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La crisis del Sentido Común Político (Parte II): Las turbulentas aguas del Campo Popular por José Ignacio Ponce

“Ese nuevo movimiento o partido será históricamente eficaz, en la medida que provenga, no de las lógicas de las cúpulas partidarias –oficiales, tendenciales o fraccionales-, sino del movimiento real de la sociedad. Un movimiento o partido que surja a propósito de la Política y desde la lógica de los movimientos sociales.” (Manuel Fernando Contreras)

En la primera parte de este análisis, se pretendía dejar en claro que desde al menos el 2009 se empezó a perfilar una fisura en el “sentido común” de la “cultura política” transaccional llevada a cabo durante los últimos 21 años. Esto se manifestó en un creciente repudio al accionar de las organizaciones políticas tradicionales, por parte de la ciudadanía, lo que ha traído una descomposición de la, hasta ese momento, “equilibrada” y “estable” estructura del sistema partidario chileno. Ahora bien, para ello operaron tanto causas objetivas –enorme desigualdad social- como subjetivas. En ese marco, irrumpieron una serie de movimientos sociales enormemente masivos, todo lo cual profundizó el proceso antes dicho, quedando gran parte de las organizaciones políticas a la zaga de la conducción de ellos. Pero, las colectividades que hemos analizado pertenecen a lo que llamamos el bloque dominante de la sociedad chilena, mientras que las movilizaciones que hemos visto durante el último tiempo, son parte integrante de lo que denominamos como el campo popular. El objetivo de este artículo es completar la hipótesis antes expuesta profundizando el análisis del campo popular, a partir de las masivas movilizaciones del último tiempo, así como del actual escenario de la Izquierda anti-neoliberal y sus perspectivas. Enfoquemos el lente nuevamente.

La protesta social: la materialización de la crisis del Sentido Común Político.

Salvo el show mediático del rescate de los mineros, el Gobierno de Piñera ha estado plagado de movilizaciones sociales que han puesto en cuestión una serie de temas que hasta antes de su llegada al ejecutivo parecían no ser problemáticas para el país. La movilización de los Mapuches en el marco del bicentenario, el reventón de Magallanes, Hidroaysén, la movilización de los estudiantes del 2010 y la ya movilización transversal de la Educación del 2011 son la materialización de que durante este gobierno la protesta social será un elemento político permanente.

Además de las condiciones estructurales sobre las cuales se incubó el descontento social, existieron otras tendencias coyunturales que colaboraron en dicha perspectiva. Por un lado, las fuerzas políticas que hoy son la oposición dieron en un momento el primer empujón a la movilización con un discurso principalmente anti-derechista (véanse las movilizaciones estudiantiles “preventivas” a la agenda del Gobierno durante el 2010 propiciadas por el PC), pero estas fueron sólo la chispa que encendió la pradera de la desigualdad y el hastío político de las personas que encarnan los distintos sujetos sociales y político sociales del campo popular. Esto terminó dándole un carácter marcadamente espontáneo a las movilizaciones, desde la lógica de las organizaciones políticas tradicionales. A la inversa de esta visión, se puede ver que al interior de los movimientos originados en el campo popular, se comenzó a generar una mayor democracia y participación con el objetivo de representar efectivamente los propios intereses que se decían defender. Es por ello, que dichos movimientos, en términos neurálgicos, han sido encabezados por liderazgos desconocidos al mundo político institucionalizado, incluso más, los partidos tradicionales concitan un fuerte rechazo en ellos. Para gran parte de quienes se movilizan hoy, los partidos políticos (desde la UDI hasta el PS, incluso el PC), son parte de la misma corrompida “clase” política. Transformándose en una de las principales expresiones del agotamiento del sentido común político, que no se basa sólo en los ideologismos de la ultra-derecha apolitizante, sino que también en la ilegitimidad de las organizaciones políticas tradicionales como consecuencia de su práctica institucionalizada en los marcos del actuar político que ha entrado en descomposición.

Pero quizás el más importante de los fenómenos, tiene que ver con la práctica de las organizaciones política tradicionales. Sobre esta, se ha forjado una peyorativa visión de la negociación como resolución de conflictos al interior de estos movimientos sociales. El “muñequeo” de los dirigentes sociales con los partidos políticos, se ha visto, especialmente en el movimiento por la recuperación de la educación pública, como la práctica de quienes hoy están en los espacios de poder, que sólo beneficia a los más poderosos y que sólo ha llevado a derrotas a los estudiantes. Por lo que la manera de lograr los objetivos que se plantean es otra, lo cual les abrió un nivel de audacia y creatividad. Es así, que ha sido la manifestación política pacífica la que ha cobrado enorme valoración, buscando captar la opinión pública, rompiendo el cerco comunicacional, difundiendo sus demandas y legitimando sus acciones.

