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Elementos para pensar la Descentralización de la Educación. El panóptico y el profesor en el caso chileno. Por Bruno Lucero H.

Este texto, junto a otros, se enmarca en un huérfano experimento que pretende aportar a la reconstrucción histórica de la institucionalidad pedagógica en Chile. Esta recuperación histórica se hace inevitable si se pretende pensar con rigor la crisis educacional que, aún sin muchas instancias de diálogo que no sean las que impone la razón de gobierno y sus medios de comunicación, hoy nos desgasta. Para rescatar los elementos teóricos que enmarcarán esta presentación, comenzaremos desde bien atrás, no tanto como uno quisiera, pero lo suficiente para reconocer algunas ideas y mecanismos de control social que hasta el día de hoy persisten.

Luego de la Revolución Francesa, la dispersión de lo social ameritaba nuevos formatos para ordenar las múltiples relaciones sociales nacidas de este proceso “libertario”. La moderna situación del reparto de la riqueza industrial y agrícola, la nueva producción y distribución de los capitales llevaba al reciente poder industrial (a la clase burguesa propietaria) a desarrollar diferentes sistemas de control social. En este contexto (fines del siglo XVIII) las ideas del pensamiento social se mueven pragmáticamente en torno a los efectos provocados por las nuevas relaciones de poder que se están estableciendo. Estos problemas se instalan principalmente en la idea de resguardo de lo privado, de la seguridad de la producción, del cuidado de la propiedad burguesa y sus relaciones comerciales. De ahí entonces, que en dicho contexto, la cárcel empieza a instalarse como lugar común de seguridad, vigilancia y control de los individuos que ponen en riesgo la nueva sociedad emergente. Nace así, lo que Foucault denomina como una sociedad disciplinaria caracterizada por lo que el autor llama el “Panoptismo”. Dicho concepto de procedencia arquitectónica, es desarrollado por el filósofo J. Bentham (1791), basándose en la construcción carcelaria para la vigilancia invisible y total de los espacios y cuerpos en la ciudad. En términos muy generales estamos ante una vigilancia (Optismo) total (Pan).

“El panoptismo -nos dice Foucault- es uno de los rasgos característicos de nuestra sociedad, es un tipo de poder que se ejerce sobre los individuos bajo la forma de vigilancia individual y continua, bajo la forma de control, de castigo y de recompensa, y bajo la forma de corrección, es decir, de formación y de transformación de los individuos en función de determinadas normas.” (1)

La norma, como la condición que sostiene hasta el infinito de la vigilancia las conductas múltiples de los cuerpos institucionalizados, es clave para entender la problemática que hoy sutilmente comienza a ponerse en el debate: La Descentralización de la educación.

Ahora bien, si avanzamos hipotéticamente en la idea de que hoy también nos encontramos inmersos en un dispositivo de control y vigilancia panóptico, las condiciones actuales del vigilante y lo vigilado se distancian evidentemente de lo que estaba en la base problemática del surgimiento de dicho concepto. Los modos y procesos de producción que hoy vivimos tienen otros rasgos, otras características, apuntan a otros objetivos, se mueven hacia la creación de otros sujetos. No obstante, más allá del paso de la industrialización a una situación productiva pos industrial, podemos aventurarnos a plantear que aún vivimos al interior de una vigilancia panóptica, una vigilancia que si bien ha cambiado sus vestiduras, su sustancia se perpetúa. La elegancia con la que se presentan los dispositivos de recompensa y corrección en la actualidad, su sofisticación, nos hacen perder de vista la sustancia normativa, centralizada y disciplinante que subyace, a pesar de los siglos, en dichos mecanismos: El Panopticón sólo ha cambiado de traje.

En el marco de la descentralización de la educación en nuestro país desarrollada desde principios de los 80’, habría que reconocer que dicho dispositivo de “democratización del quehacer pedagógico”, de “liberación de los poderes burocráticos”, de “modernización de la educación”, se presenta justamente como un nuevo artefacto centralizado de control y vigilancia de los actores educativos. Se piensa acá al panoptismo en su relación de existencia individual, en su nivel más ínfimo de inspección. La liberación de los poderes no implica necesariamente la disminución del control normativo de aquellos. De hecho, lo que persiste una vez descentralizada la educación en Chile, es la figura del Manual Normativo, de la Circular, del Instructivo desplegado principalmente por las Direcciones Provinciales de Educación, representantes directos del gobierno central en las distintas provincias del país (2). En dichos manuales, se presentan reglamentariamente las funciones que cada actor del encadenamiento jerárquico debe cumplir. Así, si bien se abre la posibilidad de abertura curricular a los distintos proyectos educativos particulares y privados, lo que impera son determinados objetivos nacionales y explícitos rasgos uniformes que deben estar en las distintas planificaciones particulares. Sin embargo, más allá de la problemática curricular sobre las libertades que existen para desarrollar proyectos independientes, el condicionamiento en base a determinadas funciones, evaluaciones, rangos y recompensas sobre los profesores, limita cualquier posibilidad de creación, participación y descentralización. Si pensamos que esto último está amarrado al reconocimiento de la diferencia (territorial, cultural, política y social) dicho proceso de descentralización que se mantiene en base a la tecnología de la uniformización de los actores, el ranking y los resultados cuantitativos, es más bien una falacia, un gesto, un instrumento de vigilancia y control.

