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La casta en su laberinto. Por Ángel Saldomando

La crisis que sacude la casta política es la punta del iceberg del estado profundo que emerge de la impunidad y corrupción que instaló la dictadura y continuó durante los últimos 25 años. Toda la red de intereses que se tejieron en torno a la continuidad del modelo de la dictadura están ahora expuestos. No hay razón de estado, posibilismo político, necesidades de otro ciclo político que justifiquen tamaña argamasa de poder político y económico. Ello sólo explica el como y el porqué de la tolerancia y de la sumisión con un modelo de sociedad que, todos lo sabemos, ellos también, destruía profundamente estándares mínimos de democracia, igualdad y justicia.

La crisis sacude también las inercias y las posiciones adquiridas en cada miembro de la casta que se creía protegido. El circulo familiar, la red política y económica, la importancia de su rol auto conferido, los beneficios adquiridos, la confianza en la presidenta. Todo se puede perder y por primera vez lo han sentido.

No otra cosa invoca Sergio Bitar en su pregunta –Pero ¿qué quieren? ¿Que venga un populista otro militar? El viejo chantaje: o algo de democracia con nosotros o el caos. Igualmente desencajada aparece la petición dramática y sorprendente de la periodista, Patricia Politzer, reclamando que la presidenta tome liderazgo y promueva un acuerdo para dar en el fondo una reprimenda a la clase política sin que pase nada y un llamado para ponerle freno a las reformas (El Mostrador 7/4/2015).

Se percibe que la casta se siente atacada y junto con ellos todos quienes por diversos vínculos están relacionados con ella. No se explica de otra manera las espontaneas solidaridades de algunos bien ubicados y la casta, una suerte de reflejo de autodefensa que lleva a llamar a no destruir reputaciones o a equiparar a quienes han tenido la responsabilidad de decidir por todos con la responsabilidad de cualquier ciudadano que sólo ha tenido que sobrevivir en un modelo que nunca le consultaron. Nadie se suicida en público, menos los políticos, la casta se atrinchera y prepara todas las salidas que lleven a limitar los daños y sobre todo a preservar su rol dominante, se creen indispensables.

A Bitar hay que responderles que nadie quiere un populista o un militar, simplemente queremos que se vayan ellos. ¿Para qué? Para que puedan llegar quienes se comprometan con un país que debe ser repensado en una matriz de cambios y no de continuidad. A Politzer hay que decirle que su llamado es un condensado de continuismo y una agenda que no tiene un gramo de lucidez sobre el estado real del país.

Como cuando se arroja una piedra en el agua los círculos expansivos de la crisis inquietan a la elite. Nunca se les ha visto tan activos en discutir los problemas estructurales del país, en reunirse con la ciudadanía, comunidades o regiones. Es su mundo el que se tambalea pero el país que hicieron está también en el mismo Estado.

En vez de asustarse por su inconfortable situación, al menos hay que reconocer que se haga claridad total, que la investigación judicial llegue al fondo, que los corruptos no pueden seguir en sus cargos, que el modelo político y económico está cuestionado y que su discusión pasa por una nueva constitución.

Quizá la cuestión reside en esto, la casta sigue convencida que pese a todo son el mal menor y que hay que soportarlos. La casta sigue convencida que su diagnostico del país es bueno frente a los críticos.

Esa es la razón por la que queremos que se vayan. Porqué se necesita una renovación política, una apertura real para ejercer contrapesos y recursos de la ciudadanía contra la impunidad de la casta, porqué el diagnostico del país requiere una nueva lectura no condicionada por la propia posición de la casta y los grupos económicos.

No todo se puede lograr, no hay solución ideal ya lo sabemos, pero al menos hay que airear la casa, limpiarla y tener la posibilidad de discutir abiertamente como queremos vivir.

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