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La crítica como actitud intelectual. Por Antonio Almendras[1]

Crítica: Del griego kritikos, derivado de krinein: juzgar.[2]

En el uso ordinario: que juzga desfavorablemente, sin señalar ni ver más que las faltas, las deficiencias, las razones de dudar y sospechar.

En el sentido etimológico: que juzga objetivamente del valor intelectual, estético o moral de las obras humanas.

Como una actitud intelectual, consiste en la tendencia a no admitir nada sin haberlo sometido a un previo examen.

La aparición de la filosofía en la Grecia Antigua - y en aquel momento todavía la filosofía y la ciencia eran una misma cosa – supuso la superación de los mitos antropomórficos y de la inteligencia práctica técnica, a favor de una reflexión que maneja entidades abstractas y que es de carácter teórico y general. Este paso fue dado en Occidente por los griegos, a partir del siglo VII a. de C; momento en que se encuentra en pleno desarrollo el proceso de colonización griega por los contornos del Mediterráneo.

¿Por qué los griegos?

Si no queremos recurrir a una idea tan vaga como “el genio del espíritu griego”, no hay más remedio que echar mano a una breve explicación sociológica.

Las condiciones de posibilidad que nos permiten entender –según una famosa expresión– “el paso del mito al logos”, a saber, la substitución del mito por la reflexión racional, fueron las que a continuación enumero:

1º Condiciones de la vida material resueltas, en la medida que la libertad del ciudadano, que le permite el ocio, se apoyaba en la existencia de una economía esclavista. Hay otro hecho importante: la sustitución de la economía natural –el trueque– por la economía monetaria en el siglo VII a. de C.[3] no sólo transforma toda la economía, sino que crea un sistema abstracto de referencia y un nuevo tipo de valor no basado en preferencias subjetivas. La moneda – tal como la ley escrita – contribuyó a educar a los griegos en el desarrollo de la capacidad de abstracción.

2º Insuficiencias de la religión griega: La religión griega carecía de un sacerdocio estable que garantizase y mantuviese una ortodoxia doctrinal; los mitos no eran coherentes entre sí, ni tampoco de creencia obligatoria; para los griegos eran menos importantes las creencias que las prácticas del culto; junto a las versiones de Homero y Hesíodo encontramos otras muchas, todas ellas distintas entre sí. Nada tiene, pues, de extraño que surgieran por un lado, intentos de interpretaciones alegóricas o racionalistas de los mitos. Así las insuficiencias de la religión griega posibilitaron la aparición de un pensamiento de otro tipo: la reflexión racional, en definitiva la filosofía.

3º La “pólis” griega: Entre ciudadanos libres, que no reconocen más amos que las leyes a las que han consentido, que discuten en común las decisiones que se han de tomar, que aceptan para resolver los asuntos privados el arbitraje de los tribunales y que no aceptan más dominación que la de un príncipe abstracto y público, plenamente inteligible: el “nómos”, la ley escrita.

4º La polis y su carácter cosmopolita: La polis griega era una ciudad abierta a todo tipo de influencias culturales. En la Jonia, especialmente, convergen las influencias científicas y religiosas de Asia Menor y Egipto; ello suponía no sólo un enriquecimiento, sino también una relativización de la propia cultura que impuso la necesidad de la crítica.

Tanto en Grecia como en la Europa moderna cabe advertir un poderoso movimiento racionalizador de la cultura, que acostumbramos a denominar Ilustración. Ambos momentos históricos presentan una serie inevitable de paralelismos:
1º la crítica de la visión mitológica del mundo;
2º el intento de implantar la razón en el mundo de la vida;
3º la difusión del saber entre las masas populares;
4º la insistencia en el valor de la educación.

En el curso del los siglos XVI y XVII, la actitud crítica - heredada de las prácticas heréticas de sectas religiosas disidentes durante la Reforma protestante, período en el que los protestantes desafiaron la autoridad de la Iglesia católica y específicamente de su jerarquía, incluida la hasta entonces sacrosanta figura del Papa - asumió una significación filosófica; a medida que numerosos pensadores -particularmente los Humanistas– emprendieron un nuevo examen de la naturaleza del conocimiento general, atacando los prejuicios y la superstición y replanteando el problema de la certeza ante la autoridad.

