al problema palestino? Y después, ¿qué? Argelia es también un país de ricos yacimientos petroleros. ¿Promoverán los Estados Unidos y sus cómplices de la OTAN una “primavera salafista”? Es hora de gritar muy fuerte y de actuar, para evitar que la omnipresente voz del silencio de lo políticamente correcto nos enmudezca para siempre.

1 de septiembre de 2013

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