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Epistemológicamente curiosos. Por Juan Pablo Espinosa Arce

En su obra Pedagogía de la autonomía: saberes necesarios para la práctica educativa, el teórico brasileño Paulo Freire distingue entre una “curiosidad libre” y otra de carácter “domesticada”. De esta última, Freire sostiene que “con la curiosidad domesticada puedo alcanzar la memorización mecánica del perfil de este o de aquel objeto, pero no el aprendizaje real o el conocimiento cabal del objeto”. Pareciera que la actual discusión de la permanencia manifiesta o latente de la Filosofía pasa por esta curiosidad domesticada que se coloca como fundamento de una praxis social, educativa y cultural mayor. En educación la memorización aparece como un ejercicio más fácil, sin grandes contratiempos. Es mejor que los estudiantes aprendan una serie de postulados, cualesquiera sean, pero que esos postulados no impacten significativamente en sus procesos de crecimiento personal y social. Es más conveniente entregarles el mundo terminado que invitarles a construir y a descubrir el mundo.

Por otra parte, tenemos la curiosidad libre, casi transgresora de lo común, esa que propone otros paradigmas y que tiene en su base la imaginación, la creatividad y la búsqueda común de otras formas de estar en el mundo y con los otros. De ella, Paulo Freire dice: “la construcción o la producción del conocimiento del objeto implica el ejercicio de la curiosidad o la producción del conocimiento del objeto implica el ejercicio de la curiosidad, su capacidad crítica de tomar distancia del objeto, de observarlo, de delimitarlo, de escindirlo, de cercar el objeto o hacer su aproximación metódica, su capacidad de comparar, de preguntar”. Y es ahí donde aparece la Filosofía, la cual la entendemos como la ciencia de hacer preguntas. Es ahí donde radica el carácter aporético de la misma, es decir, tener más preguntas que respuestas (a: sin; poros: salida). La Filosofía aparece como un ejercicio circular en donde cabe todo, porque todo tiene repercusión en lo humano.

Hacer Filosofía, enseñar la disciplina y más aún, tener la experiencia de filosofar que no es otra cosa que pensar la realidad, aunque no se haya tenido acceso a las grandes discusiones académicas, es una actividad transformadora. Aquí estoy parafraseando a Martin Heidegger que dice que la Filosofía está en nosotros por el sólo hecho de ser humanos. Pero para realizar este trabajo del pensamiento es necesario ser “epistemológicamente curiosos” (Paulo Freire). Sólo desde esta curiosidad la educación se comprenderá como una situación de búsqueda apasionada, activa y provocadora, y no terminará convirtiéndose en una dulce canción de cuna que tranquiliza y que impide mirar la realidad como lo que es.

Pero para mirar la realidad, la Filosofía no puede pretender anclarse como una “ciencia-isla”, como un conocimiento independiente y desligado de otras formas de pensamiento. Es ahí donde nuestra disciplina tiene que aprender a caminar con otras ciencias, con otras visiones de mundo, con otros discursos. De aquí se desprende el carácter interdisciplinar y dialógico de la actividad Filosófica, a la vez que exige el despojo de nuestras anteriores ideas para comenzar a salir, a lo Platón, de la caverna en la cual sólo contemplábamos sombras de unas realidades que no sabíamos bien cuáles eran. Salir hacia el exterior y enceguecernos con el sol de la verdad, del bien, de le belleza, de la justicia y la compasión, constituye el punto de inflexión entre una educación que domestica y que castra la curiosidad y una educación que supone la renovación de formas y procedimientos basados en la curiosidad, en la pregunta, en el encuentro entre los distintos.

Con la Filosofía profesores y estudiantes estaremos entrando en el juego de la memoria, de la comprensión del pasado, de la vivencia del presente y de la proyección de un futuro mejor para todos. Hay un cierto carácter subversivo en la práctica filosófica, sobre todo en su denuncia de la “normalidad” y de la naturalización de los sucesos que ocurren en los pueblos. Frente a un discurso basado en el “esto es así porque así ocurre y así continuará”, la Filosofía y otras muchas ciencias invitan a desenmarañar el ovillo y encontrar una variedad de colores que habían estado ocultos. Sólo con el surgimiento de esos nuevos hilos y hebras podremos construir una educación cualitativamente distinta, una educación que sea espacio de humanización para todos.

Juan Pablo Espinosa Arce
Profesor de Religión y Filosofía (UC Maule)
Magíster en Teología Fundamental (PUC)
Académico UC-UAH

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