Hacia 1700 para muchos intelectuales la certidumbre intelectual de la de fe se había desvanecido para siempre, los aspectos de la vida controlados por la religión se habían reducido notablemente, y el clero había perdido gran parte de su poder[4].

La Biblia deja de ser una enciclopedia de las ciencias, y los teólogos pierden influencia. Silete theologi in munere alieno (“que se callen los teólogos en lo que no es de su competencia”) esta frase de Alberto Gentile (De jure belli. 1588) hizo época entonces. El cartesianismo emerge como un intento de solución a la crisis creada por la nueva ciencia y el hundimiento de la escolástica. El siglo XVII es un siglo en plena crisis y que, en su esfuerzo por encontrar un nuevo equilibrio, suscita crisis aún mayores. Los espíritus demuestran la vitalidad y creatividad que desemboca en lo que Paul Hazard ha llamado “la crisis de la conciencia europea” que conduce al “Siglo de las luces”.

En el siglo XVIII el pensamiento ilustrado, primero en Inglaterra y después en Francia instala una actitud crítica respecto a la tradición, la superstición, el oscurantismo, las leyes y valores inmanentes; impugnando el absolutismo monárquico.

Interesa comprender la figura del Ilustrado. Pertenece siempre a una élite intelectual: es un pensador, un escritor, y domina la retórica. La época de la Ilustración – como lo advertía anteriormente – recuerda mucho a la época de los sofistas griegos o a la de los humanistas renacentistas. Algunos – particularmente en Inglaterra – se llaman a sí mismos “librepensadores”. Muchos son francmasones. Muchas cosas les unen. Son inconformistas con la situación presente. Ejercen una crítica universal: “Es preciso examinarlo todo, revisarlo todo, sin excepción ni miramiento” (Diderrot). Atacan cualquier forma de superstición, fanatismo u opresión intelectual, social o política. Todo dogma ha de ser destruido: la razón no debe detenerse nunca ni encontrar más límites que los suyos propios. Creen en el progreso de la humanidad gracias al desarrollo de la razón. A pesar de su elitismo y su ideología burguesa (según la interpretación de Lukács), ejercen una labor de “publicistas”; se vive en el siglo filosófico y la cultura ha de llegar a todos; de ahí su interés por la pedagogía y su afán de claridad.
¿Inmoralistas? Ciertamente, no.
¿Ateos? Sólo algunos.

¿Anticlericales? Casi todos. Las ideas de la Ilustración lo penetran todo. Los filósofos están en las cortes e inspiran y educan a reyes o gobernantes. Sus libros se difunden rápidamente y se traducen a otras lenguas[5]. En Francia e Inglaterra, además, se multiplican rápidamente los periódicos y las revistas. La penetración en la nobleza, la burguesía rentista y parte del clero, fue extraordinaria. En cambio, en los sectores populares la penetración fue mucho más lenta, y sólo comenzó a hacerse palpable en vísperas de la Revolución Francesa.

Por otra parte, esta cultura no fue universitaria. Sus ámbitos fueron otros: academias, logias masónicas, salones (comúnmente presididos por una dama de la nobleza), mansiones de la alta burguesía, cafés, clubes revolucionarios, sociedades literarias, etc. El filósofo ilustrado ya no es el pensador solitario, ni el maestro, es un hombre de mundo; incluso es un personaje colectivo: las ideas ilustradas surgen, circulan y se asimilan por medio de la conversación. El diálogo es un ámbito de creación filosófica.

El pensamiento ilustrado adopta una actitud crítica, por la que siente una particular predilección. En esto los ilustrados se sentían herederos de sus dos grandes precursores: Descartes[6] y Bacon[7]. La decidida voluntad cartesiana de no aceptar nada como verdadero que no viéramos con evidencia que es tal; y la conocida teoría de Bacon acerca de los ídolos, que deforman nuestra visión de la naturaleza, gravitaban poderosamente en la voluntad de los ilustrados de elaborar una racionalidad sin prejuicios. Es más, la crítica va a alcanzar en el siglo de la Ilustración una amplitud y una radicalidad desconocida previamente. También la política y la religión tendrán que someterse al análisis crítico, si quieren estar a la altura del hombre ilustrado. La inercia y la resistencia que ofrecían las fuerzas obsoletas que apuntalaban el edificio del Antiguo Régimen van a propiciar que el movimiento ilustrado francés alcance un radicalismo desconocido en otras latitudes. No sin motivos, el siglo XVIII es calificado a veces como el siglo de Voltaire[8], epítome de la Ilustración. En este sentido cabe afirmar que Francia fue un compendio de la vanguardia ideológica, mostrando de una forma prototípica las posibilidades y límites del movimiento ilustrado. No sólo los países latinos, sino también la Prusia de Federico II y la Rusia de Catalina II van a estar bajo el influjo de la cultura francesa.

