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La Filosofía o una forma de vivir la humanidad. Por Juan Pablo Espinosa

Sin duda la reforma curricular, la propuesta de renovación de los planes comunes para tercero y cuarto año medio impulsada por el Mineduc y que tiene la intención de fusionar la Filosofía en un área mayor que aborda entre otras cosas la educación ciudadana es un tema que no ha dejado indiferente al mundo educativo, menos a nosotros profesores de Filosofía. En esta sencilla columna que no intenta ser exhaustiva, pretendo reseñar algunas ideas sobre lo que entiendo por Filosofía y por la educación filosófica. El objetivo último que persigo es que estas líneas se transformen en un pretexto para llevar la discusión a los espacios públicos y comunes, a dialogar con otros, con la familia, los amigos, nuestros estudiantes y colegas sobre la necesidad imperiosa de no abandonar el trabajo filosófico. Espero también la crítica sincera y dialogada de los estimados lectores.

El título que inicia esta columna, la Filosofía o una forma de vivir la humanidad es un parafraseo de la idea central que el alemán Martín Heidegger, uno de los más connotados filósofos del siglo pasado expuso en su obra “Introducción a la Filosofía”. En ella se pregunta por el sentido de enseñar Filosofía, de educar filosóficamente, de pensar críticamente. Heidegger reconoce en primer lugar dos formas de adentrarse en la Filosofía, por una parte la forma histórica (enseñar quiénes fueron los filósofos, las etapas del desarrollo de este pensamiento, sus formas específicas) y por otro lado lo que él denomina la sistemática (enseñar la doctrina filosófica como cuerpo ordenado – sistema que va profundizando en las preguntas más que en las respuestas que la Filosofía propone). Estos dos elementos son necesarios y complementarios entre sí. Pero es en esto en donde el filósofo alemán da un paso más, a saber, la conciencia de que la Filosofía, aún siendo ciencia es un saber que está incoado en nosotros. Así sostiene por ejemplo que “aun cuando no sepamos nada de filosofía, estamos ya en la filosofía, porque la filosofía está en nosotros y nos pertenece en el sentido de que filosofamos siempre. Filosofamos constantemente y necesariamente en cuanto que existimos como hombres. Existir como hombres significa ya filosofar” (Heidegger 1999).

¡Qué radical el planteamiento del filósofo que abordó el tema de la existencia en el mundo! ¡Hacer filosofía, enseñar filosofía es ser verdaderamente hombre, persona humana! Primer llamado de atención: desde el momento en que el hombre y la mujer comienzan a vivir su vida de manera auténtica, esto es, asumiéndola con todo lo que ella conlleva ya está haciendo filosofía, está filosofando – ejerciendo la acción de pensar filosóficamente. En clave pedagógica, permitir que nuestros estudiantes hagan filosofía de manera activa, pensando sus propios problemas vitales y no concibiéndolos solo como actores pasivos en el proceso de enseñanza y aprendizaje, no es otra cosa que permitirles que ejerciten su más profundo sentido humano, su esencial (ontológico) sentido de ser humanos inmersos en el mundo. Dicha inmersión mundana es una que se realiza teniendo en cuenta la historia, la cultura, el ambiente y sobre todo el contacto con los otros y otras con los cuales éste va creando espacios ética y amorosamente sustentables. Si el Mineduc les priva y nos priva de la experiencia de filosofar creo que esto aparece como un acta de condena. Condena de privarnos de pensar con otros. Condena de deshumanización.

Heidegger en otro lugar del texto que inspira esta columna comenta que la Filosofía, al estar dentro de nosotros debe ser liberada. Hay que ponerla en marcha, motivarla, dinamizarla. Pero ¿cómo se dinamiza la filosofía que está anidada en nuestro ser más íntimo? La respuesta, la única respuesta es vivir una vida libre en la cual se hagan preguntas. Segundo momento de la columna: ¡saber hacernos preguntas! ¡crear una pedagogía de las preguntas! Las preguntas son el derecho de los hombres libres. En esto reside el carácter más auténtico de la disciplina filosófica, a saber, que tiene más preguntas que respuestas. Si la lógica anterior fuese inversa en ese momento dejaría de existir la filosofía. Es lo que se conoce como el carácter “aporético” de la Filosofía (a: sin; poros: salida). Las preguntas necesitan ingredientes: en primer lugar la capacidad de asombro, sobre todo la que es propia de los niños. Los niños son los eternos cuestionadores de la realidad, quieren saber todo, por qué y por qué. La Filosofía necesita que volvamos a recrear nuestro “ser como niños” que no es un estado de infantilismo sino que es la recuperación del asombro como condición esencial del filosofar.

La pregunta también posee un carácter subversivo. La Filosofía emprende la tarea de preguntarse por la realidad y por sus condiciones. Y las preguntas son críticas, ya que imaginan que las cosas pueden ser de otro modo, que la realidad puede recrearse, que puede erigirse un nuevo pensamiento producido por un nuevo hombre que crea la nueva sociedad. Es la capacidad de la curiosidad. El pedagogo brasileño Paulo Freire en conjunto con Antonio Faundez escriben la obra “Por una pedagogía de la pregunta”. En un momento ellos comentan que ha acontecido una “castración de la curiosidad”. Ella se entiende como un movimiento unidireccional por el cual sólo el educador tiene todas las respuestas a todas las posibles preguntas del educando.

¡Falso! El auténtico dinamismo de la pedagogía de la pregunta y de la pedagogía filosófica es justamente lo contrario, a saber, crear la conciencia de que las preguntas y las respuestas son un patrimonio común, de educador y educando, es un movimiento multidireccional y horizontal. Y continúan estos autores: “Ante todo el profesor debería enseñar a preguntar. Porque el inicio del conocimiento es preguntar. Sólo a partir de preguntas se buscan respuestas. Creo, por otra parte, que la represión de la pregunta no es sino una dimensión de otra represión mayor: la del ser, la represión de su expresividad en sus relaciones en el mundo y con el mundo” (Freire y Faundez 2014). Justamente la Filosofía impide que exista la represión del ser, y por ello invita a la persona a liberar la palabra y a generar preguntas, a criticar y a mirar la realidad desde otra perspectiva.

Si el Mineduc coarta la enseñanza filosófica está condenando a las nuevas generaciones a la “castración de la curiosidad”, porque una persona que pregunta es un sujeto crítico, que se ha apoderado del conocimiento y que con base puede mirar la realidad y darse cuenta de que las estructuras de relaciones de convivencia no están fluyendo como deberían hacerlo. Se hace necesario a su vez que la Filosofía, para que pueda desarrollar su actividad aporética (tener más preguntas que respuestas) siga dialogando con las demás disciplinas del saber. Sólo un diálogo interdisciplinario y comunitario nos permitirá reconocer cómo las preguntas fundan la experiencia humana.

Pueden haber muchos otros elementos en la discusión. Sólo he querido señalar estos dos que me parecen imprescindibles. El tema sigue candente y se ha visibilizado. Juntémonos a dialogar y a pensar el problema. Hagamos Filosofía no sólo como repetición de fórmulas pasadas sino como confrontación de la teoría filosófica con las problemáticas actuales. Liberemos las preguntas interiores y construyamos una humanidad más justa y más corresponsable.

Juan Pablo Espinosa Arce
Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule)
Profesor de Ética y Filosofía en el CFT-IP Santo Tomás, Sede Rancagua

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