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Familias y trabajos en el neoliberalismo. Trabajadores y trabajadoras en la uva, el salmón y el cobre. Por Ximena Valdés y Loreto Rebolledo

En tiempos de neoliberalismo adquieren una importancia central el crecimiento económico, la apertura y ampliación de los mercados buscando maximizar la rentabilidad de las empresas y la instalación de dispositivos orientados al disciplinamiento de los trabajadores para responder a los requerimientos de la economía. La producción de la sociedad queda al desnudo.

En un período eleccionario en que se debate sobre el papel del Estado respecto a la protección social, tributación, legislación laboral, educación, salud, nacionalización de los recursos naturales ,entre otros; el problema de cómo se ve afectada la reproducción de la sociedad cuando una parte importante de los trabajadores/as se inserta laboralmente bajo regímenes excepcionales de trabajo caracterizados por la subcontratación, extensas jornadas laborales e, incertidumbre generada por el tipo de contrato, también cobra sentido.

Las consecuencias que producen los regímenes excepcionales de trabajo en la familia y en el sujeto constituye uno de los problemas más ocultos en el debate nacional. Escamoteado el vínculo entre la esfera laboral y familiar, el problema de la metamorfosis de la familia en la sociedad contemporánea suele encerrarse en la “cuestión moral”. Bajo esta perspectiva, las reformas legales en materia de familia (Ley de filiación (1998) y divorcio (2004), han sido descifrados por amplios sectores políticos y eclesiásticos como dispositivos legales que acentuarían la “crisis” por la que atraviesa la familia. Por el contrario, las reformas al Código del trabajo, sistemas de subcontratación y el nuevo estatuto agrícola en actual debate (Estatuto del Temporero) son vistos como favorables alicientes para la generación de empleo, aún cuando contribuyan a su precarización, y con ello se anula sus efectos en los sujetos y en las familias.

Entendiendo que la sociedad produce a la familia, la mirada a la esfera laboral en su relación con las diversas formas de vida en común de hombres y mujeres que trabajan en distintas ramas de la economía exportadora, puede darnos algunas claves para comprender no sólo las transformaciones demográficas (baja en la tasa de nupcialidad, aumento de la convivencia, del divorcio, de los hijos fuera del matrimonio, embarazo adolescente y así en adelante) sino algunas de las fuentes del alejamiento que muestra la sociedad chilena del patrón de familia conyugal que afirmó el orden de género industrial durante buena parte del siglo XX de la mano del Estado de Bienestar, cuán limitado haya sido en Chile.

Siendo un problema político, la forma en que se ha reestructurado el trabajo y la vigencia de una legislación que ampara la flexibilidad laboral y los regímenes de subcontratación sería pertinente abandonar la “cuestión moral” en que residen los argumentos conservadores situando el problema de interpretación de la metamorfosis que muestra el mundo privado y laboral más bien en la “cuestión social”. Hay variadas razones que explican una cierta ausencia del debate sobre la nueva cuestión social en Chile. Entre otros, un largo período dedicado a los estudios sobre pobreza que dieron paso a una sucesión de políticas públicas orientadas a su disminución. Más tarde entró en el centro del debate el problema de la aguda desigualdad existente en Chile. A esto se suma la crisis del modelo educativo puesta en escena por el movimiento de los estudiantes, los efectos de la privatización de la seguridad social visible en las limitaciones de las AFP y, desde luego, la fuerte tendencia a separar la producción de conocimientos de los debates nacionales que se observa en los medios académicos gracias a la cultura de la competitividad que ha generado la carrera por la indexación en revistas internacionales.

La familia y el trabajo suelen ser tratados en Chile de manera separada aunque los estudios sobre el campo laboral han abordado los cambios producidos en la esfera del trabajo producto de los procesos de flexibilidad laboral que irrumpieron amarrados al paradigma neoliberal y al proceso de globalización no necesariamente han profundizado en las importantes transformaciones que han ocurrido en paralelo en la esfera privada y familiar sobre todo, cuando de trabajo precario se trata.