Aparte del binomio Inglaterra/Francia es preciso destacar también la Ilustración alemana, aunque de carácter más conservador y conciliador que las anteriores. El atraso socio – político, el influjo de la tradición protestante en su intento de mediación con la cultura moderna y la persistencia de la tradición metafísica, explicarían algunas de sus peculiaridades. Sin embargo, esta Ilustración nos va a proporcionar la singular figura de Kant[9] que no se va a limitar a ofrecernos la definición más famosa de la Ilustración describiéndola como la salida del hombre de su minoría de edad y proponiéndole como lema el sapere aude, el ¡atrévete a saber! sino que va a dar a su siglo una profundidad insospechada, asumiendo para ello las aportaciones de los dos críticos más lúcidos de la Ilustración: Hume y Rousseau.

Los filósofos ilustrados del siglo XVIII sabían lo que hacían al criticar la religión, la educación, la teoría política y la cultura, y concebían su crítica como una misión histórica. Crítica fue un término que Marx en el siglo XIX hizo propio al construir “Una Contribución a la Crítica de la Economía Política” (1859). A finales de enero de 1859 el libro estaba listo para su envío; pero Marx no tenía ni un penique para el franqueo ni para el seguro.

Después de haber aflojado las necesarias dos libras, Engels fue recompensado con una horrenda y pasmosa confesión: “El manuscrito consta de unos doce pliegos (192 páginas) impresos y –no te vayas a morir del susto– aunque se titula Capital, estas entregas aún no contienen nada sobre el tema del capital”[10]. Engels podía haber sospechado que algo no marchaba bien: extrañamente Marx no había querido enseñarle parte alguna de la obra mientras estaba escribiéndola. Aún así, era una penosa decepción tras los años que llevaba alardeando de ella. Montañas de trabajo habían alumbrado un ridículo ratón. La mitad de este delgado volumen era un resumen crítico de las teorías de los economistas británicos clásicos, y la sección de mayor interés era un prefacio autobiográfico en el que explicaba como había llegado a la conclusión de que “la anatomía de la sociedad civil está en la economía política” gracias a su lectura de Hegel y a sus trabajos periodísticos para una gaceta renana (Rheinische Zeitung). En ella se lee uno de los pasajes más lúcidos del análisis crítico en las ciencias sociales:

“El resultado general a que llegué – dice Marx – y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de su desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser social, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”[11]

Para Marx, su propósito era hacer explícito lo que de otro modo permanecería implícito, sacar a la luz supuestos que yacen sepultados y regulan el modo como pensamos y someter esos supuestos a un examen público.

Un observador tan agudo como Keynes, ya en el siglo XX, decía, a poco de acabar la Primera Guerra, que el crecimiento capitalista se había basado hasta entonces en el engaño, pero que, una vez descubierto éste, “las clases trabajadoras puede que no quieran seguir más tiempo en esta amplia renuncia”. Sin este trasfondo no se entenderían las repercusiones en el terreno de las ciencias sociales y sus reconfiguraciones epistémicas, teóricas y metodológicas que generaron las transformaciones históricas derivadas del colapso de la “belle époque”[12].

En ese contexto se insertan las propuestas como las de la etapa inicial del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, que, fundado en 1923 como un centro de investigación marxista, se dedicó durante los primeros años a la historia del socialismo y del movimiento obrero, hasta que en 1930 pasó a dirigirlo el filósofo Max Horkheimer (1875 – 1973), que impulsaría la línea de la “teoría crítica”, que tomaba sobre todo del marxismo la idea de investigar la forma en que la conciencia era determinada por la existencia social para hacer un análisis crítico emancipador.

