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Juventud divina revuelta: El rol del mundo juvenil, como dinamizadores de los procesos de demandas sociales en el Chile pos transición por Marco Silva Cornejo

Durante la década de los 90 la fragilidad democrática de nuestra transición permitió construir una institucionalidad “en la medida de lo posible”. La necesidad de brindar gobernabilidad al país, supuso la estrategia de la desmovilización del campo de lo popular, que había madurado una rica experiencia de formación y organización durante los años de dictadura.

De esta forma, la estrategia de la transición supuso “cuidar” lo obtenido, desmovilizar el campo popular y sus organizaciones de base y comenzar una lenta pero progresiva institucionalización de dicha experiencia bajo un conjunto de acciones impulsadas desde el estado en el marco de la nueva política publica consertacionista. De manera complementaria y como procesos paralelos, emergen tipos de juventud caracterizados por el “no estoy ni ahí”, los que van aportando a la alienación de lo juvenil desde la acción de programas estilo Jingo, Rojo, Mecano. Promoviendo una subjetividad de la juventud que está orientada a pasarlo bien, cultivar el cuerpo y lo más lejana posible de su realidad territorial y de las demandas de sus entornos comunitarios. La desterritorializacion de la experiencia de desarrollo cotidiano y la virtualización y farandulización de la vida operan en este sentido como dispositivos de acción ideológica dominante y altamente instituidos.

Después de más de una década de desarrollo bajo estas condiciones, la maduración de los procesos democráticos, el sostenimiento y agudización de las brechas sociales, la marginalidad a la que ha sido postergada la categoría de lo juvenil, en definitiva; la tensión histórica acumulada, tiene una primera expresión política significativa en el marco de la revolución Pingüina el 2006. Los pingüinos irrumpen instalando demandas que los visibilizan como actores organizados, capaces de levantar un movimiento de carácter nacional e instalando una temática que logra permear la alienada dermis social de la transición: el problema de la calidad de la educación en Chile.

El espectáculo político y las demandas sociales son instalas por un actor que se creía confinado a la alienación televisiva, mediática y hedonista. Los pingüinos reinstalan desde su acción de denuncia y demanda la posibilidad de articular desde lo social y sus organizaciones un instituyente con la fuerza de movilizar, paralizar y lo más importante seducir desde la empatía buena onda a un país entero. Lo infanto-juvenil emerge para despertarnos, para contaminar con el instituyente de la revuelta el conformismo patógeno en el que nos encontrábamos como sociedad.

La continuidad histórica de este mismo proceso ha posibilitado la articulación con mayor madurez y experiencia de un nuevo movimiento estudiantil durante el 2011. Un movimiento que instala demandas de alta profundidad y trasformación para la sociedad chilena post transición. La juventud reclama mayor igualdad de derechos, una democracia directa y representativa, una educación pública, gratuita y de calidad.

Las banderas del instituyente estudiantil, nos murmuran demandas históricas, sociales y populares que muchos habían creído extirpadas del imaginario país. La juventud y los estudiantes han dado una bofetada al conformismo democrático y a su clase política, canalizando el descontento de muchos y proyectando con la alergia propia de la revuelta juvenil una sensación de hastió y de apertura de espacios para la expresión de la rabia, el descontento y la indagación.

La juventud ha despertado para denunciar aquello que nuestra clase política por complicidad o trasnoche no supo destrabar a tiempo, sumiendo al conjunto del país en una onírica representación de conformismo y apatía social crónica. La revuelta instituyente a la que nos invitaron los jóvenes ha llegado para quedarse por que parece haber despertado a un país entero.

Marco Silva Cornejo

2 de febrero de 2012

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