De su lado, los estudios y debates sobre la familia no suelen incorporar las diferencias entre clases sociales, capitales culturales y económicos o situaciones laborales como factores de distinción frente a las mutaciones del orden privado. Sin embargo y en la medida que el referente igualdad de género se ha incorporado en la sociedad y las políticas públicas se han despojado del carácter de neutralidad de género que las caracterizó en el período industrial, los estudios sobre la participación de las mujeres en el mercado de trabajo son cada día más numerosos.

“Familias y Trabajos en el neoliberalismo, es un estudio sobre los trabajadores y trabajadoras en la producción de uva, salmón y cobre y constituye una contribución a la comprensión de la relación familia-trabajo en tres de los sectores más importantes de la economía exportadora chilena. En él se profundiza en la comprensión de las transformaciones sociales en curso articulando el campo familiar con el campo laboral en la agroindustria, la salmonicultura y la minería del cobre sabiendo que se trata de un universo de trabajadores/as que comprende a poco menos de la quinta parte de la fuerza de trabajo del país con la singularidad que se trata de quienes trabajan en los sectores volcados a la exportación, orientación del modelo que pocos discuten.

Los resultados del estudio y las comparaciones entre los sectores frutícola, salmonero y minero nos llevan a afirmar que no se puede explicar lo que ocurre en la familia solo a partir de factores internos o externos, que son ambos los que intervienen y que a la vez intervienen de manera distinta según las modalidades del empleo en cada caso. No obstante, se constató que la vida en común emerge de estructuras sociales que se han complejizado dando lugar a distintas formas de familia según categorías laborales cuyas formas de reproducción tampoco son homogéneas.

Por otra parte, confirmamos que existe un estrecho vínculo entre economía, trabajo y familia y ésta última variará en su conformación y modos de funcionamiento según los distintos modos de inserción laboral y los regímenes laborales subyacentes: turnos secuenciales, turnos rotativos, trabajo nocturno, trabajo temporal, doble salario, salario masculino; migraciones, entre otros. En este sentido podemos sostener que las hipótesis planteadas en este estudio fueron pertinentes en la medida que se trabajó bajo el supuesto que ante regímenes excepcionales de trabajo, la familia presentaba porosidad para adecuarse a ellos, ya sea incorporando diversos arreglos, ya sea diversificando los tipos de familia. Es importante consignar las diferencias que se producen en la relación trabajo-familia entre estos tres sectores dado el nivel de consolidación de la actividad productiva de la que se trate.

La minería, por ser más antigua cuenta con una tradición de disciplinamiento de la fuerza de trabajo establecida a partir de todo el siglo veinte. Disciplinamiento, en el cual la familia jugó un papel importante para estabilizar a los trabajadores en la empresa, a través de beneficios para la mujer y los hijos como acceso a vivienda, salud, educación, actividades de esparcimiento, entre otros De este modo los empresarios de la minería lograron fidelizar a la fuerza de trabajo a partir de los beneficios otorgados a las familias de los trabajadores, consagrando así el modelo de la familia industrial donde al hombre le cupo el papel de proveedor y la mujer la responsable del hogar.

Posteriormente, gracias al peso de los sindicatos que han incluido en sus demandas estos beneficios se ha logrado mantener esas ventajas para las familias. Sin embargo, no gozan de los mismos beneficios los trabajadores subcontratados a través de empresas externas, cada día más numerosos en relación a las contrataciones directas, los cuales muestran condiciones de trabajo semejantes a las de los trabajadores/as temporales de la uva y el salmón. La fragmentación en el mundo del trabajo junto a la diferenciación de las condiciones laborales, incluso al interior de un mismo sector dan cuenta del carácter a la sociedad actual.