Todo esto, ha traído la reaparición de la lucha social expresada en “copamiento” de la calle como acción política que ha colaborado en la metamorfosis de movimientos gremiales a ciudadanos. La apropiación de los espacios públicos en todo el país, se ha tornado como el principal referente para actuar. Ello se ha realizado de diferentes maneras: tales como manifestaciones artísticas, discursos, gritos, canciones, lienzos y rayados callejeros. Del mismo modo las redes virtuales han demostrado la vitalidad para comunicar los objetivos de quienes llaman a movilizarse. En fin, podemos estar siendo parte de una nueva etapa del desarrollo político, donde la democracia y la discusión interna en estos movimientos es cada vez más buscada, donde salir a la calle cobra una mayor legitimidad y la difusión de ideas por medio de distintos medios se transforma en las principales expresiones de esta nueva forma de “vivir la política”: una germinal cultura política democrática participativa

Una condición insoslayable que puja este fenómeno, imprescindible para comprenderlo, es la nueva generación que irrumpe en el quehacer socio-político. Los mismos que no se inscriben en los registros electorales, por el malestar que hemos venido desgajando, son los que han sido la parte gruesa de las movilizaciones tanto en las demandas étnicas, estudiantiles, ambientales, económicas y de género. Esos jóvenes son quienes viven en condiciones cada vez más precarias para estudiar y/o trabajar, los que se suman a dichas instancias organizativas. Logrando abrirse a nuevas formas de difusión y de integrarse a los espacios críticos del sistema. Esto abre una enorme incertidumbre sobre la participación de estos jóvenes en el futuro del desarrollo político nacional, ya que estos ellos serán el potencial universo electoral del futuro y los engranajes del sistema productivo del país. Son los ciudadanos del futuro. De esta manera, son la clave para los distintos proyectos políticos que se levanten para el país, sean estos transformadores o conservadores. Es, así que se convierte en un sujeto social estratégico al cual la debilitada izquierda chilena debería enfocar su trabajo, siempre y cuando se plantee levantar un proyecto revolucionario en un camino de largo aliento. Lo que pasa en está, en su espacio natural, el campo popular, es lo que vemos ahora.

Las turbulentas aguas del campo Popular

El campo popular, como dijimos anteriormente, es el lugar de disputa de las conciencias de todos esos grupos e identidades sociales explotadas y/o dominadas por el sistema. Desde el prisma de las relaciones sociales de producción, estas serían las distintas caras de la actual clase trabajadora. Este debiera ser el espacio donde se desarrolle la izquierda, dentro de la cual aglutinaremos, para efectos del análisis, a todas las organizaciones de corte anti-neoliberales del país. Sobre esta premisa, podemos ver dos tipos de izquierda: la tradicional y la colectivista o atomizada. Las cuales avanzan en distintas direcciones.

El principal de sus referentes tradicionales en la actualidad, el PC, toma una política “táctica” hacia su derecha, es decir, por medio de una alianza con la concertación posicionarse mejor político-electoralmente. Esto lo ha llevado a pactar con ella, tanto en las votaciones como en el trabajo en las organizaciones sociales, para estar en las dirigencias de ellas y desde ahí golpear a Piñera. Como vemos la estrategia de unidad plateada por el PC con la derrotada Concertación pasa a jugar progresivamente un lugar central dentro de su acción política.

También dentro de otras organizaciones tradicionales de izquierda, existen una serie de colectividades, que al menos desde 1990, han caído a una profunda marginalidad política, sufriendo divisiones por conflictos de poder, generando desconfianzas en su seno y obstruyendo su práctica política. Con lo que han terminado careciendo de una posibilidad de levantar una alternativa transformadora a la izquierda moderada representada por el PC y sin un discurso que interpele a su motor de acción, el mundo popular.

Tanto la moderación política y la institucionalización que ha sufrido el PC, como los conflictos de la izquierda no comunista, han generado que gran parte del mundo popular liberado de las cadenas del “sentido común” del bloque dominante, busque nuevos rumbos desde una construcción política desde “abajo”. No obstante, la proliferación de colectivos, centro culturales o trabajos comunitarios que nacen de las necesidades materiales e ideológicas de un gran número de personas que no se sienten interpelados por el discurso de la izquierda tradicional, reforzó una tendencia atomizadora de las organizaciones críticas al sistema. Aunque, si bien han forjado caminos de unidad por medio de la coordinación no pudieron, hasta ahora, superar dicho carácter. Con lo cual, hoy la izquierda anti-capitalista enfrenta la marejada del movimiento estudiantil y la descomposición/recomposición de la correlación de fuerzas políticas sin un proyecto aglutinante o, al menos, articulador.

