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El triunfo de François Hollande en Francia y el fin de una maldición. La emergencia del Frente de Izquierda. Por Antoine Schwartz

El candidato del Partido Socialista francés François Hollande triunfó en Francia y abre una vía de cambios para Europa. al mismo tiempo las elecciones francesas modificaron la relación de fuerzas dentro de la izquierda, tema que analiza el presenta artículo de Antoine Schwartz

El fin de una maldición. La emergencia del Frente de Izquierda.

El departamento francés de Aube [en Champagne] tiene fama de ser una zona anclada en la derecha. François Baroin, el diputado y alcalde de Troyes, su principal centro poblacional, no es otro que el ministro de economía y finanzas de Nicolas Sakozy. Antes de la desaparición de la industria textil, el movimiento obrero estaba fuertemente implantado en el departamento. Pero hoy, la antigua Bolsa de Trabajo está a punto de ser transformada en centro comercial. “Un escándalo” para los comunistas de la ciudad, que crearon una asociación para defender la memoria del lugar. Heredero de estas luchas obreras, el Partido Comunista Francés (PCF) constituye un centro neurálgico en la organización del Frente de Izquierda. Los militantes se dan cita en la sede de su diario La Dépêche de l’Aube, en la avenida Anatole France, para organizar sus reuniones y munirse de volantes. Aquí, como en todas partes, la construcción del Frente de Izquierda es la historia de la superación progresiva de los intereses particulares. “Esta unión no se hizo de un día para otro”, explica Jean-Pierre Cornevin, secretario departamental del PCF. “Nos basamos en el fracaso de 2007. Hizo falta tiempo para elaborar algo nuevo”.

Algo nuevo: era, quizás, la sensación más palpable en las concentraciones gigantescas de París, Marsella, Toulouse. “¿Dónde nos habíamos metido todo este tiempo? Nos extrañábamos, nos esperábamos. Nos reencontramos…”. De este modo, el candidato del Frente de Izquierda Jean-Luc Mélenchon saludaba, el 18 de marzo de 2012, en plaza de la Bastille, en París, a una multitud enorme, vestida de rojo, que venía a apoyar su candidatura a la elección presidencial.

En los meetings organizados en los cuatro rincones de Francia, la diversidad de los públicos reunidos sorprende: hombres y mujeres de toda edad, empleados precarios o funcionarios, simples curiosos o, al contrario, militantes aguerridos comprometidos en la miríada de formaciones asociativas, sindicales y partidarias que componen esta galaxia. A imagen de Die Linke en Alemania o del Bloco de Esquerda en Portugal, el Frente de Izquierda aspira a realizar en Francia la recomposición unitaria de un movimiento que, situado a la izquierda del Partido Socialista (PS), que hace tiempo está disperso y, a menudo, también desbaratado.

La ambición no es nueva. Es constitutiva de la historia de esta familia política: hubo múltiples alianzas y llamados a la unidad que intentaron organizar una formación capaz de oponerse a la hegemonía del PS y de promover proyectos de transformación de la sociedad. Ya en 1988, la candidatura a la elección presidencial de Pierre Juquin, ex dirigente del PCF, fue respaldada por comités que mezclaban militantes diversos, entre los cuales se encontraban trotskistas y miembros del Partido Socialista Unificado (PSU). En cuanto al Movimiento de los Ciudadanos (MDC), creado en 1993 por Jean-Pierre Chevènement pretendía reunir a los socialistas opuestos al tratado de Maastricht y a la primera Guerra del Golfo; a los renovadores comunistas; a feministas y radicales.

Al salir de la era Mitterrand, el movimiento social de noviembre-diciembre de 1995 inauguró una secuencia de oposición a los políticas neoliberales, tanto sobre el terreno social como intelectual. Pero la radicalidad de la izquierda sindical o asociativa se afirmó al margen de las organizaciones partidarias, en una distancia a menudo crítica de la política institucional (1). Mientras que el PCF prefería una “izquierda plural”, es decir una alianza con los socialistas y los ecologistas, la extrema izquierda se asumía como relevo de una combatividad social que rechazaba el ejercicio del poder bajo la tutela social demócrata. Pero, aunque estuvo agrupada en las movilizaciones (empleo, jubilaciones, escuela), la izquierda antiliberal permaneció dividida en las urnas: sus votos se contaban, no se sumaban.