A diferencia de la minería, la fruticultura se ha expandido en el marco del neoliberalismo y en la desprotección de los trabajadores, especialmente de las mujeres jefas de hogar que por la necesidad de generar un ingreso aceptan pésimas condiciones de trabajo y horarios extenuantes. En el caso de las temporeras, son los contratistas los que aparecen como mediadores entre trabajadoras y empresas y la fidelización de la fuerza de trabajo se hace en base a la conformación del salario y al tipo de relaciones que establece el contratista con los trabajadores/as. Como en este caso las posibilidades de sindicalización son casi inexistentes el margen para reinvindicar derechos mínimos es muy estrecho, por lo cual es la familia ampliada o nuclear la cual debe hacerse cargo de resolver los problemas de salud, gastos de educación, vivienda, cuidados, etc.

Por su parte en la industria del salmón, actividad introducida hace menos tiempo y con una fuerza de trabajo local indisciplinada para los ritmos industriales, y que en el caso masculino tiene opciones aún de desarrollar otras actividades, se da preferencia a los migrantes con experiencia laboral en mercados de trabajo por sobre los trabajadores locales. La situación de los trabajadores subcontratados es similar a la de las trabajadores/as de la fruticultura en lo referente a condiciones de trabajo y al peso de la familia para la reproducción. Sin embargo las grandes empresas, al igual que en la minería buscan estabilizar a sus trabajadores/as a partir de beneficios para las familia e hijos, ya sean becas, lugares de esparcimiento u otros; por su parte los sindicatos en sus petitorios incluyen demandas de tipo familiar.

Además constatamos que en los lugares donde existía una actividad que se desarrollaba en un contexto que mantenía cierta estabilidad, como es el caso de la fruticultura y no existían situaciones que lo alteraran, ya fuera crisis -como en el salmón- o auge -como en la minería- se encontraron situaciones más asentadas, pese a la precariedad e informalidad laboral, en la relación familia-trabajo, en los modos de organizarse para las tareas reproductivas y de cuidado donde se muestra el lugar central de la familia y parentesco. Por otra parte, logramos establecer que en un contexto de cambios todas las familias crean distintos mecanismos para adaptarse a las exigencias del trabajo. Sin embargo, aquellas que tienen un origen rural más cercano, parecen resistir mejor los embates del neoliberalismo y los sistemas de turno, apelando a la familia extensa y a recursos culturales provenientes de un mundo donde lo comunitario aún está vigente.

En el caso de las temporeras de la uva, se evidenció que la jefatura de hogar, característica del sector, debió apelar a los mecanismos ya instalados de cuidado de hijos y trabajo doméstico a partir del apoyo de otras mujeres del grupo familiar, en el contexto de una mayor movilidad espacial entre distintos valles frutícolas y de alargamiento de la jornada laboral. Por su parte, la crisis en la salmonicultura, con la cesantía que la acompañó, modificó de manera importante los arreglos familiares para estas tareas, ya fuera por el incremento de las horas extras en feriados y fuera de turnos de las mujeres que conservaron el trabajo en esta industria o por la necesidad de los hombres de desplazarse hacia otros lugares para generar ingresos. El ingreso de mujeres a la minería, por el incremento en la demanda de fuerza de trabajo en un período de expansión, también introdujo modificaciones en la cultura minera marcada tradicionalmente por la homosocialidad.

En base a nuestros resultados podríamos sostener que, siendo el cobre el pilar de la economía chilena, este conserva el patrón de familia de la sociedad industrial en cuanto reproduce el patrón de hombre proveedor, mujer en el dominio doméstico. No obstante, los niveles salariales, su asentamiento en la tradicional “cultura minera”, las formas de hábitat que disocian trabajo y familia por los sistemas de turnos, estarían a la base de la reproducción de contratos conyugales que coexisten con contratos afectivo-sexuales paralelos que producen una suerte de redistribución del salario minero entre mujeres y familias. El minero gana bien, tiene capacidad de endeudamiento y de mantener doble familia. Contribuyen a estas formas de vida, el desmantelamiento de los company towns, la urbanización del hábitat minero y el sistema de campamentos para los trabajadores en las minas. No obstante estas situaciones corresponden a los trabajadores directos mientras los subcontratados corren semejante suerte que los temporeros /as de la fruta y del salmón.

