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Gramsci y la revolución rusa. Por Claudio Salas

Dado lo mucho que se habla hoy de la Revolución Rusa y de Antonio Gramsci, quisiera evidenciar la estrecha y determinante relación entre ambos. Poco se sabe de esto, a pesar de su importancia.

En 1917 el triunfo comunista en Rusia fue para muchos la ratificación del Marxismo como proyecto ideológico, al menos como la tradición marxista entendía este proyecto. Sin embargo, para Gramsci esta revolución coincidió con el replanteamiento que hizo a dicha ideología.

Si bien él apoyó y celebró la Revolución Bolchevique, el entusiasmo no le hizo perder la lucidez, tan necesaria para lograr efectivamente la revolución proletaria a nivel mundial. Gramsci participaba del movimiento comunista internacional y en su Italia natal fue uno de los fundadores del Partido Comunista, además de ser activista del movimiento obrero. Pero los hechos en Rusia le evidenciaron que no era imprescindible el cumplimiento cabal de todas las etapas de desarrollo del capitalismo para que los proletarios hagan la revolución y se instale el socialismo. Esto último era una premisa ineludible de la "tradición marxista" a la que Gramsci responde “La Historia no es un cálculo matemático”.

Contrario a lo que se podría pensar, su planteamiento no le generó polémica con Lenin, sino con la Internacional Comunista, quienes por años interpretaron de manera simplificada las ideas de Karl Marx, en un mal entendido afán de darle carácter científico irrefutable a su visión del desarrollo de la historia. A partir de ese error se tendía a pensar que la historia depende únicamente de la economía y que sólo cuando las condiciones de desarrollo económico del capitalismo están completas, se podrán dar las condiciones subjetivas (el cambio de mentalidad necesario) para que los proletarios hagan la revolución. Frente a esto Gramsci señala que “debemos ser revolucionarios, no evolucionistas. Negar el tiempo como factor de cambio. No se necesita que todas las experiencias intermedias entre la concepción del socialismo y su realización deban tener una confirmación absoluta e integral en el tiempo y en el espacio. Basta que estas experiencias actúen en el pensar para que sean superadas y se pueda avanzar. Pero es necesario sacudir las conciencias”. Aquí se vislumbra ya la importancia que él daba a la subjetividad del proletariado, por sobre los procesos económicos e institucionales.

En 1920 señala: “El desarrollo real el proceso revolucionario ocurre en la oscuridad de la conciencia de las multitudes inmensas que el capitalismo somete. No es un proceso controlable ni documentable; lo será en el futuro, cuando los elementos que lo constituyen (los sentimientos, las veleidades, las costumbres, los gérmenes de iniciativa y de moral) se hayan desarrollado y purificado con el desarrollo de la sociedad”.

Por eso, Gramsci destaca que el despertar de la conciencia del pueblo y su consiguiente revolución, ocurran en Rusia, donde aún no se cumplen los “requisitos” de desarrollo económico del capitalismo: un país con una economía aun en etapa agraria y feudal y con un desarrollo político arcaico, de monarquía previa a una república burguesa capitalista.

¿Qué sucedió entonces para que el pueblo ruso tomara conciencia y decidiera dar la lucha por el poder, para derrocar al Zar, al incipiente gobierno burgués y al ejercito de cosacos? ¿Qué los hizo cambiar y decidirse?

La respuesta que da Gramsci no sólo explica los hechos puntuales de esos días, sino también postulará una teoría que amplió la visión del marxismo. Él señala que las condiciones sociales de Rusia, siendo pre-capitalistas, bastaron para aunar el estado anímico de los rusos y cambiar lo más importante: sus condiciones subjetivas, su subjetividad, las cuales se sintetizan en una importante palabra; la Voluntad.

Para Gramsci el motor de los cambios históricos no está tanto en la economía, la legalidad o la institucionalidad, sino en lo que las personas sufren, comprenden, gozan, quieren o niegan, es decir, en su subjetividad. Para él "los hombres valen más en cuanto son espíritu, que por su corporeidad y su energía mecánica desarrollable". Todo esto lo lleva a reivindicar la voluntad como algo más profundo y determinante que un mero estado anímico, que un querer antojadizo: es más bien un principio, que no siendo propiamente racional, aun así es causa suficiente para fundamentar la acción política. Las personas pueden y deben hacer la revolución porque así lo quieren y no porque la racionalidad totalizante de la tradición marxista declare la revolución como "científicamente inevitable".

