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La fractura. Por Ángel Saldomando

En entrevista con la revista Que Pasa, el jefe de Estado colombiano aseguró durante su visita hace unos años que “Chile es el ejemplo de América Latina, todos queremos ser como Chile y, por ello, no entendemos bien qué es este fenómeno que está sucediendo en las calles con estas movilizaciones tan masivas. Este contrasentido lo hemos discutido últimamente con muchos líderes sudamericanos y no entendemos este malestar, cuando Chile tiene los mejores indicadores no sólo económicos, sino sociales del continente. Para mí es una incógnita”, indicó. Esta incógnita se ha extendido a varios países, entre ellos a los exitosos como Brasil y como sea, no hay respuestas establecidas.

Lo que no se quiere ver

No sabemos con qué otros líderes discutió el presidente Santos, pero lo que sí sabemos es que los fenómenos de movilización social se hicieron presentes una década antes que los descubriera. La súbita sorpresa de unos y otros, según el caso, sólo revela la medida en que los dirigentes, no siempre con atributos reales, se desfasan de la realidad. Recordemos que la tierra prometida de modernización capitalista, las reformas estructurales del todo mercado y la gobernabilidad con estado subsidiario, desembocó en un callejón sin salida. Y ¿Quién había sido el líder de la cruzada? Recordemos.

“Si Chile toma hoy la senda correcta, creo que puede lograr otro milagro económico: despegar hacia un crecimiento económico sostenido que proveerá una ampliamente compartida prosperidad. Pero para aprovechar esta oportunidad, Chile deberá primero superar un muy dificultoso periodo de transición”. Milton Friedman.

¿En qué consistía esa transición? Se trataba de una política de shock que condujera a toda velocidad a la reducción del estado y a la liberalización de la economía. Esta primacía del mercado implicó un sistema político restringido y una destrucción del tejido organizacional y social de los sectores populares.

Chile se convirtió así en un modelo de estado mínimo autoritario con elecciones, una democracia restringida concebida como administradora del modelo, insensible a las demandas sociales que se calificaron de “populistas”, una economía desregulada que privatizaba todo, desde el agua a las pensiones. El recetario cristalizó en la doctrina de los ajustes estructurales elaborada desde 1981 por el Banco Mundial y los programas de reformas liberales, expresado en el consenso de Washington en 1989 y perfeccionados hasta 1993.

Los países latinoamericanos fueron duramente alineados en este modelo, con la condicionalidad externa y por una mezcla de cooptación-corrupción que descompuso a las sociedades. De los 19 países latinoamericanos todos sin excepción, aplicaron programas en los que campeaban la privatización, la liberalización financiera y comercial sin aprobación democrática.

Las consecuencias fueron tasas record de pobreza, concentración del ingreso, destrucción del tejido social y productivo, vaciamiento y descomposición de la democracia; y penetración del capital transnacional. Los años 80 y 90 fueron funestos al punto que se les denominó “la década perdida” por la comisión económica para América Latina, en un súbito arranque de franqueza.

El modelo comenzó a desarmarse desde el año 2000 justamente por movilizaciones sociales que hicieron caer gobiernos en varios países, la deslegitimación del modelo algo reconocido por el Banco Interamericano desde 2004 y al fin por el Banco Mundial sellaron el final del consenso de Washington neoliberal.

En contraste el modelo chileno se mantuvo como caso exitoso. Pese a que el modelo se basa en una mezcla bastante burda de ayudas sociales focalizadas y tasas de crecimiento con un modelo extractivo intenso que tiene el país al borde del colapso ambiental, y que ahora experimenta una agenda de cambios apoyadas en una movilización social emergente. Pero su calidad de exitoso se debe ahora más a condiciones del pasado que a las exigencias del presente. En efecto, hasta antes del fin de la hegemonía del modelo neoliberal se consideraba que no flexibilizarlo, mantenerlo a salvo de las presiones o demandas ciudadanas y cerrar el sistema político era pruebas de una exitosa gestión, eficiente, eficaz y “no populista”. Y esto lo que no va más. La fractura está ahora expuesta y no hay con que justificarla.

La difícil salida del “modelo”

A partir de 2004 y 2005 con el fin del ALCA en la conferencia de Mar del plata, la nueva geopolítica de integración regional y la continuidad de gobiernos considerados progresistas, puede decirse que el consenso liberal quedó reducido políticamente a su mínima expresión. Un nuevo consenso post neoliberal ha ganado buena parte de América Latina. Incluso más, las encuestas de opinión así lo reflejan, en general hay una demanda por una mayor protección social y de regulación publica, una demanda de igualdad, derechos y democracia. Es decir todo lo que el modelo anterior, limitó o destruyó como posible desarrollo social.