La agroindustria y la salmonicultura se configuran en los bordes de la economía, bordes geográficos (los mares del sur) y bordes sociales (los empleos más precarizados en los valles mediterráneos y nortinos). El trabajo temporal forma parte de la producción de frutas y vinos así como también de una de las variedades de salmón. Los empleos más precarios así como los salarios más bajos se encuentran en la agricultura y la pesca. En ambos casos encontramos a lo menos dos situaciones: el doble salario de la pareja y una franja significativa de mujeres cabezas de familia que están compelidas a construirse el salario de las más variadas formas: alargando la jornada laboral, migrando para extender los tiempos de asalarización y construyendo arreglos familiares y laborales que les permitan la reproducción de sus familias. En ambas situaciones el lazo conyugal y de pareja se muestra frágil y cambiante. Las familias encabezadas por mujeres superan en estos sectores a la minería ya sea como jefas de hogar o de núcleo al interior del hogar principal.

Además de la mayor feminización de las actividades de la uva y el salmón, se da una mayor participación de hombres y mujeres de origen indígena en la fuerza de trabajo reclutada por estos sectores. Su inclusión en estas formas de trabajo precarizadas –ya que una parte sustantiva de ellos trabaja como subcontratados o como trabajadores temporales–, evidencia como la economía exportadora integra temporalmente y excluye por períodos bajo pésimas condiciones laborales a los grupos poblacionales más vulnerables y discriminados por razones de género y etnia. A ello se agrega el hecho que en ambos sectores –especialmente la fruticultura–, los niveles de sindicalización de los trabajadores son muy bajos, lo cual atenta contra la posibilidad de reivindicar derechos laborales.

Las conclusiones por sector nos indican que la estacionalidad del empleo en la agricultura junto a las migraciones laborales contribuyen a reconfigurar a la familia en términos de estructura y no sólo de arreglos y reacomodos internos; además se recurre a apoyos vecinales y dentro del sistema de parentesco cuando las mujeres trabajan. El incremento de 142 por ciento del trabajo asalariado de las mujeres en la agricultura en la última década (CASEN) favorece la co-provisión de ingresos de la pareja. El mismo salario produce autonomía e independencia en el sujeto femenino y es un factor que contribuye a explicar el aumento de familias matricentradas, es decir, mujeres a cargo de sus hijos. Las migraciones estacionales y por largos períodos (del sur del país y de los países andinos) contribuyen a las separaciones conyugales.

Las trabajadoras de la fruta parecen estar menos dispuestas a vivir lazos conyugales insatisfactorios pero a la vez, sus parejas también suelen dejarlas sin asumir sus responsabilidades paternas. La imposibilidad de acceder a vivienda de las parejas jóvenes o por el embarazo adolescente los obliga a tener que allegarse a otro hogar, generalmente el de los padres. Los sistemas de cuidados de niños de las empresas son inexistentes; a los del sistema público se accede cuando hay cercanía. La fragilidad del lazo conyugal, las familias con jefatura femenina, recompuestas y familias extensas coexisten con familias nucleares así como con hogares unipersonales de migrantes andinos que sostienen a sus familias vía remesas. Estas situaciones se dan en Latinoamérica en economías también globalizadas como la chilena, en la producción de frutas y hortalizas, café y tabaco con un fuerte peso de las mujeres y poblaciones indígenas y migraciones laborales (FAO 2012, y 2013, Empleo y condiciones de trabajo en las temporeras agrícolas, tomo I y II).