Gramsci dice; "La historia no es economía, sino que es el hombre, la voluntad colectiva y social, los hombres contactándose, acercándose y entendiéndose entre sí: la civilidad. Lo único predecible de la historia es el avance económico, el Avenir, el cual podemos acelerar con el Devenir, que es el planteamiento hacia el futuro de la voluntad del hoy de modificar el ambiente social”.

Gramsci pone en su justa medida el aporte de Marx para predecir el desarrollo histórico: "Él predijo sólo aquello que se podía predecir: el desarrollo de la economía a través de la historia". Señala que las leyes planteadas por Marx para el desarrollo de las condiciones subjetivas del pueblo, son sólo leyes de tendencia. No son leyes categóricas, específicas, ni leyes naturales.

En cambio, reivindica la Voluntad como principio filosófico con el cual las personas pueden cambiar su destino y la sociedad. Este pensador plantea que la voluntad del pueblo ruso despertó, no sólo por las injustas y míseras condiciones sociales del régimen zarista, sino porque surgió también una relación de necesidad económica capitalista: la primera guerra mundial. Ella concentró la actividad económica en unos pocos. Pero además tubo una consecuencia referida más bien a lo subjetivo: en las trincheras y cuarteles, los dispersos proletarios rusos pudieron encontrarse, acercarse y así compartir experiencias, ver que los unía el sufrimiento, la rabia, es decir, los sentimientos que sumados conformaban su subjetividad. Además se dieron cuenta de la fuerza que ellos tenían, ya no sólo contra el enemigo alemán, sino también contra el enemigo interno, contra sus propias autoridades.

Con esto Gramsci deduce también otro argumento: si sólo bastaran las condiciones sociales y económicas para que la conciencia político-moral del pueblo despierte, entonces desde siempre habría habido revoluciones, porque desde siempre ha habido miseria. Pero sin embargo hace falta el principal elemento, el que marca la diferencia y logra despertar la conciencia revolucionaria: El cambio del ánimo colectivo de un pueblo. El cambio del sujeto en su subjetividad.

Además, Gramsci agrega al factor de la guerra la acción pedagógica de los bolcheviques, quienes con su prédica generaron conciencia proletaria contactando al pueblo ruso con las experiencias de otros países, superando estas experiencias (en el sentido dialéctico) con su pensamiento y voluntad. La guerra y la prédica socialista, como dijimos antes, sacudieron las conciencias en lo emocional y lo racional, sin necesidad de que lo hicieran todos los procesos económicos.

Por cierto, el cambio en la subjetividad y el despliegue de la voluntad no implican improvisación ni ausencia total de racionalidad. Por eso Gramsci destacó dicho trabajo educativo de los Bolcheviques, dando como ejemplo cuando instalaron en el pueblo la célebre consigna “Todo el poder a los Soviets”, para lo cual se tardaron ocho meses. Él lo vio como un ejemplo de maduración de las experiencias de la clase obrera, como una práctica en base a la cual debe necesariamente construirse “la verdad colectiva, la solución de los problemas. Experiencias que se institucionalizan en la idea de Estado Proletario”. Este principio debía replicarse en Italia (1919) y puede leerse como una génesis embrionaria de lo que años después llamaría Praxis; la construcción y replanteamiento de la teoría desde la práctica (“El Materialismo Histórico y la Filosofía de Bendetto Croce”). Otro ejemplo de Gramsci para este rol educativo es el llamado “Sábado comunista”, donde los trabajadores voluntariamente laboraban ese día, sin goce de sueldo, para aumentar la producción del nuevo estado proletario. Esto fue una “costumbre ética”, instalada en la masa por los obreros del Partido Comunista a través de sus Grupos de Fábrica. Es una muestra del Partido como reactivo psicológico que genera en las masas la actuación consciente y voluntaria.

Los factores de la subjetividad colectiva fueron los que para Gramsci le dan especial importancia a la Revolución Rusa, porque además la diferencian de las anteriores revoluciones burguesas como la Francesa: "La Revolución Rusa es proletaria, no sólo porque la hicieron los proletarios, sino también porque genera nuevos factores culturales, espirituales y una nueva atmósfera moral".