La batalla de 2005 contra el Tratado Constitucional Europeo (TCE) representó un momento bisagra en la emergencia de a una dinámica unitaria. “Fue una campaña que llevaron adelante desde las bases, durante meses, colectivos unitarios expuestos a la hostilidad de los grandes medios”, nos recuerda Mathieu Colloghan, miembro de los Alternativos, cuyas banderas mezclan el verde y el rojo. Sindicalistas, altermundialistas, comunistas, trotskistas, militantes asociativos, reunidos por ecologistas y socialistas disidentes de su partido, estuvieron codo a codo en una lucha finalmente victoriosa: en el momento del referéndum del 29 de mayo de 2005, el “no” al Tratado ganó por el 54,67% de los sufragios, en parte, gracias a su acción. El acontecimiento dejó una marca en los ánimos y rediseñó los clivajes; mostró, según Colloghan, “que toda una franja de la población francesa estaba abierta a ideas portadoras de un cuestionamiento del sistema”.

Al año siguiente, se armaron comités para dar una continuidad política a esta movilización unitaria. Los trotskistas de Lucha Obrera (LO) y de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) se apartaron de este proceso; la dirección del PCF, en cambio, decidió inscribirse. La iniciativa tropezó con la designación de un candidato común para las presidenciales de 2007. El resultado fue catastrófico: mientras que los candidatos trotskistas y comunistas, solos, totalizaron el 13,8% de los sufragios en el escrutinio de 2002, Olivier Besancenot (LCR) obtuvo el 4,08% de los votos, Marie-George Buffet (PCF) el 1,93%, Arlette Laguiller LO), el 1,33% y José Bové (el candidato de los comités), el 1,32%. Sarkozy triunfo, la izquierda crítica se hundió. Para muchos, fue el precio de su división.

“Los electores pensaron que no tenían más opción que entre una izquierda oficial que ya no los entusiasmaba, y una izquierda opositora sin futuro”, analiza Buffet. “Había que aprender una lección de este fracaso”. En el camino de la recomposición, el año 2008 es una fecha clave. Por un lado, la LCR se disolvió en febrero de 2009 en una estructura que esperaba fuera más amplia, el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). Por el otro, en noviembre de 2008, nació el Partido de Izquierda (PG), nacido de una fracción del PS cercano a Mélenchon que empezó una batalla contra el TCE. De entrada, este “partido-crisol” ambicionaba operar la reconfiguración de este espacio político.

Lanzado en marzo de 2009, el Frente de Izquierda “apunta a reunir al conjunto de fuerzas que quieran promover una verdadera política de izquierda”. Al principio, se trataba de una simple alianza electoral que reagrupaba, además de al PCF –que disponía de una importante red de diputados y de militantes–, al joven PG y a la Izquierda Unitaria (GU), proveniente de la LCR. La coalición, que fue lanzada para las elecciones europeas de junio de 2009, fue llevada otra vez a las elecciones regionales del año siguiente y luego a las cantonales de 2011, pero según modalidades de alianza variables de acuerdo a las configuraciones locales. Finalmente, para las elecciones de 2012, desemboca en un acuerdo: el PCF, que acepta postular a un no comunista para las elecciones presidenciales, obtiene a cambio que la gran mayoría de las candidaturas a las legislativas sea asignada a sus militantes. Esta alianza se apoyaba sobre un “programa compartido” presentado durante la Fiesta de la Humanidad en septiembre de 2011. Como lo fue el “programa común” de 1981 entre el PS y el PCF, este será publicado bajo la forma de un librito ampliamente difundido (2). “Todo esto se hizo con dificultad”, precisa Buffet. “Como cada vez que se crea una actividad unitaria. Pero anduvo”. Otras pequeñas formaciones se unieron al movimiento (3).

La elección presidencial torna esencial la opción por una personalidad capaz de afrontar el alboroto mediático. Jean-Luc Mélenchon, ex senador socialista, ex ministro de enseñanza profesional en el gobierno de Lionel Jospin, diputado en el Parlamento europeo, es un hombre político de experiencia. Polemista temido, Mélenchon se hizo conocer por el público, en primer lugar, por una actitud resueltamente desafiante respecto de las vedettes del periodismo que se comportan como guardianes del orden neoliberal. Sus discursos insisten sobre los informes de las fuerzas económicas y sobre la urgencia de defender a los “subordinados” contra las “personas ‘bien’”, el “pueblo”, contra los “poderosos”. Trazan también un relato social que busca realizar una “síntesis ideológica” de las distintas sensibilidades de la izquierda (la solidaridad, la fraternidad, la igualdad), así como los valores de la República y de la Revolución Francesa.

