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La mafia del silencio político. Por Cristián Valdés Norambuena

La política chilena, por decir lo menos, está en trance. Todo lo que hemos conocido en estos meses -que suma y sigue- no es parte de su contingencia habitual, sino un capítulo específico que dependiendo del buen manejo político, la transversal opinión pública y la insistencia y responsabilidad de los medios, podría implicar un cambio significativo en algunas lógicas fundamentales de su funcionamiento. Una de ellas -entre muchas otras- es el recurso sistemático al silencio o, en palabras coloquiales, quedarse callado con la expectativa de pasar desapercibido.

Esto bien podría considerarse como un elemento absolutamente secundario, una simple pillería o un remanente de nuestra idiosincrasia que en la calle glorifica al “vivo”, ese que engaña al otro y que tendría su eco en las altas esferas del poder. Pero nada de eso, ya que precisamente en el apego y desapego a ese principio, es que la política chilena cayó en este trance de largo e insospechado resultado; un elemento coloquial y de aparente nimiedad sobre el cual es posible levantar toda una comprensión del fenómeno.

Pensemos lo siguiente: ¿qué hubiese pasado si el gerente de Penta, Hugo Bravo, nunca hubiese hablado? Es tremendamente significativo que la caída de todo el sistema de financiamiento ilícito de la política, el enriquecimiento de varios, los favores de otros, leyes a medida y quizá cuánta cosa más que nos iremos enterando en el camino, no pasaron por un asunto político o entre políticos, sino por una persona que no estaba curtida en las lides de los partidos, que no conocía los códigos y que, por lo mismo, no tenía por qué respetarlos. Además, la confirmación de sus dichos tampoco vino de la clase política -siempre presta a las oportunidades de sacar alguna ventaja-, sino por un contador del mismo holding, es decir, la “falta” no provino desde algún político, del interior de los partidos o de los empresarios vinculados, sino desde fuera del “sistema”, por actores secundarios, por tanto esto no constituye más que un gran y terrible “accidente”.

Pensemos ahora en el ex-ministro Jorge Insulza, ¿por qué acepta el cargo de ministro secretario general de la presidencia -justamente para llevar adelante la agenda de reformas políticas- a sabiendas que podía ser descubierto en sus asesorías a Codelco? Afirmar que es un irresponsable o suponer una simple torpeza no da cuenta de la complejidad del asunto, porque son decisiones meditadas, consultadas y muy bien calculadas, pero prefirió quedarse callado “a ver si pasaba”, mientras por televisión nos hablaba sin tapujos de probidad y transparencia. Bachelet estaba informada de esta situación, sabía a lo que se arriesgaba, pero de todas maneras lo nombró, es decir, sabía el mismo Insulza, sabía Bachelet con sus colaboradores y, probablemente, mucha gente de los partidos y del gabinete entrante y saliente, pero todos optaron por quedarse callados “a ver si pasaba”, pero como no pasó, ahora es uno de los mayores papelones políticos de los que se tenga recuerdo.

Algo parecido a lo acontecido con Rodrigo Peñailillo, que muy en silencio con sus informes millonarios tomados de Wikipedia, siguió ejerciendo el cargo por meses como si nada hubiera sucedido, o las asesorías “telefónicas” que hicieron los hijos del senador y flamante nuevo presidente de la DC Jorge Pizarro, o las del ilustre senador Jaime Orpis de la UDI, etc., y etc. Todos estos, incluidos muchos otros, como la desaparecida Ena Von Baer, y ahora el victimizado Jovino Novoa y otros que uno ya ni recuerda porque se borraron de los medios, todos, sin excepción, ejercían sus actividades políticas sobre la base del silencio porque, de lo contrario, su acción política se hubiese visto profundamente comprometida como, de hecho, terminó sucediendo.

¿Hicieron mal en actuar de esta forma? La respuesta es relativa. Para la opinión pública naturalmente todas estas situaciones son inaceptables, pero para la clase política lo escandaloso son las consecuencias de haber sido descubiertos, no los actos mismos, que son generalizados. Más aún, dentro de sus lógicas hacen bien en quedarse callados porque es lo usual. De lo contrario, el sistema político literalmente no hubiese podido funcionar como lo hacía; partiendo de la base innegable de que no hubiese podido ser financiado. Por ello la imagen que configura el nombramiento y la casi inmediata salida de Jorge Insulza es icónica, porque muestra dicha lógica en su máxima expresión; guardar silencio hasta el final.

Esta actitud recuerda esa escena del film de Martín Scorsese, Goodfellas, cuando el muchacho sale de la corte sin haber delatado a nadie generando la celebración de sus amigos y la consecuente confirmación de su estirpe; precisamente porque al guardar silencio permitió que la organización criminal siguiera funcionando sin intervención de la justicia. De modo análogo como en esta película de mafiosos, no sólo Insulza, Peñailillo y Novoa se reconocen en su estirpe por el silencio imperativo, sino que les permite seguir siendo parte del mismo grupo en la medida que no claudicaron al principio, por ello no serán desterrados de la política y, en un tiempo más, los veremos como candidatos de algo u ostentando algún cargo importante. Al contrario, Hugo Bravo sufrirá el ostracismo y jamás volverá a los circuitos de la alta gerencia y sus negocios de favores al mejor postor.

Visualizar estas situaciones, comprender y discutir sus procedimientos, en definitiva, prender la luz en esta oscura y mohosa habitación en donde copula el dinero y la política, es una oportunidad para intervenir y desarticular estas prácticas. Por lo mismo, no basta la mera referencia a la ética como si esto fuera una cuestión de normas de acción y del respecto de ellas, más bien es un tema que debe ser pensado de forma horizontal, insisto con ello, porque la ética es un elemento muy importante, pero no más relevante que la cuestión legal, económica y de gestión de dichos procesos políticos. Si no lo hacemos bien y descubrimos que, además de ser un país de poetas e historiadores, somos un país de moralistas, la clase política perfeccionará sus mecanismos perversos para evitar dichos “accidentes”, mientras nosotros esperamos sentados, en cambio, que el sentimiento de culpa no los deje dormir. Esto último es clave porque es el paso entre ser consumidor de televisión y periódicos informativos, a ser propiamente ciudadano y sujeto político.

Cristián Valdés Norambuena Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina. Académico e investigador del CEFyC de la U.C., Silva Henríquez y profesor adjunto del Doctorado en Educación Intercultural de la USACH. Miembro del Colectivo de pensamiento crítico Palabra Encapuchada.

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