Al dar importancia a la voluntad y la subjetividad colectiva, Gramsci toma distancia de la tradición simplista y mecanicista del marxismo, la cual se mantiene dentro de los parámetros puramente racionalistas de la modernidad ilustrada. Racionalidad que confía desmedidamente en la capacidad que tendrían los pueblos de razonar fríamente. Gramsci prefiere desconfiar de ello, pero no lo hace en un tono negativo, resignándose a la visceralidad de la gente, sino que lo plantea como un sano equilibrio entre razón y voluntad. Este equilibrio se resume muy bien en su famosa frase: "Hay que pensar con el pesimismo de la inteligencia, pero hay que actuar con el optimismo de la voluntad". De hecho, se identifica con Marx porque estima que el alemán tiene la visión justa de la Voluntad: "No se trata de un voluntarismo arbitrario, sino que es conciencia de la finalidad, noción de la potencia que se tiene y de los medios para expresarla en la acción. Es identificación de la clase, vida política independiente, organización y disciplina".

Meses antes de la Revolución, Gramsci ya hablaba de esta Voluntad racionalizada no por la predicción positivista, sino que por los principios morales. En su artículo “Tres Principios, Tres Ordenes” señala que la voluntad, para que sea concreta, debe serlo de un objetivo, el cual no puede ser un hecho aislado ni una serie de hechos singulares: sólo puede ser una idea o un principio moral. Para él las utopías ilustradas tenían justamente ese error orgánico, al subordinar la voluntad a una supuesta capacidad de predicción de hechos aislados, si estos no se cumplían, se derrumbaba toda la estructura de argumentos de dichas utopías. En cambio, si el principio moral se fundamenta intrínsecamente y no en un supuesto carácter inminente (como los hechos buscados por las utopías), no tiene el peligro de derrumbe del determinismo histórico. Él dice “si quereis dar a la voluntad una dirección determinada, dadle como meta lo único que puede serlo (un principio moral). En otro caso, después de un primer entusiasmo, la veréis disiparse”.

Aquí Gramsci nos muestra claramente su ánimo de equilibrar razón y voluntad, sin caer en el extremo rígido de una modernidad positivista. Este equilibrio tiene la virtud de salvar el concepto de voluntad ante un eventual derrumbe empírico. Si bien reconoce que las utopías sólo buscaban proyectar en el futuro un fundamento bien organizado y liso, que quitara la impresión de “salto al vacío” que tenían los proyectos políticos de cambios profundos y radicales, ve en ellas la debilidad de ser tan “lisas y aseadillas”, que con sólo probar la falta de fundamento de un detalle, el conjunto ideológico perece en su totalidad. Las consideraba demasiado analíticas, al fundarse en una infinidad de hechos, en vez de hacerlo en un solo principio moral.

En este contexto Gramsci ve la tradición marxista (la II Internacional y después incluirá a Nicolai Bujarin) como un dogma "opuesto al pensamiento inmanente y vivificador". Ya desde hacía un tiempo que la denunciaba como un "misticismo árido, sin pasión, visión libresca que ve la unidad, pero no el mútiple", entendiendo incluso como "necesaria la caída del mito del socialismo, en tanto pseudo verdad científica, en realidad mecánica del positivismo filosófico, que hipoteca el futuro". En este sentido él fue muy coherente con esta idea del pensamiento inmanente y vivificador, con lo que después llamaría Praxis, ya que su teoría se construyó al calor de hechos tales como la Revolución Rusa y la naciente organización obrera en Italia.

Su crítica va incluso más allá: no sólo debemos evitar aplicar leyes naturales en la historia porque desconocen la subjetividad, sino además porque esas mismas leyes naturales "no son datos de hechos objetivos, sino más bien construcciones del pensamiento, meros esquemas útiles por comodidad de estudio y enseñanza".

En numerosos textos de esos días, el joven Gramsci manifiesta de forma embrionaria lo que serían sus potentes teorías de los años posteriores. Y aunque aún no verbaliza expresamente los conceptos de Hegemonía, Praxis, Catarsis, Espontaneidad Relativa, Bloque Histórico, etc, una buena lectura de estos breves artículos permite ver diversas frases, que unidas por su cercanía en el tiempo, denotan el llamado de atención ideológico que para este pensador gatillaban los hechos que ocurrían en Rusia. Por cierto, hay en ellos la visceralidad y pasión propias de su juventud, la cual en ciertos puntos toca niveles retóricos y hasta contradictorios. Pero la tendencia general expresa la lúcida y amplia mirada ideológica que le ha valido a Gramsci su trascendencia histórica.

