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La isla del éxito. Por Pablo Salvat

Que pretende ser nuestro país, tiene los pies de barro. Esa fragilidad tiene hasta hoy distintos frentes, todos sustanciales para pretender llevar una vida que pueda calificarse de digna. Se acentúa esta visión cada vez que la naturaleza o un incendio fuera de sus cabales, se salen de madre. Con el terremoto en el norte y el incendio en los cerros pobres de Valparaíso quedan al descubierto situaciones de vulnerabilidad, mal diseño y nula planificación de la ciudad-puerto, condiciones de nueva pobreza, en fin. Los medios se hacen eco, pero, como corresponde, solo por un cierto tiempo. Después, aquí no ha pasado nada .

Ha muy poco nos enteramos de que la nueva y prometeica torre Costanera Center está siendo usada para quitarse la vida! Y no son pocos. Algunos se quitan la vida gritando impotentes contra el capitalismo desregulado y financiarizado que nos rige. Nuevamente, los así llamados medios de comunicación, lo tendrán en su parrilla solo algunos días. Ninguna explicación de otro tipo al fenómeno. Aquí se ha neoliberalizado la mirada en todos los aspectos del quehacer humano. Es como el reflejo interiorizado de los mandamientos de aquella señora inglesa tan amiga del capital general: no existe la sociedad pues oiga, solo hay individuos persiguiendo sus intereses o sus preferencias.

Las explicaciones para las tragedias, sean con colaboración de la naturaleza o aquellas por decisiones humanas, son nada más que eso, ex abruptos, erupciones casuales, puntuales, casualidades, asuntos que competen al accionar de cada uno de los implicados. Lo que se llamaba la sociedad, o las estructuras, o las relaciones sociales, no tienen ninguna corresponsabilidad. Por eso, hay que pasar rapidito por sobre estos acontecimientos. Rápido para volver al exitoso x, y, z, a la farándula, al fútbol, al que se hizo rico de la noche a la mañana, a las letanías de los políticos, o al reality schow. Es decir, volver al efecto anestesiador al que hemos estado sometidos durante todos estos años. Deberíamos promover como algunos sostienen, una “critica de la razón anestésica”, empleada durante todo este tiempo por las élites de poder económico, político, cultural.

Esa “razón” anestesiante vive tratándonos como animalitos que necesitan la conducción y cuidado de los más ricos y los que saben. Sin embargo, esta supuesta isla del éxito tiene los pies de barro. Vivimos en medio de desigualdades de todo tipo, tenemos serios problemas de salud mental, agresividad y violencia; no nos sentimos participes ni cómplices de una vida en común; tenemos una economía que depreda ecosistemas, la salud, las pensiones, la educación de todos nosotros, etc... Pero claro, para los iluminados de derecha que impusieron su modelo se trata del ciclo “más virtuoso” del desarrollo chileno. Un pobre desarrollo. Y lo peor es que ha interiorizado su efecto en el ethos y la ética cotidiana, y esto hay que tomarlo en serio. Tras 40 años de atomización no habría que extrañarse –segùn E.Tironi-, que “la sociedad de individuos – donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales-, ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías”. Según él, “nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido”. Por el momento, nos queda valorar la ética de resistencia expresada entre los estudiantes, el movimiento mapuche, y la crítica reflexiva contra la expansión totalizante de la lógica mercantilizadora. Representan, al menos, un comienzo. Un buen comienzo.


La isla del éxito II

Terminamos la columna anterior haciendo referencia tanto a las palabras de Tironi que nos hablan de como la ética neoliberalista y de mercado ha penetrado las conductas y hábitos de nosotros los chilenos, y, al mismo tiempo, frente a eso, de la necesidad de reconocer y forjar en conjunto una ética de resistencia al modelo imperante. Tironi pone sobre la mesa algo que es real –en su justa medida- : todo régimen económico-político requiere reproducir la figura de humano que necesita para continuar existiendo en el tiempo. Y para eso están, entre otras cosas, los medios de comunicación y la misma educación. Pero, después agrega que –al parecer- la ética de mercado es la única ética válida y posible en este contexto; o la única ética social deseable. Y, claro, hasta allí llega mi acuerdo con sus palabras. Según gente como él ya nos habríamos habituado a que nos esquilmen y maltraten en retail, supermercados, bancos, farmacias, universidades, la salud, las AFP, etc. Que, a costa de nuestros trabajos, ellos hagan negocios en las distintas bolsas del mundo y más encima nos cobren intereses por sus manejos. Nos habríamos acostumbrados a que el agua por ejemplo (como el cobre), recurso mundial hoy fundamental, haya sido privatizada por la derecha cívico-militar, y que deje de ser un bien público y se transforme en mercancía. Lo mismo que la educación en general. Lo mismo que las viviendas, los barrios y plazas.

Todos ellos en manos de grandes inmobiliarias que presionan a las personas y los municipios en función de hacer negocio, es decir, de convertir en mercancía su casa, su barrio, o su plaza.

La ética del capitalismo mercantil no aprecia la gratuidad, ni el bien común. En su lógica, lo que no tiene precio carece de valor. Sean personas, aptitudes, servicios, o, poesía, filosofía, música, lo que sea. Aquello que no puede venderse no es real. Más aun, llega al extremo – esa ética-política- de que para que algo sea verdadero es necesario poder colocarlo en el mercado, si no, no existe, no es algo real, no “vale” la pena. Y estos criterios terminan alcanzando la propia actividad universitaria, la investigación misma, la creatividad, sea en la ciencia “dura” o en las ciencias sociales. Es el totalitarismo de la lógica mercantil y privatizante. Como decía el monje trapense Thomas Merton: “vendrá un tiempo en el cual te venderán tu propia lluvia. Por el momento es gratis todavía, y estoy en ella. Celebro su gratuidad, y su carencia de significado”. Qué bueno que algunos liberales y los representantes de las burocracias privadas digan lo que son y aprecian- el mercado, la propiedad privada como supuesto derecho superior, la rentabilidad y competencia- pero uno les pediría que fuesen más modestos, y no hablaran a nombre de todos nosotros.

Nosotros, los ciudadanos de a pie, no los hemos elegido a ellos para hablar o hacerse ricos en nombre de la sociedad. ¿Por qué deberíamos adoptar esta ética –la del capitalismo liberal y mercantil- como la mejor y la única posible? ¿Acaso ha solucionado en algún lugar los problemas de las enormes desigualdades?, la explotación y esclavitud de mujeres y niños?, el maltrato y contaminación de la naturaleza?, el soborno y la nihilización de la cultura y la política? De nuevo para decirlo con T. Merton, este modelo de economía y de sociedad, supuestamente el único y el mejor, es como “(…) el aprendiz de hechicero que gasta miles de millones en instrumentos de destrucción y cohetes espaciales, pero no puede proporcionar lo necesario para comer y vestirse decentemente a dos tercios de la humanidad”. Al parecer, aun hoy, no todo lo real es racional.

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