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Ese mar que tranquilo te baña, agria Patria. Por Alex Ibarra Peña

El panorama que se puede advertir con los gobiernos de derecha en nuestra región es poco auspicioso, el sueño bolivariano que promueve una América más justa y solidaria seguirá perdiendo piso político. Estamos frente a una fuerte amenaza para el pensamiento utópico y alternativo que son críticos a las lógicas impuestas por el capitalismo salvaje heredero del colonialismo. Nuestras clases dirigentes en las democracias representativas fortalecen el colonialismo interno, estas son sin duda las “vende patria”. Aquello que el filósofo chileno Juan Rivano denominó como la “clase herodiana” para referirse a los traidores promueven una economía de la acumulación lejos de toda ética, en cuanto a que se beneficia a los dueños del capital.

La reflexión sobre el mar, como ha dicho el sociólogo Alberto Mayol, debería ser motivo de una discusión política. En este sentido cualquier discusión sobre el mar debe considerar la pregunta sobre a quién le pertenece el mar. Con poco esfuerzo para la memoria podemos recordar que las denuncias más graves de corrupción de los políticos estaba relacionada al saqueo que posibilita la “ley de pesca”. Si entendemos la soberanía desde los planteamientos revolucionarios de Rousseau, una forma posible y adecuada de ésta viene a ser la que contiene una impronta popular. Siguiendo este postulado la soberanía es legítima cuando pertenece al poder popular. ¿El mar a quien le pertenece? Y no sólo el mar, todo el recurso hídrico está en manos herodianas. El tema de la soberanía del mar, sin duda es un asunto político de mucha relevancia, que puede ser recuperado y protegido por una Asamblea Constituyente. En esto si estamos atentos a la historia contemporánea, el ejemplo de países que en su proceso de descolonización han ido incorporando elementos de la sabiduría ancestral y del pensamiento amaútico, se convierten en referentes obligados. Bolivia y Ecuador han dado ciertas luces interesantes para una conformación geopolítica para nuestro tiempo. La cuestión sobre la soberanía es una tarea urgente para la reflexión política.

El argumento jurídico en el que se insiste en lo que hemos visto en la mediatizada demanda parece que tiene poca fertilidad en los tribunales internacionales. Hay un agotamiento del argumento en su persistente alusión “al tratado”, es justo plantear la pregunta sobre qué legitimidad tiene una guerra. Sabemos por el testimonio de las víctimas de guerras recientes, como las de Vietnam o Las Malvinas, que la guerra no puede ser un elemento de justificación debido a que los participantes en éstas no se sienten victoriosos, es más sienten que perdieron su vida sin morir biológicamente en el campo de batalla. En el plano de la argumentación podemos agregar que los tratados son acuerdos históricos y dada esa condición no pueden ser naturalizados dotándolos con carácter de sentencias definitivas. Todo hecho histórico puede ser transformado y en este caso incesante en la relación Chile-Bolivia se puede plantear una discusión con significación histórica profunda. Por muchas fuentes sabemos que los nacionalismos son posturas ideológicas radicalizadas que abundan en los intelectuales conservadores, serviles siempre a la herencia colonial y al capitalismo salvaje. El nacionalismo que no se abre a un ejercicio real de la soberanía carece de sentido y podemos desacreditarlo.

La instalación del sistema capitalista salvaje viene agudizando la pobreza a partir de la acumulación de quienes se han apropiado de nuestra riqueza sin ningún escrúpulo. Las redes sociales estos días arden con opiniones livianas que sólo encienden apenas sentimientos cercanos a un estado de emoción. Por un lado, los que apelan al sentimiento de solidaridad propio del ser humano, y por otro lado los que apelan a las ideologías conservadoras, nacionalistas, xenófobas y racialistas. En ambas abundan repeticiones de puntos de vistas dogmáticos o imposturales con escasas argumentaciones. Para el debate democrático y la construcción de la nueva ciudadanía éstos vienen a ser elementos preocupantes. La sentencia del tribunal de La Haya ya viene siendo pronosticado y no debería ser el centro de gravedad en la reflexión, lo relevante sigue siendo la posibilidad que se nos presenta en la construcción de la ciudadanía del pueblo que somos. El poder popular sigue siendo la mejor herramienta política frente a las garras de los acumuladores que dejaron de prestar atención a la culpa que carga sus conciencias y que seguirán mostrándonos su “cara dura”. Las demandas populares son más fuertes en la unidad más allá de las fronteras instaladas por esa vieja idea del Estado-nación impuesta por el criollismo elitista que no supo comprender y que perjudicó siempre a las clases populares.

“Vende patria” no es aquel que se aparta del nacionalismo a favor de los que se apropiaron del capital empobreciendo a nuestros pueblos. “Vende patria” es aquel que no asume la conciencia antiherodiana. No basta con interpretar la historia, el asunto es transformarla. Frente a un sistema injusto sería razonable acudir a la solidaridad. Las fronteras deben estar abiertas no sólo al mercado, los ciudadanos de nuestra América con toda la riqueza de nuestras diversidades somos beneficiarios de un hogar común que se nos sigue negando.

Alex Ibarra Peña
Colectivo de Pensamiento Crítico
“palabra encapuchada”

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