A lo anterior debemos agregar que este italiano conocía muy de cerca la realidad rusa, no sólo por la profunda y constante comunicación que mantenía con los bolcheviques, incluidos los mismísimos Lenin y Trotsky, sino también porque en su condición de delegado de Italia para la Internacional Comunista pudo viajar y recorrer Rusia. Tan fuerte fue el lazo personal que construyó Gramsci, que en dichas circunstancias se enamoró y casó con una rusa: Julia Schucht, madre de sus dos hijos.

Pienso que este contexto nos permite entender también algunas ideas de Gramsci, las cuales pudieran parecer contradictorias con un pensamiento tan dinámico, profundo y de mirada amplia como el suyo. Por ejemplo, su apoyo explícito al concepto de Dictadura del Proletariado y a como esto se aplicaba en la naciente Unión Soviética. Él sentía que las imposiciones y restricciones eran sólo el complemento de una espontánea evolución de momentos sociales que denotaban el cambio de voluntad del pueblo ruso y sus crecientes valores colectivos. Llegó a afirmar que “la dictadura garantiza la libertad en Rusia, mientras se consolidan los organismos permanentes tales como los Soviets y el Partido Comunista, pues primero hay que organizar la libertad”. Él confiaba que estos organismos no se volverían entes cerrados, sino que se integrarían continuamente y estarían en desarrollo constante, lo cual con el tiempo garantizaría la libertad, pues serían meros transmisores de la voluntad individual de cada ruso, la cual en el debate de las asambleas se volvería voluntad colectiva.

Eso sí, Gramsci entendía que la Revolución Rusa no era aún un socialismo propiamente tal, sino más bien el desarrollo de la sociedad rusa bajo el control del proletariado. Su visión de la Revolución Rusa tampoco lo llevó a desestimar mayormente las tesis Marxistas, salvo su extremo positivista. Su artículo “Nuestro Marx” (1918) deja en claro el inigualable aporte que para Gramsci realizó el filósofo alemán.

También pudiera pensarse que el sólo título del texto “La Revolución Contra el Capital” (1917. El artículo más emblemático que el italiano redactó contra el marxismo mecanicista positivista), es ya un descarte categórico de la obra “El Capital” de Marx. Pero si bien la lectura de este texto señala que no se refiere al “Capital” como sistema capitalista, sino al texto marxista, tampoco debe pensarse que para Gramsci la Revolución Rusa demuestra la obsolescencia de dicha obra. Por ello la importancia de contextualizar el mencionado artículo, comparándolo y enlazándolo con los muchos escritos que en esos mismos días él publicó en los periódicos comunistas “El Grito del Pueblo” y “El Nuevo Orden”. Si con esto hacemos una lectura consistente, veremos en su justa dimensión la crítica a la tradición marxista de esa época, institucionalizada en la II Internacional Comunista, la cual no es un llamado a renunciar a Marx, sino más bien a leerlo de manera minuciosa, a entenderlo bien y no volverlo un dogma. Visto así, “La Revolución Contra el Capital” se entiende como una balanza donde sopesamos la práctica con la teoría: “La Revolución Rusa comparada con El Capital de Marx”.

De hecho, en este mismo artículo se entiende la teoría marxista como lo que “por tendencia histórica ocurre” en los pueblos, cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo, pues la economía capitalista y la lucha de clases permiten el “largo proceso de infiltraciones capilares y la larga serie de experiencias de clase, que van formando la voluntad del proletariado, al otorgarle orden en el pensamiento y conciencia de su propia potencia para ser árbitros de su propio destino”. Esto lo corrobora en el artículo “La Obra de Lenin”, donde señala que la lucha de clases es el resorte más potente de toda actividad económica, política y para explicar los fenómenos sociales. La discrepancia de Gramsci más bien apunta a lo antes mencionado: que en Rusia Marx predijo sólo lo predecible (desarrollo económico), pero no los efectos que la Primera Guerra Mundial tendría en la voluntad del pueblo ruso, porque simplemente no se podía prever semejante guerra, ni las consecuencias tan subjetivas de ella. Visto así, la Revolución Rusa fue una excepción a la norma histórica planteada por Marx, entendida justamente como norma y no como ley exacta.