La expresión “Teoría Crítica” fue acuñada por el propio Horkheimer, miembro de la primera generación del Instituto en su artículo programático Teoría tradicional y Teoría crítica (1937) para poner en evidencia la “objetividad” de la teoría tradicional como un eficaz instrumento que en virtud de la exclusión metodológica del componente valorativo, desvincula la teoría de la reflexión práctica.

Sólo un cambio radical en la teoría y en la práctica puede curar los males de la sociedad moderna, especialmente la desenfrenada tecnología. Toda doctrina unilateral va a ser sometida a crítica, incluyendo al marxismo: no es inevitable una revolución emancipadora del proletariado, y el pensamiento o teoría es relativa, aunque no totalmente independiente de las fuerzas económicas y sociales.

Pero, puesto que la teoría y los conceptos que la integran son producto de procesos sociales, la teoría crítica tiene que rastrear sus orígenes, y no, como el empirismo y el positivismo, aceptarlos y con ello confirmar -léase reproducir- indirectamente los procesos mismos.

De este modo vemos que Horkheimer se desentiende de la tradición positivista y analítica de la filosofía, como también de la dogmatización política del marxismo. Si la teoría no podía derivar hacia el formalismo –como lo estaba haciendo, el entonces positivismo lógico, cuya formulación más prístina era el “Círculo de Viena”– ni hacia la pura estrategia revolucionaria, no le quedaba otra vía que hacerse “crítica”, es decir, abierta, dialogante con la realidad y dotada de un horizonte utópico no predeterminado.

Resumiendo, la teoría crítica, es:

1º auto reflexiva, por no partir de categorías cerradas, sino elaboradas a partir del planteamiento dialogante del discurso teórico mismo;

2º dialéctica, por sentirse en la historia; y

3º práctica por estar provista de vocación moral, a saber, la teoría crítica se concibe a sí misma como un aspecto de la praxis social empeñada en hacer posible una sociedad mejor, un cambio histórico que es, al mismo tiempo un cambio social.

El reproche fundamental de los frankfurtianos es que, de alguna manera, el “pensamiento burgués oficial” hoy “pensamiento único” (Ramonet), ha separado tajantemente, mediante el oscurecimiento y la neutralización del problema de la función social de la ciencia en el trabajo teórico específico; la reflexión acerca de la naturaleza del mismo.

La no tan obvia tesis de que la reflexión acerca de la función social de la ciencia es un problema exógeno a la teoría misma contribuye de ese modo a la difusión de una imagen de la sociedad entendida como un mecanismo anónimamente ya dado. El elemento crítico de Horkheimer subraya por consiguiente la necesidad y urgencia de ligar el objeto científico a la pregunta: “¿para qué sirve? (un telos).

“En la medida que el concepto de teoría se hace independiente, como si se fundamentase en la esencia interior del saber o de cualquier otra forma ahistórica, se convierte en una categoría cosificada o ideológica”.
 Teoría Crítica. Teoría Tradicional.
p. 229.

Toda teoría está determinada por mediaciones históricas, sociales y económicas. Toda teoría, en tanto, abstracción deforma el mundo social. Aquí el concepto de totalidad se hace imprescindible, toda vez, que la investigación social es la teoría de la sociedad como un todo. Sólo desde esta perspectiva totalizadora, la teoría puede convertirse en crítica y “desvelar” los aspectos ideológicos y represivos de la sociedad y la cultura. El propio Nietzche en los umbrales del siglo XIX señalaba al respecto:

“no existe juzgando con rigor, una ciencia libre de presupuestos, el pensamiento de tal ciencia es impensable, es paralógico: siempre tiene que haber allí una filosofía, una fe, para que de esta extraiga la ciencia una dirección, un sentido, un límite, un método, un derecho a existir”.

Genealogía de la moral.

Lo que Nietzche exige es la necesidad de sacar a la luz los presupuestos de sentido y valorativos que condicionan los diversos modos de interpretar la realidad.

En mayo de 1978 Foucault hablando a la Sociedad francesa de filosofía planteaba la siguiente pregunta:

¿Qué es la crítica?

Un renovado entusiasmo por la “crítica” impregnaba la proliferación de la crítica social izquierdista de ese período. El concepto de crítica que manejaba Foucault era más bien una “actitud” o “una virtud general”. Por ello su definición preliminar es “el arte de no ser gobernado de cierto modo – ya que este arte surge siempre en un cierto contexto histórico específico – y pagando un precio”.

