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LA HOJA DE RUTA CON O SIN BACHELET. Por Ángel Saldomando

El año social y político ya empezó. A derecha se trata de terminar el periodo de Piñera con un aterrizaje lo más suave posible que deje bien parados a sus candidatos. Se trata de no hundirlos con el lastre de la baja popularidad del gobierno y la pésima imagen dejada por la colusión y el conflicto de interés de sus funcionarios. Del lado de las candidaturas aspirantes a la sustitución y a representar el variado malestar social la espera por la candidatura de Bachelet marca el compás. Lo sorprendente, no en la derecha que se sabe que es más de lo mismo, es que se aspire a darle un contenido más o menos reformador a la candidatura de la ex presidenta. Así mientras unos hacen “mandas” a pagar luego con penitencias, otros tienen rayada la cancha, la única que en realidad tiene Bachelet.

La hoja de ruta

El rayado de cancha, al estilo del senador Escalona, representa el consenso más duro y conservador que estructuró a la coalición concertacionista. Disfrazado de realismo, madurez pragmatismo y otros buenos títulos expresa la base de la convergencia de intereses políticos y económicos construida en torno al modelo neoliberal. En torno a ella se ordenan sucesivas capas de funcionarios, comunicadores, operadores beneficiados que constituyen, la base minoritaria pero con poder, de la imagen de auto complacencia que le frotan en la cara al resto del país.

Cuatro temas acotan el sendero del próximo gobierno según esta visión. La principal es recordarle al poder económico cuanto hizo la concertación por facilitar un entendimiento con el empresariado. Cuanto aportó a la estabilidad y al ambiente de negocios, incluida la privatización sin límites de servicios y recursos naturales. Pero ahora se hace un llamado a este mismo actor para que comprenda la necesidad de una negociación en torno a una situación social crítica imposible de ignorar (bajos salarios, desigualdad, falta de derechos, baja sindicalización y malestar evidente). En el fondo propone una dosis más alta de inyección social al mismo modelo. La principal propuesta en la hoja de ruta es ofrecer una transacción en torno a lo social para renovar la base política del modelo económico. No se trata de elaborar políticas públicas que deben construir adhesión social, derechos y apropiación ciudadana, es decir validación democrática. No, dependen de la flexibilidad que se obtenga de los grupos económicos, Chile es un país de oligopolios, para después presentarla como la mejor política posible.

Se considera en estos círculos que esta postura es madura y realista para conservar los “éxitos del modelo” y mejorarlo. Se apoyan en la letanía que repiten al unísono sobre las “buenas cifras macro económicas” del país para justificar esta posición. No tienen cuenta que el”éxito” sin hablar de su negativo impacto social y ambiental, se basa justamente en su conformación integral: régimen de propiedad, desregulación, concentración, desprotección social, modelo extractivo primario de recursos naturales. Es más probable que la inyección social no toque ningún de estos nervios del modelo.

El segundo punto y no menos importante es la oferta de estabilidad social sin confrontación. Con ello se hace una definición estratégica: no habrá espacio para la movilización social para abrir espacio a la negociación o forzarla y llegar con fuerza propositiva. Esto que suena tan bien en el papel de la política entre cuatro paredes, obvia dos cosas fundamentales. Una es que el país ya reinicio la senda de la movilización y otra es que pasará sin el iluminado empresariado por la predica realista, no hace concesiones. Nuestro progresistas que invocan modelos sociales de avanzada (Alemania, Suecia) convenientemente escamotean que incluso allí se hacen huelgas generales cuando es necesario para presionar la negociación.

En lo político la señal más fuerte es sin duda el planteamiento de la inviabilidad de una asamblea constituyente. Los argumentos son sibilinos y cínicos pero ahí están. El primero es que la institucionalidad en Chile no está en crisis y el segundo por comparación, es que aquí no se está en situaciones como Bolivia, Ecuador o Venezuela.

A esto no hay una respuesta absoluta pero por eso mismo la opción política se vuelve más importante. El argumento de que el estado no está en crisis es válido por tres razones: la capacidad de mantener el orden vía acuerdo de las elites y la disposición a la represión estatal están intactas, a ello se agrega una movilización social limitada. Pero, por el lado de la legitimidad y la adhesión de la sociedad, así como por la imposibilidad de resolver problemas estructurales sin modificar la constitución como condición política, si se detectan factores de crisis. Y no está demás de recordar que esas fueron las razones por las que se precipitaron los cambios de constitución en los países citados a lo que se agregó la movilización social y la imposibilidad de asumir situaciones de represión masiva. La cuestión queda en el aire y su respuesta es política: depende de lo que se estime necesario hacer.

Corolario de lo anterior es la de ofrecer garantías de orden y disciplina. No hay que hacer nada que desestabilice el modelo y abra flancos de crisis. Gobierno cerrados sin margen de dialogo crítico con la sociedad es la clave. La frase “el último que llega a la fiesta no puede poner la música” expresada por el también inefable Escalona, sugiere que los que se suban al carro deben adherir al esquema dominante. Frase acuñada para eventuales nuevos aliados como el partido comunista, pero va más allá. Es también una señal fuerte para los nuevos movimientos sociales y a los liderazgos que se incorporan a diputaciones, estilo Iván Fuentes, Camila Vallejo, Giorgio Jackson.

La subjetividad que rodea esta hoja de ruta es también sintomática. Sin dramatizar sugiere la imagen de la orquesta del titanic que sigue tocando mientras el barco hace agua. Para la elite los tiempos políticos, a siete meses de las presidenciales, no expresan urgencia alguna. Todos pueden y deben esperar mientras todo sigue igual. No hay urgencias territoriales, sociales, sanitarias, ambientales o simplemente humanas. La política oficial apuesta por el aguante que manifiestan los chilenos, algunas compresas calmantes y por el consumo a crédito, tres estabilizadores que hasta ahora han funcionado. Con o sin Bachelet la hoja de ruta es la misma.

La incógnita está más bien ahora por el lado de la expresión del malestar y de los cambios en la percepción del modelo que se operado en la sociedad. De cuanto pesará está expresión como exigencia política, dependerá el que la reivindicación de una sociedad más justa y democrática no se asfixie en la camisa de fuerza que define la hoja de ruta. La elaboración política del malestar bajo formas programáticas, algo que se esbozó en la lucha por la educación pública, los conflictos regionales y ambientales, el conflicto mapuche y la más ambiciosa una nueva constitución democrática, testimonian y señalan a su vez el camino porque permite articular actores y le dan consistencia a las propuestas.

Pero esa es otra hoja de ruta.

12-3-2013

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