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El síndrome del Titanic. por Angel Saldomando

Como el Titanic el modelo socioeconómico chileno fue presentado como insumergible, el mejor, el más moderno, el más eficiente. A lo más había que mejorar las raciones de la clase baja, bonos y deuda, esa que se ahogó toda porque al estar en el fondo del barco y encerrada no pudo salir.

El gobierno actual es una buena metáfora de lo anterior. Sin duda que las ilusiones era fuertes acerca de la agenda progresista que impulsaría la presidenta Bachelet. Pese a ello la abstención para su elección fue altísima y durante su desempeño rasca el fondo de la aprobación ciudadana. Ambos datos demuestran que las ilusiones no eran muy sólidas y es obvio que de ellas no queda nada. El poncho de las demandas ciudadanas les quedó grande, a ella y a sus equipos. No porque fueran más o menos capaces técnicamente, la suma de sus conocimientos es en general el promedio de lo que sabe cada cualquier profesional en su área, no son genios pero tampoco ignorantes. El problema está en otra parte, la presidenta y su gobierno son el síndrome mismo de la impotencia frente a la estructura del sistema del que hacen parte, carecen de anticipación, valor político y decisión. Todo les explota en la cara.

Por ello todas su medidas son amagos diluidos de reforma que en el fondo son agregados parche a lo que no quieren cambiar. Apenas la agenda social les aprieta arguyen argumentos técnicos, surgen las posturas responsables frente al “populismo” y en el fondo se decanta la verdadera naturaleza de sus posiciones: están imbuidos de la matriz neoliberal y sus propuestas se detienen en sus límites. De allí que sus tiempos, todo es para las calendas griegas, no tienen cuenta de urgencias, situaciones sociales críticas, degradación acumulada. Ellos pueden esperar, salvarse, pero el país aparece cada vez más impaciente frente a la inequidad y desparpajo de la que hacen gala. Esa es la parte conocida. En ausencia de análisis estructural la clase política se condena a ejercer sicoanálisis barato para explicar la pérdida de legitimidad y sentido del modelo que vendieron como exitoso.

La cuestión de fondo es menos abordada y es una mala noticia: No hay propuestas de recambio al interior de la matriz ideológica que enmarca la toma de decisiones oficiales. Hay que decirlo, ellos que le enrostran a cualquiera que los critique el mote de “ideologismo” y “populismo” están completamente atrapados por su conservadurismo al servicio de la hegemonía de los grupos económicos. Temen por sobre todo la reacción de esos grupos, con los que están coludidos, la agitación política que engendraría y la consiguiente inestabilidad. Bien, la pregunta es ¿Pueden hacerse los cambios necesarios para “emparejar la cancha”, según la versión suave, dentro del modelo y su estabilidad tan proclamada? ¿Con que propuestas y condiciones? ¿Con que espacio de negociación? Es lo que nunca nos dicen: salvo que habrá que esperar diez años para una reforma de mercado de las AFP y vaya uno a saber para el resto. El tiempo para diluir las cosas parece ser la única receta.

El síndrome del Titanic se manifiesta de manera flagrante en los compungidos funcionarios que deben poner la cara para reformas que se hunden, que no tienen sustancia y lo saben, pero hacen parte de la falacia.

El caso test chileno: la experiencia más radical de neoliberalismo antisocial deberá probar ahora que es capaz de reformarse y bajo qué condiciones. La historia chilena es particularmente negra en este sentido, nunca se ha logrado negociar un pacto social progresista con la derecha y los grupos económicos. Esto es lo que proclamó posible de lograr la casta política como prueba de modernidad, aprendizaje político y madurez social. Y por supuesto solo ellos pueden y saben cómo hacerlo. A vista de lo que han hecho en las últimas décadas está claro que ni en las coyunturas favorables lo intentaron. Nada ofrecen que no sea un país sin otro proyecto que consumir mal y repartir poco, que se trague su exasperación y su degradación social y ambiental en aras de la estabilidad, la de ellos, claro está.

Pero hasta los pactos sociales cuestan y al menos hay que tener el valor de defender los intereses de y desde los sectores populares. Los regímenes que tanto admiran cuando van de visita a Suecia, Francia o Alemania, costaron luchas sociales fundadoras de nuevos equilibrios. ¿Quienes critican su supuesta obsolescencia? Son los mismos que defiende el sistema de las AFP.

El hundimiento del discurso oficial

Todas las sociedades necesitan un relato, una explicación que le dé sentido al entorno en que viven. Cada uno requiere tener algunas certezas, incentivos y normas dentro de las que moverse con una cierta idea acerca de lo bueno y lo malo, del beneficio y el esfuerzo.

Este modelo tuvo sus sacerdotes y sus encubridores, unos por convicción otros por cálculo, crearon un relato acerca de un modelo exitoso cuyas certezas, incentivos y lo bueno estaba en el mercado absoluto, en el control social, la ausencia de cuestionamiento y conflicto. Pasividad, fatalismo, orden, eran dictados mientras llegaban los beneficios. La intelectualidad, la academia, los operadores políticos, los partidos se convirtieron en pacificadores mañosos, en fabricantes de consenso cínico, en funcionarios y burócratas del modelo. Muy pocas excepciones se salvan de este cuadro. Toda búsqueda de verdad, mediante una construcción social crítica, fue reducida a la impotencia y marginalizada. Nadie podía en esas condiciones verificar si el relato era cierto.

El saco de mentiras se desfondó por abajo y comenzó lentamente a emerger y a sacudir la superficie congelada. La experiencia de la gente, al final es lo que importa, rompió el discurso de los fabricantes del consenso. Los ciudadanos están indefensos frente al mercado y son engullidos cada día por un sistema que es equivalente a un asalto diario. Colusión de todo tipo, falta de derechos, asimetrías de poder, endeudamiento extorsivo de las familias, deterioro ambiental y social, expropiación de los fondos de ahorro de los trabajadores, están expuestos como nunca antes.

Los datos existían desde hace mucho tiempo, fueron encubiertos y tergiversados. La renuncia de los intelectuales como constructores de mensaje público y sentido en un dialogo critico en la sociedad, fueron parte de la embriaguez creada por sus discursos sobre el éxito. Las discusiones sobre las motivaciones, fueran provocadas por “conversión” y/o “acomodo” no vienen al caso. Lo que importa es lo que objetivamente produjeron: una subordinación a un modelo nefasto. Ahora sobre los escombros discursivos y con una nueva visión crítica comienza a descubrirse simplemente lo que se ocultó por tanto años.

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