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La apología de la traición. por Emanuel Garrison

Hace poco uno de los máximos exponentes del “lobby”, Eugenio Tironi, ha expuesto en una entrevista efectuada en la revista “Qué Pasa”, sobre las particulares aprensiones que él tiene sobre la reforma tributaria. Según lo que él declara la “soberbia de estos tecnócratas me recuerda a los “chicago boys”. Una frase bastante extraña y que llama a perplejidad, pues la ideología de los llamados chicago boys no ha sido otra que defender a las grandes compañías empresariales; aunque él mismo ya ha estado en el directorio de la multinacional de energía eléctrica Enersis. También ha fungido para cabildear y hacer antesala a favor de los grupos de poder económico y monopolios, como lobbista, y defender a las grandes cadenas de farmacias, especialmente en el caso de colusión de precios, o para abogar en pos del grupo Angelini en el caso Celco (Celulosa Arauco) y la muerte masiva de cisnes de cuello negro en Valdivia. O en el caso Mc Donald’s, cuando a raíz de la contaminación eventual por una extraña bacteria, encontrada en una hamburguesa de esta cadena, gestionó a través de su empresa de comunicación estratégica que Ricardo Solari, en ese entonces ministro del Trabajo; Ernesto Behnke, subsecretario de Salud, Daniel Farcas, director del Sence y ex rector de la Uniacc (hoy diputado por el PPD) y Karen Poniachik, vicepresidenta del comité de inversiones extranjeras, comieran en público hamburguesas en uno de los locales de la cadena norteamericana de comida chatarra, para dar una señal de tranquilidad a “la gente”.

Además, es por lo menos raro que se refiera tan despectivamente a los “chicago boys”, cuando en muchas ocasiones ha tenido la oportunidad de reunirse con ellos. Tanto en sus actividades de lobbista, y consultor, cuando sirvió como director de Enersis, o en sus cargos políticos durante la Concertación. Y de hecho trabaja hoy en día junto a José Melero Abaroa, director de la Cámara Chilena de Centros Comerciales (Malls) y quien es hermano de Patricio Melero, ex presidente de la UDI, partido emblema del dogma neoliberal y que fuera creado a la sombra de la dictadura para implantar políticas como la del “chorreo”, la privatización de empresas del estado y la concentración anormal del poder económico.

Hoy después de haber influenciado urbi et orbi para mantener el statu quo y el libertinaje del sistema social basado en la desigualdad y asimetrías en el ejercicio del poder entre ciudadanos y multinacionales, pretende instalarse como un defensor de la gente, en un articulador de la democracia de los acuerdos entre cuatro paredes, resucitando añejas prácticas y discursos trasnochados e inútiles que condujeron a convertirnos en un país ejemplo de lo que no se debe hacer en una democracia moderna y de bienestar generalizado. Y para ello orquesta desde sus tribunas y pulpitos, bien financiados por cierto, la batalla publicitaria y propagandística en defensa de los intereses de los poderosos. Más adelante se victimiza cual oveja desprovista señalando que no lo han escuchado, y tampoco a sus acaudalados representantes, como si no tuvieran tribuna ni espacios ni prensa para distribuir su mensaje y su evangelio oneroso y lucrativo. Y por ello levanta su dedo acusador y demoniza a la “soberbia de los tecnócratas”. Pero de algunos tecnócratas. Porque de igual manera se rinde a los pies de otros tecnócratas que si sabían cómo hacer bien las cosas y erigir una nación “injusta”, pero basada en acuerdos.

Sin embargo, esos mismos grupos que defiende nada dijeron, nada, ni escucharon absolutamente a nadie cuando implantaron el modelo neoliberal a punta de bayoneta y destrucción, a punta de decretos de estado de sitio y toques de queda, en medio de la supresión de libertades y derechos ciudadanos. A ellos sirve ahora, pero ahora van disfrazados de innovadores y emprendedores, aunque ciertamente él se encarga de mantener sus listados de nombres en las sombras de la prudencia y el anonimato.

La verdadera decencia intelectual, aunque quizá pague menos que el cabildeo para las transnacionales y el lobby, es tratar de llevar a este país a un estado de mayor igualdad de oportunidades, apoyar las medidas que reviertan los índices de extrema desigualdad, porque hoy por hoy defender el establishment para que se mantenga inalterable el índice de Giñi, incluso a niveles de varios países africanos, y un sistema de inequidad donde por ejemplo la gran minería aporta solo con el 1,1% a la recaudación total de ingresos tributarios del país, es casi defender lo indefendible, es defender un modelo en el cual “la gente” al menos ya no cree, esencialmente porque ha demostrado ser no solo ineficiente e inmoral, sino que, a través del transcurso del tiempo, totalmente falaz desde su origen.

Desde los años 90 se ha visto que la política de los acuerdos entre cuatro paredes y de espalda a los ciudadanos, no ha traído mejores resultados ni en la distribución del ingreso nacional, ni mayor desahogo para los sectores medios de la población, también se ha visto como la tendencia ascendente de acumulación de patrimonios y riqueza sigue aumentando con beneficios ingentes solo para un sector del conjunto del país. Y principalmente para las grandes transnacionales y corporaciones. Para remediar tales proyecciones la entonces candidata Michelle Bachelet presentó un programa que fue apoyado por el voto soberano de la población, en gran medida para revertir medidas de arbitrariedad que apuntan a corregir algunas de estas situaciones. Ciertamente no es la panacea, pero sí es un paso necesario. Y ha actuado bajo esas premisas. Atrás quedó la izquierda cursi, del clisé agotado y la frase perfumada.

Lo otro sería hacer una apología de la traición, y eso ya lo hemos visto. No da mayor bienestar, ni aporta con un solo grano a una mayor cohesión social del país, ni soluciona las fracturas sociales, ni la segregación determinista de las personas establecida como dogma y fin del modelo

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