“Diría que la crítica es el movimiento según el cual se concede al sujeto el derecho de descubrir la verdad ejerciendo un arte de voluntaria insubordinación, de pensante desobediencia”.

El énfasis de esta exposición radica en el particular rechazo del sujeto a “sujetarse”, a ser víctima de “sujeción”. En definitiva, y teniendo a la base los ejes de la reflexión foucaultiana, la crítica nos remite a una búsqueda epistémica, teórica, disciplinar y actitudinal que se orienta a documentar el hecho de la dominación, dejando al desnudo tanto su naturaleza latente, como su refinada brutalidad.

La dialéctica liberación-alienación conduce a que los agentes actuales de crítica y emancipación se puedan convertir más tarde en origen de nuevas opresiones. La liberación es un proceso histórico que jamás termina. Más no deberíamos decir aquí. Se es libre en la medida en que uno se libera. Dado que, el que olvida esta tarea cae en la alienación. El olvido de la actitud crítica y en definitiva de la rebeldía parece ser el sentir de este fragmento de Kafka, que hoy yo quisiera compartir con Uds.:

Se trata del mito de Prometeo[13] y el fragmento de Kafka dice así:
“De Prometeo informan cuatro leyendas.

Según la primera: fue amarrado al Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos y los dioses mandaron águilas a devorar su hígado, perpetuamente renovado.

Según la segunda: Prometeo, aguijoneado por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta compenetrarse con ella.

Según la tercera: la traición fue olvidada en el curso de los siglos. Los dioses lo olvidaron, él mismo lo olvido.

Según la cuarta: se cansaron de esa historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio.

Quedó el inexplicable peñasco. La leyenda quiere explicar lo inexplicable.

Como nacida de una verdad, tiene que volver a lo inexplicable”.

F. Kafka.
La metamorfosis.
Buenos Aires. Losada. 1979, p. 131.

Notas:

[1] Historiador y Magister en Ciencia Política. Investigador Fundación CREA.

[2] Diccionario Del Lenguaje Filosófico. Dirigido por Paul Foulquier. Editorial Labor. S. A. Barcelona. 1967.

[3] La aventura colonizadora de los griegos se dirige, en primer lugar, hacia Jonia (Asia Menor) donde surgen ciudades prósperas con una brillante civilización: Mileto, Efeso, Samos y otras muchas. Destaca Mileto por la doble razón de que es la más floreciente – llega a fundar una talasocracia orientada hacia el Mar Negro (ss. VII-VI a. de C.) – y es el lugar donde vive el primer filósofo conocido: Tales de Mileto (aproximadamente, 624 – 546).

[4] La teoría de Copérnico fue condenada por la Iglesia en 1616 porque supuestamente era seudo científica. Fue retirada del Índice en 1820 porque para entonces la Iglesia entendió que los hechos la habían probado y por ello se había convertido en científica.

[5] En tres años el Espíritu de las leyes, tuvo 22 ediciones francesas, y se tradujo al inglés (10 ediciones), alemán, italiano, holandés y ruso.

[6] Renato Descartes (1595-1650) nace en La Haye (Turena, Francia). Hijo de un consejero del Parlamento de Bretaña. Entre 1606 y 1614 estudia en el famoso colegio de La Fleche, regentado por los jesuitas. En 1616 obtiene la licenciatura en Derecho en Poitiers. En 1633 Descartes tiene concluido su Tratado del mundo, pero entonces tiene lugar la condena a Galileo en Roma. Esto trastorna sus planes y decide no publicar la obra. Sin embargo, Descartes no renuncia a dar a conocer una parte de su física, y en 1637 la publica parcialmente, precedida por la exposición del método: Discurso del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. En octubre de 1649 – invitado por la reina Cristina –llega a Estocolmo– Suecia. Allí muere poco después, el 11 de febrero de 1650.

[7] Francis Bacon (1561 – 1626) nació en Londres. Bacon sostenía que “la introducción de famosos descubrimientos, ocupa con mucho, el primer lugar entre las acciones humanas”, y estos benefician más que las reformas sociales o políticas. Ahora bien, si los descubrimientos científicos y sus aplicaciones son la cosa más útil posible; Bacon añade que aún es más útil “descubrir algo que permita descubrir todas las otras cosas”. Ese algo es, el método científico de descubrimiento que Bacon propone en su Novum Organum (1620) su obra más conocida.