Seamos más finos. En la cita anterior, Foucault nos muestra algunos elementos que sostienen esta tecnología examinadora. Veamos la imagen de la vigilancia individual y continua, la idea de recompensa y de corrección en relación a la práctica docente en el contexto de la descentralización en Chile. En primer lugar, la vigilancia individual y continua. Cada profesor tiene su jefe de unidad técnica pedagógica (UTP) y su director. A esto hay que sumarle que cada profesor se debe a una planificación detallada de las actividades y tiempos que guían su actuar, planificación que, paradójicamente, debe ser creada por ellos mismo. De esta manera, en la cotidianidad del docente hay una vigilancia continua de parte del director, del jefe de UTP que son los encargados de ejecutar la norma central y, además, una vigilancia de sí mismo, en base al desdoblamiento en el que se instala el profesor al crear una planificación externa de sí. Esto último (estratégicamente leído por el centro gubernamental como gesto de participación y validación de la descentralización del poder) en la práctica también es conducido por la UTP. De esta manera, la vigilancia y autovigilancia continua en el proceder de la práctica docente, evidencian el peso invisible de un ojo que no descansa y que somete diariamente a corrección y encausamiento. La sofisticación del modelo de vigilancia panóptico es evidente: a través de la planificación de sí, el sujeto se observa y autoexamina, extendiendo el lugar del “gran ojo” soberano a la corporalidad autovigilante del propio profesor.

En segundo lugar, estamos frente a una corrección en función de la constante evaluación docente, la cual se juega, por un lado, en la relación de poder que los docentes despliegan con sus Jefes de UTP en torno a la creación de cronogramas de actividades y, por otro, en la evaluación general que implementa el MINEDUC cada cuatro años.

Con esto, la vigilancia desarrollada a través del examen diario y continuo, busca en última instancia corregir la práctica docente y encausar los saberes que estos obligatoriamente deben ejecutar. Además, los resultados que surgen de dichas evaluaciones buscan determinar y categorizar a los cuerpos que deben ser corregidos. La segmentación (elemento clave para el control disciplinario de la sociedad) sigue siendo hoy la médula que hace posible el encausamiento de las conductas del sujeto. Ahora, en términos de advertencia, hay que decir que aquí no se discute sobre las bondades o vejámenes del sistema nacional de evaluación docente, de si sus instrumentos e indicadores son o no representativos de las prácticas concretas de los profesores. Lo que acá importa es más bien poner en el tapete la idea de control y los efectos de poder que un dispositivo como el examen descentralizado conlleva: la cuadrícula de sujetos, sus distinciones, rangos, etc., son justamente el dispositivo de control que se mantiene desde hace más de dos siglos.

Por último, en tercer lugar está la recompensa, idea que junto con la pretensión de segmentación, evaluación y corrección, son las claves de un poder centralizado, soberano, que determina los cuerpos particulares a través de un dispositivo descentralizado de vigilancia. En términos precisos, la recompensa en la educación se evidencia en los dineros que adquieren los profesores mejor evaluados, los cuales son calificados en la categoría “Destacados”. Dichos profesores premiados financieramente también pueden optar a “otros perfeccionamientos”, por tanto a otras distinciones y otras acreditaciones. Como vemos, esta recompensa, más allá de las bondades que significa para estos docentes, tiene como efecto de poder la separación de los sujetos, la atomización de un gremio que se ve forzado a luchar entre sí para lograr el éxito. En definitiva, si sumamos los tres elementos que someramente se han desmenuzado, podemos avanzar en la hipótesis presentada al principio de este texto, la cual hace alusión a que el mecanismo panóptico de vigilancia (característico de una sociedad disciplinaria según Foucault) se mantiene hasta el día de hoy. El cambio, la discontinuidad de su proceder histórico continuo, se instala en la elegancia (estadística, académica, científica de los centros de investigación gubernamentales) y sofisticación con que hoy la descentralización se despliega.

En fin, la envestidura de la vigilancia panóptica ha cambiado: desde los harapos explícitos con que hace dos siglos dominaba a golpe la escena industrial, hoy se presenta implícita y elegante, dominando a técnica y experticia el espectáculo pos industrial de la democracia. La descentralización de la educación en nuestro país es el corazón de los mecanismos vigilantes, el lugar que determina, descansando en la neutralidad de los expertos (Ciencia) y en el control subjetivo (Autovigilancia), las posibilidades de acción del profesor. Esto último, justamente porque dicho mecanismo se comporta instructivamente como centralización: la descentralización es una centralización biopolítica del poder, en nombre de una libertad pensada en dictadura, nos han transformado es nuestros propios vigilantes.

1) M. Foucault. “La verdad y las formas jurídicas”, en “Estrategias de poder” Volumen 2. Edit. Paidós, España 1999, pág. 239.

2) Estas normativas centrales se pueden ver principalmente en la Carrera Docente de 1978 y en el “Sistema nacional de supervisión. Manual del Supervisor” del MINEDUC de 1980, entre otros. En términos jurídicos el DL 3551 sobre las remuneraciones y sobre personal para el sector público de 1980 y, más recientemente la Ley general de Educación del año 2009, son elementos que aportan a evidenciar la vigilancia y la constante orientación centralizada en los procedimientos de la práctica docente. Por último, cabe mencionar la reciente circular N° 1 de la Superintendencia de educación escolar sobre subvenciones municipales y particulares emitida el 20 de marzo del 2013, en donde se insiste en el carácter instructivo y normativo que caracteriza al MINEDUC y a la nueva Superintendencia de educación.

Bruno Lucero H.

Sociólogo y Mg. en Ciencias Sociales. Universidad ARCIS.

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