Aunque las trabas culturales obstaculicen los cambios en las relaciones de género en el dominio doméstico, las mujeres jóvenes y quienes ganan salarios más altos –jefas de hogar– presionan –o han presionado– por modificar el desigual reparto de poder en la familia. Conflictos en este campo favorecen las separaciones conyugales. Si en términos de estructuras familiares el sector de los temporeros es heterogéneo, en términos de trabajo/empleo también lo es. Los distintos tipos de inserción laboral, horarios y desplazamientos geográficos son factores que interfieren en la familia siendo las mujeres quienes tienen jornadas más extensas, habiéndose producido una feminización de las migraciones laborales como forma de prolongar el tiempo de asalarización.

Las Memorias de estudiantes asociadas a este estudio muestran que en la región del Maule por la diversificación del uso del suelo (uva, arándano, cerezas, manzanas y hortalizas, uva vinífera) hay mayor rotación laboral entre cultivos; si se quiere “menos oficio” mientras que en Atacama hay mayor especialización en la uva de mesa, mayor calificación laboral en las distintas labores del packing y mejores salarios. La “multi-especialización” en los territorios del sur de Chile Central no favorece la afirmación de la identidad laboral ni mejores condiciones de trabajo.

En el Maule los cambios culturales asociados a equidad en el uso de recursos y relaciones de poder en la familia, parecen ser más resistentes al cambio que en Atacama de tradición minera. En este sentido, la hipótesis que la cultura campesina junto a la matriz hacienda-inquilinaje es más resistente a los cambios que la obrera-minera es plausible. Resultan interesantes, con respecto a las expectativas de las temporeras, los hallazgos de temporeras solas y unidas en pareja que hacen esfuerzos por aumentar sus ingresos y enviar a sus hijos a la universidad entre las temporeras de Atacama.

El desarrollo de la industria salmonera con una producción que logró romper la estacionalidad permitió incrementar el número de mujeres asalariadas trabajando en sistemas de turno en una región donde no existía trabajo asalariado femenino relativamente estable. Alrededor de la mitad de la fuerza de trabajo contratada en las salmoneras y empresas de servicios afines son mujeres, lo que obligó a las familias a buscar formas de adaptarse a la nueva situación. Así maridos, compañeros, otras mujeres (familiares o vecinas), o los mismos hijos debieron asumir las labores de cuidados de los niños y las tareas del hogar en el caso de las jefas de hogar.

La obtención de un salario por parte de las mujeres no solo modificó la forma de provisión del hogar, instalando la co-provisión, sino un cambio en el sistema de autoridad en la familia gracias a la mayor independencia femenina lo que se ha traducido en más separaciones de parejas. Sin embargo, pese al incremento de la jefatura de hogar femenina y el no pago de pensiones por parte de los padres, también se constata la existencia de nuevas convivencias donde la nueva pareja se hace cargo de los hijos, actualizando así una práctica cultural heredera de los modos de ser y hacer chilotes.

En el contexto de la crisis por el virus ISA que dejó en la cesantía a miles de trabajadores, se vio que los quelloninos podían resistirla mejor, apelando a la experiencia en actividades ligadas al mar y al campo, realizadas por cuenta propia y en la diversificación de actividades entre los integrantes de los grupos familiares.

A partir del desarrollo de la industria salmonera en Quellón se han desatado una serie de transformaciones culturales y sociales que aún no decantan, tanto por la situación de suspenso que generó la crisis como por los mecanismos de resistencia evidenciados en las formas en que hombres y mujeres trabajadores/as se incorporan al trabajo. Existen situaciones contradictorias donde simultáneamente se constata la presencia de modos tradicionales de ser y relacionarse, donde lo colectivo y lo familiar aún tienen un peso pero coexistiendo con prácticas de corte individualista exacerbadas por el peso que ha adquirido el dinero y el endeudamiento con tarjetas de crédito, común a los tres sectores.