Por todo lo anterior, las convulsionadas manifestaciones del último tiempo reflejan que algo pasa en el campo popular y que no solamente el espontaneísmo es el que las mueve o la izquierda tradicional. Es más, creemos que todo esto, responde a un progresivo trabajo de las organizaciones que proliferan en su interior, aunque atomizadas, han podido generar plataformas mínimas de organización gremial, corportativa o social de los sujetos que aglutinan, aunque mínimas aún. Ahora bien, la carencia de fuerzas políticas hegemónicas en dichos espacios expresan una serie de contradicciones internas con reflejándose altas cuotas de espontaneísmo, lo que no quiere decir que no puedan lograr líneas de acuerdo para avanzar, por el contrario han podido profundizar sus relaciones políticas hacia todas las direcciones, en especial, tanto en las cúpulas dirigenciales de las organizaciones sociales como en sus “bases”. Estos pequeños pasos, contradictorios e incluso obstaculizantes, creemos que se convertirán en pequeños aportes para un gran salto de las conciencias aún subalternas del campo popular para dar un gran salto a la humanidad.

Tenemos claro que hoy, a diferencia de muchos años, se abrió una fisura en la forma de dominación del bloque social en el poder, lo que posibilita que la izquierda pueda -deba- sacarle provecho a la oportunidad, permitiéndole construir un programa y una estrategia que la transforme en una real alternativa proyectual que represente y satisfaga los intereses del campo popular. Desde nuestra perspectiva, los partidos y organizaciones políticas tradicionales han tocado su techo, no se han podido transformar y re-insertar de una manera amplia al conjunto de la comunidad. Por un lado, el PC se ha ganado una creciente deslegitimación, por prácticas poco coherentes con sus posiciones e, incluso, la vinculación progresiva que ha tenido en el último tiempo con la Concertación, demuestra su incapacidad de canalizar esta crisis del “sentido común” político de los subalternos para un proyecto popular de acuerdo a su apuesta programática. Pero por el otro lado, las iniciativas de la izquierda que ha nacido al calor de las luchas o problemáticas sociales, por sus formas de funcionamiento han tocado techo, su atomización ha dejado en claro que para transformar el sistema se necesita pasar a una etapa de convergencia, limar las desconfianzas con el trabajo cotidiano de los compañeros y compañeras que se encuentran día a día luchando y comenzar a discutir una alternativa proyectual y estratégica para Chile que aglutine todas las luchas, develando que todas ellas son parte de una misma: contra el capitalismos y el bloque social constituido por el gran empresariado, la burocracia política y el imperialismo.

Así, desde la izquierda hacia el campo popular se le ofrecen dos alternativas. Por un lado, se queda en su condición actual, donde los partidos tradicionales continúan sus estrategias cada vez más moderadas en torno al sistema para poder dividir a una coalición política, que si bien hace 20 años tenía algún sentido democratizador, hoy es simplemente un eslabón más en la cadena de la dominación y en su seno existen intereses creados que refuerzan al sistema. O, por el otro, es iniciar un largo camino de construcción y convergencia, en base al trabajo cotidiano en seguir insertándole estacas a la vampirezca dominación actual, generar y re-generar confianzas entre los que han luchado toda una vida, debatir y discutir hasta las profundidades un programa radicalmente anticapitalista, que represente los intereses del mundo popular y que establezca nuevas formas de relaciones sociales y una institucionalidad profundamente democrática y participativa, lo cual conllevaría también a discutir una estrategia completamente revolucionaria que no tenga debilidades como se tuvo hasta 1973. Sólo en esa perspectiva, se podrán sumar todos los que estén contra el sistema capitalista para despertar la conciencia del campo popular, radicalizando su actual malestar con el sentido común sobre la forma de hacer política en el país, para poder avanzar en una ruptura definitiva del sentido común de la concepción de mundo del bloque dominante, rebelando las conciencias del campo popular para crear una visión y condiciones del devenir social radicalmente distintas y que estén ligadas a los intereses de la gran mayoría del país. En base a esta decisión colectiva de los que se han insubordinado a los que detentan el poder, que se podrá iniciar un proceso de lucha, de unidad para finalmente vencer. Parece que finalmente ha llegado el tiempo de los audaces.

José Ignacio Ponce Integrante del Taller de Historia Política y Militante del Colectivo Estudiantes Movilizados de la Universidad de Valparaíso.

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