[8] Voltaire. Francisco María Arouet (1694- 1778). La salvaje risa de Voltaire recorrió la Europa del siglo XVII, haciendo que estallaran las pomposidades e hipocresías del poder. Reyes y cardenales sintieron el aguijón de su sátira; gobiernos y aristocracias sufrieron su burla. Y sin embargo, las intenciones del payaso de la Ilustración eran bien serias: destronar la ceguera de la ignorancia y de la superstición y permitir que el sol de la ciencia y del intelecto reverberara; reconstruir la Cristiandad, sumida en las tinieblas, como una nueva civilización, secular y libre. Fue heraldo de la razón y de la revolución; el eco de su voz burlona resonó a lo largo de dos siglos de cambio. Pero como las realizaciones de la Ilustración han ido quedando cada vez más sujetas a cuestionamientos, la burla volteriana acabó por rebotar sobre el comediante mismo. Voltaire le debió a las ortodoxias de su tiempo mucho más de lo que él pudo llegar a sospechar. (Voltaire : John Gray).

[9] Immanuel Kant. (1724-1804) no sólo es – junto a Hume- el más importante filósofo del siglo XVIII, y, por tanto, un filósofo ilustrado, sino que además abrió nuevos caminos al pensamiento y determino toda la filosofía posterior, especialmente en Alemania. Nace en Königsberg (Prusia) ingresa a estudiar en la Universidad de su ciudad natal. Salvo unos pocos años en que actúa como preceptor, jamás salió de Konigsberg. En 1770 obtiene las cátedras de Lógica y Metafísica. En 1797 abandona la docencia. Hasta el final de sus días continuó trabajando en la que debería haber sido su obra definitiva (Sistema de la filosofía pura) pero que no pudo concluir y que constituye su Opus postumum.

[10] Carta de Marx a Engels. 13 de enero de 1859.

[11] Karl Marx. Prólogo de Una Crítica de la Economía Política (1859).

[12] El siglo XX abrió lo ojos inmerso en plena vorágine de la segunda fase de la Revolución Industrial, asociada a ella se consolidaba un nuevo estilo de vida. La demanda de artículos de lujo y, sobre todo, el afán de diversión, habían crecido. Con el triunfo de la burguesía, para los millonarios de nuevo cuño nada era demasiado suntuoso ni caro: lo nuevo es siempre lo mejor. La competencia comercial se acentuó y los industriales se vieron obligados a cambiar los diseños de sus productos constantemente. Lo que hoy era moda y novedad, mañana ya no lo sería. El mundo occidental vivía la Bella Época y París era el centro de este edén. La Ciudad Luz albergaba la ópera y la opereta, los bailes con nuevos ritmos, las exposiciones universales, los grandes almacenes y los placeres caros. Por todos lados y casi en forma instantánea surgían teatros, hoteles, mercados, tiendas y grandes bulevares. La Bella Época además de lujo y sofisticación, generó una corriente innovadora en las artes. Fue el momento determinante del Impresionismo, un nuevo movimiento artístico gracias al cual Manet, Degas, Monet, Renoir y otros pintores franceses lucharon contra el academicismo entonces decadente. Pintaban al óleo, al aire libre, dando mayor importancia a la espontaneidad y a la inmediatez del registro de la naturaleza. Los temas no eran los consagrados por la Academia; su pincel captaba la vida urbana de París, las faenas campesinas, los ensayos de ballet, la clase obrera, la mujer moderna. Esta Bella Época elevó por las nubes a una generación orgullosa, autocomplaciente y hedonista. No obstante, el sueño les duró poco, la conflagración europea de 1914, cambiará dramáticamente el panorama.

[13] Prometeo en la mitología griega es un Titán. Hijo de Jápeto y Clímene. Su nombre significa “el previsor” “el que piensa antes”. Civilizador, robo el fuego del Olimpo para darlo a los hombres. Según las diversas épocas, Prometeo encarna el orgullo sacrílego contra los dioses olímpicos, en especial en Hesíodo, o al contrario la inteligencia creadora, e incluso el espíritu de rebeldía, y libertad en particular para los románticos.

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