Este carácter de excepción no fue entendido por muchos marxistas, quienes veían incluso una inconsistencia en los bolcheviques al tratar de construir el socialismo sin hacer madurar primero la economía capitalista en Rusia. Trataban de “utopista” a Lenin por esta supuesta inconsistencia. Gramsci explicaba que la Primera Guerra Mundial produjo en Rusia la concentración de los individuos, que en otras situaciones produce el desarrollo económico capitalista, concretamente la industrialización. De hecho, él entiende la guerra como la máxima concentración de la actividad económica en manos de unos pocos. Esta concentración de proletarios permitió desarrollar su proceso asociativo (dejar atrás el miedo y el individualismo) y darse cuenta de su potencial de fuerza colectiva, la cual quisieron mantener pese a finalizar la guerra y caer el Zarismo.

Gramsci polemizó con aquellos marxistas que, al caer la aristocracia zarista, pensaron que necesariamente vendría el ascenso del poder burgués, según el dogma del Materialismo Histórico (Marx). Él les hizo ver que la burguesía rusa era débil e incapaz y que por ello fueron arrasados por un consciente y poderoso proletariado.

También cabe destacar su acertada previsión en 1919, que con el tiempo se produciría una lucha de clases interestatal, entendida como lucha entre estados socialistas y estados capitalistas, la cual podría terminar en la “disolución por agotamiento del estado soviético”. Con esto Gramsci se acercó notablemente a lo que efectivamente ocurrió 70 años más tarde con la “caída del muro”, la cual no fue una derrota ni militar ni ideológica, sino más bien la extrema tensión entre la carrera armamentista y el desgaste económico, a la que fue empujado el campo socialista por el capitalismo mundial, lo cual derivó en su “agotamiento” y debacle política.

Pero volvamos a la voluntad: En el parrágrafo 6 de su texto “Márgenes”, Gramsci señala que las energías sociales no se pueden abstraer del hombre y de la voluntad. Error que el positivismo efectivamente comete, porque así justifica su argumento que, al no tener la vida social ni voluntad ni lógica, es una avalancha indetenible, movida sólo por “leyes naturales”, ante la cual no cabe más que observar desde lejos y abstenerse de cualquier proactividad e iniciativa revolucionara.

Visto así, el determinismo positivista puede ser premisa de la inmovilidad revolucionaria; si la caída del capitalismo, la revolución y la instalación del socialismo son procesos inevitables, porque así lo explicaría la pseudo ciencia del marxismo tradicional, entonces

¿Para qué dar la lucha por esos cambios, si ocurrirán por el simple devenir histórico económico?

Pero en el mismo parágrafo Gramsci expresa; “Al fatal sucederse de las cosas de los pseudo científicos, se ha sustituido la voluntad tenaz del hombre. El socialismo no está muerto, porque no han muerto por este los hombres de buena voluntad”.

Amigos: he querido evidenciar la fructífera conexión entre la Revolución Rusa y la teoría de Antonio Gramsci, pues ambos son conocidos más bien por separado.

El principal motivo para rememorar dicha revolución es la reflexión teórica a la que este hito nos invita, entendida obviamente como paso previo a la acción. Además, esta revolución tiene un legado ético que también es inseparable de dicha reflexión. De ahí la importancia de conectarla con el gran aporte teórico de Gramsci, pues esta conexión sirve para entender los inicios de su potente filosofía revolucionaria. Ella es una gran ayuda para quienes anhelamos la superación del sistema capitalista, ya que Gramsci hace claridad sobre las dificultades y alternativas político-culturales que hay para construir el necesario cambio de mentalidad que exige el cambio del sistema. Para Gramsci este proceso no se logra sólo con la toma del poder (sea por vía armada o vía electoral) de forma aislada, sino que debe estar precedida por la liberación de las mentalidades, es decir, por la emancipación del sujeto en su subjetividad. Una difícil tarea, pues implica cambiar las prácticas que construyen dicha subjetividad. Y esto es más que ampliar la capacidad de opinión del pueblo, es ampliar también de su sentir, todo lo cual está hoy limitado y moldeado desde la hegemonía neoliberal.

Fraternalmente Claudio Salas O.

Las ideas citadas de Antonio Gramsci fueron tomadas de artículos que él escribió para periódicos comunistas, entre los años 1916 y 1920. Los siguientes son los textos citados: “La Revolución Contra el Capital”, “Nuestro Marx”, “Márgenes”; Parágrafo 6, “La Obra de Lenin”, “Notas sobre la Revolución Rusa”, “Utopía”, “Los Maximalistas Rusos”, “Rusia y el Mundo”, “Tres Principios, Tres Ordenes”, “Democracia Obrera”, “El Consejo de Fabrica” y “Los Grupos Comunistas”.

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