Si el Frente de Izquierda logró impulsar una dinámica, es también gracias a la fuerza de una movilización capaz de realizar un trabajo de campo. En Aube, el acuerdo entre los militantes se realizó sin dificultad. Muchos se conocían de larga data. “Podemos hablar entre nosotros con franqueza y arreglar así nuestros desacuerdos”, dice Mireille Brouillet, docente jubilada y responsable del PG en el departamento. El movimiento cuenta también con militantes llegados del NPA. Para Denis Canton, sindicalista, “[el movimiento] tiene éxito allí donde el NPA fracasó. Mientras que este partido quiso incorporar militantes a un proyecto político cerrado, el Frente de Izquierda incorpora partidos a un proyecto político abierto”.

Un proyecto en condiciones de atraer a ciudadanos no afiliados, como Alain Moustier, joven informático llegado a la izquierda como consecuencia de una conciencia ecologista. “Yo no vi jamás un ofrecimiento parecido”, confía. Moustier se unió a la Asociación Ciudadana para una Dinámica del Frente de Izquierda en Aube, que permite agrupar ciudadanos sin pasar por la afiliación partidaria. La militancia tradicional (pegado de afiches, volantes) se mezcla así a formas innovadoras, como la constitución de diversos “Frentes” destinados a establecer lazos con sectores particulares de la sociedad: el “Frente de Lucha” reúne, por ejemplo, a los empleados que se pelean para impedir el cierre de su fábrica.

Este conjunto de acciones apunta a oponerse al argumento mediático de una elección decidida por anticipado y al apuro de los “expertos” en circunscribir el campo de los posibles. “Hemos librado una batalla sobre el objeto mismo de esta elección”, explica François Delapierre, director de campaña de Mélenchon. “Más allá de la necesidad de vencer a Nicolas Sarkozy, se trataba para nosotros de imponer nuestros temas en el debate público: la VI República, la puesta al día de la economía, la ganancia máxima, la planificación ecológica, etcétera”.

El Frente de Izquierda adopta consignas agresivas (“Tomemos el poder”, “Resistencia”) con el objetivo de politizar opciones económicas presentadas como ineluctables. “Desde hace treinta años, los poderes instalados vienen predicando la idea de que no se podía hacer nada. Hay que terminar con este discurso de renuncia”, insiste Buffet. El programa propuesto rehabilita el gasto público, recomienda un alza de salarios (el salario mínimo a 1700 euros) y entrevé rupturas estructurales, especialmente dentro del marco europeo: aun si la temática no fue muy destacada, habla de “liberarse del tratado de Lisboa” y de practicar una “desobediencia a las directivas europeas”. Levanta en alto el estandarte del voluntarismo político abandonado por la izquierda del gobierno, luego puesto de moda en 2007 por el candidato Sarkozy. “La referencia latinoamericana para nosotros es central”, precisa Delapierre. En esta óptica, no se trata de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, sino de tomar el poder para articularlo a una “insurrección cívica”.

Ya mismo, el Frente de Izquierda no es un simple cartel de organizaciones, sino que excede los intereses particulares de sus componentes. Sin hacerlos desaparecer por ello. Su cohesión se debe tanto a la personalidad de Mélenchon, como a la aspiración de los militantes de continuar con esta estrategia de unión. Para el sociólogo Razmig Keucheyan, que se alejó del NPA con el fin de unirse a esta dinámica, “el contexto actual impone constituir un frente único contra la austeridad que reúne a los diferentes sectores de la oposición –partidos, asociaciones y sindicatos– sin abolir sus diferencias. Todo esto lleva tiempo. Hay que hacer el balance de nuestras experiencias colectivas y avanzar”.

¿Qué papel político puede jugar el movimiento en un momento de gran turbulencia? Lo mismo que el Frente Nacional se propone como vector de una posible recomposición de la derecha, el Frente de Izquierda pretende desplazar las líneas de clivaje en el otro campo. Mélenchon estima que en caso de una victoria de los socialistas, la situación les impondrá asociarse a sus ideas: “Pienso que François Hollande estará obligado a recurrir a mis métodos; es cuestión de esperar”, declara a Echos (19 de abril de 2012). La economía lo atacará a él como atacó a Sarkozy. Sólo habrá entonces dos soluciones: resistir o capitular”.

Notas:

1. Stathis Kouvélakis, “Echecs et recompositions de la gauche radicale”, Mouvements, París, nº 69, 2012.

2. L’Humain d’abord. Le programme du Front de gauche et de son candidat commun Jean-Luc Mélenchon, Librio, París, 2011. Su difusión superó los cuatrocientos mil ejemplares.

3. La Federación para una Alternativa Social y Ecológica, Convergencias y Alternativa, República y Socialismo, el Partido Comunista de los Obreros de Francia.

Antoine Schwartz es politólogo, coautor de L’Europe sociale n’aura lieu, Raisons d’agir, París, 2009.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

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