La cuestión sin embargo se ha vuelto difícil de explicar en una sola línea de argumento porque los movimientos sociales se están desarrollando en una línea transversal sin consideración por la ideología de los gobiernos o sus pretendidas banderas e incluso allí donde hay gobiernos exitosos.

Lo que se esperaba que viniera era, una canalización del malestar por gobiernos asimilados a la izquierda o al progresismo, pero esto no se ha realizado en la medida esperada. Mientras que los países asimilados con gobiernos de corte conservador sufren igualmente de una creciente presión social. En cada país habría que hacer un balance del estado en que están las demandas post neoliberales y en qué medida los gobiernos han logrado enderezar el rumbo para cambiar la tendencia de la pobreza, la desigualdad, la limitación de derechos y la democracia.

Estas demandas involucran sin embargo dimensiones políticas, sociales y económicas en las que el entramado de intereses e ideologías se hayan fuertemente condicionadas por el modelo anterior pero también por esquemas obsoletos de la izquierda y el desarrollo. En temas críticos está actitud choca con las expectativas sociales y en algunos casos los gobiernos están ejercitándose más como domadores de expectativas que como dirigentes.

En materia de sistemas políticos varios tuvieron crisis terminales en distinto momentos, 8 por lo menos. Sin embargo una vez pasada la emergencia y reconociendo las diferencias entre unos y otros, los gobiernos no han logrado crear nuevos espacios de negociación en la sociedad, democratizar y redistribuir el poder. Han seguido primando lógicas de centralización, de subordinación y poco pluralistas. El partido de los trabajadores que se hizo famoso por su innovación en materia de presupuestos participativos municipales no pasó de ahí.

En la reforma del estado la lógica tecnocrática y subsidiaria ha tenido una suerte distinta según los países pero en términos generales, no aumentó la transparencia, el control ciudadano, la evaluación participativa sobre el impacto de la política pública y la capacidad de regulación en beneficio de los ciudadanos. Otros temas, como la corrupción y la descentralización quedaron igualmente postergados.

Las políticas sociales continuaron su trayectoria de bonos y transferencias focalizadas a los más pobres sin vincularse con un replanteamiento del modelo económico. La preocupación ha estado más en recuperar sectores para incrementar la renta pública. Izquierda y derecha aparecen en muchos casos igualmente extractivistas y depredadoras sin que la redistribución sea suficiente para hacer la diferencia. Muy poco países han hecho el intento de recomponer mercados internos, articular economías locales, instituciones y sistemas financieros de fomento en estrategias más sostenibles y auto centradas. Hay excepciones, pero están segmentadas y no siempre constituyen un proyecto de conjunto. En general la dependencia de productos primarios, la desarticulación interna y la apertura indiscriminada predominan.

No es un secreto que el impacto de las reformas neoliberales no sólo fue económico y social, también implicó un ajuste político en las sociedades; que desmantelaron las infraestructuras de movilización social, vaciaron de contenido las nociones de derechos sociales por la de “igualdad de oportunidades” y no de resultados. Generaron un tipo de participación aditiva funcional a la marcha de las reformas y al estado mínimo, frente a la cual la sociedad perdió posibilidad de incidir.

Se estigmatizó la movilización social y su legítima pretensión de convertir sus demandas en prioridades de gobierno, con el argumento de la estabilidad. Se favorecieron procesos de captura del gobierno y el estado por minorías corruptas que comercializaron su apoyo a las reformas de mercado y constituyeron redes de complicidad que bloquearon el acceso al sistema político, generando concentración y autonomía del poder al punto de vaciar a la democracia de toda sustancia.

Por diversas razones y situaciones nacionales las sociedades, aceptaron, soportaron o se ilusionaron; pero las soluciones no llegaron. Ahora la movilización social exige que se considere la diversidad de alternativas y la apertura de espacios políticos e institucionales para la búsqueda de soluciones.

En América Latina hay nuevamente un clima de movilización social claramente inscrito en la perspectiva de la democratización. El rediseño de las relaciones entre el gobierno y la sociedad y el anclaje de la política en la formación del interés público a través de la democracia, no del mercado y tampoco del partido de turno, supone cambios reales en los que puedan anclarse y aportar soluciones. Si ello no ocurre, ni la retórica, ni las ideologías ni los argumentos técnicos, cubrirán la frustración y el enojo.

No es sorpresa entonces que el tema de las constituyentes, los referéndums, la renovación de las dirigencias, el hastío con la corrupción, la exigencia de vivir en sociedades abiertas en materia de derechos y de soluciones, se estén confrontando con las élites.

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