Constatamos diferencias de género importantes en los modos de incorporarse al trabajo que dan cuenta de la mayor o menor permeabilidad para asumir los procesos de cambio. Los hombres en su indisciplina laboral evidencian un mayor apego a la tradición encarnando aquello de “trabajar para vivir” y no “vivir para trabajar”. Es importante destacar que la posibilidad de la resistencia a ese tránsito reside en las mayores posibilidades de obtener ingresos que ellos tienen a través de la realización de actividades por cuenta propia en el mar y en el campo. Se puede hipotetizar que una vez perdido el acceso a estos recursos o bien debido a su deterioro, la asalarización será su futuro.

Las mujeres muestran una mayor flexibilidad para adaptarse a las exigencias de la industria salmonera y muchas de ellas han incorporado en su definición de identidades su condición de trabajadoras, valorando tanto los ingresos económicos que reciben como la independencia que estos posibilitan en constituirse como sujetos capaces de tomar decisiones de manera autónoma. Paralelamente existen mujeres que se refugian en prácticas tradicionales en sus modos de relacionarse con los jefes en el trabajo, o que utilizan el pretexto de la maternidad para desplegar prácticas individualistas, que además son las que caracterizan a los trabajadores, hombres y mujeres, más jóvenes.

En la minería y ante el “boom minero” identificamos como emergentes la forma en que los regímenes de trabajo afectan a las mujeres trabajadoras y sus familias y el tipo de inserción que tienen los mineros indígenas en la gran minería del cobre, estando históricamente vinculados a la pequeña minería y la minería de pirquén.

En relación a las mujeres operadoras mineras, se puede decir que gran parte de ellas provienen de familias mineras que han sido contratadas desde muy jóvenes y se han formado en el trabajo. Muchas de ellas no están casadas ni tienen hijos, y muchas otras están separadas producto de los problemas que crea para una cultura machista el que una mujer trabaje en sistemas de turnos y en un ambiente laboral masculinizado. La excepción se da en algunas minas donde se contrató simultáneamente a hombres y mujeres jóvenes que al convivir en las mismas faenas, formaron parejas y se casaron, como en el caso de Mina Gaby, donde a los hijos nacidos de estos trabajadores/as se los denomina "hijos Gaby". Los resultados de la investigación confirman que hoy día pesan cada vez más las diferencias etarias en la cultura minera, siendo los trabajadores más viejos conscientes de la emergencia de un nuevo estilo de pareja, de familia y también de vivir el trabajo.

Además se estableció que en la minería, específicamente en el sector subcontratado, siguen pesando los vínculos familiares y de parentesco en el acceso a contratos de trabajo. Los equipos de trabajo se constituyen con integrantes de grupos familiares y parientes. A diferencia de lo que ocurre en las empresas mandantes, donde el parentesco pesa cada vez menos frente a la calificación profesional, lo que debilita el “habitus” familiar minero, y lleva a las nuevas generaciones a buscar otras vías de desarrollo laboral.

El crecimiento de la renta minera ha favorecido principalmente a las categorías jerárquicas más altas de la minería (gerentes y ejecutivos), lo que explica que los hijos de mineros orienten sus vocaciones a otros sectores profesionales, al ser conscientes de la enorme brecha que separa a operarios de supervisores. Por lo que es muy probable que a futuro, el reclutamiento de operadores mineros se alimente ya no de las familias de las regiones del norte, sino del centro y sur del país, donde las remuneraciones mineras siguen teniendo un gran atractivo comparativo.


El estudio, próximo a publicarse en Ediciones LOM, es producto de una investigación FONDECYT a cargo de Ximena Valdés (CEDEM/Universidad Academia de Humanismo), autora del estudio sobre agroindustria y la uva en Atacama; Loreto Rebolledo (Universidad de Chile), autora del estudio del salmón en Quellón; Jorge Pavez (Universidad del Norte) junto a Gerardo Hernández (USACH) autores del estudio de la minería del cobre en Calama, Copiapó. Antofagasta e Iquique.

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