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La masculinidad patriarcal necesita consumir animales. Por Irene Lazuen Molina

“Sexismo y especismo son formas igualmente injustificables de discriminación, y ambos se manifiestan en patrones opresivos de jerarquía y dominación semejantes”.
Catia Faria, Doctora en Filosofía por la UPF y activista feminista.

En la universidad tuve la gran suerte de tener una profesora feminista. Se ganó muchas muecas de desagrado y críticas de muchos alumnos (y de mí también), pero con los años, gracias a la experiencia y al propio proceso de la madurez, he ido entendiendo todo aquello que decía y nos enseñaba.

Una vez nos explicó que un día fue a casa de una colega suya feminista y ésta le ofreció un café con leche. Ella le dijo que no consumía leche, ya que para ella ser feminista y consumir la leche materna de un ser cuyo cuerpo ha sido cosificado, convertido en mercancía y forzado a criar una y otra vez para proporcionar beneficios a una industria no era coherente, para ella iba en contra de las propias bases del feminismo. A lo que la otra le contestó “pero es una vaca, es un animal”.

Es un animal. ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha sido ese sonido? No es más que un animal… ¿porqué te preocupas TANTO (un poquito sí, eso se acepta) por un animal, o más bien, porqué te preocupas por un animal “de granja” (a.k.a. legalmente matable)? Ha nacido para eso, sirve para eso, no es como nosotros, su vida no importa como la nuestra… ¡me es familiar esa cantinela! Vaya, es el sonido de la discriminación, una vez más.

Las mujeres estamos lamentablemente acostumbradas a tratar a menudo con entornos discriminatorios, entornos que nos invisibilizan, desprecian, maltratan, cosifican y despersonalizan con la finalidad de someternos y silenciarnos, así que lo solemos reconocer rápidamente, supongo que por eso los derechos animales siempre ha sido una lucha encabezada por mujeres desde sus comienzos. Mientras la profesora hablaba, identifiqué ese sonido que es igual siempre, afecte a quien afecte: la opresión, aplicada esta vez a seres de otra especie, lo que se ha acuñado con el término especismo.

Entonces no lo reflexioné, pero recuerdo todas y cada una de sus palabras, como si supiera que algún día iba a estar preparada para entenderlas y las necesitaría. Así fue. Hoy soy feminista, y también vegana, ya que entiendo el veganismo como la herramienta política con la que intentamos luchar por los derechos de cada individuo, no sólo independientemente de su género, sino también de su especie.

Realmente mi profesora, cuando rechazó ese café con leche, fue evidentemente porque ahí no veía solo un producto, veía todo el proceso que ocurre en una granja para que esa leche pueda estar envasada en un cómodo brick en nuestras neveras, el proceso en que, a grandes rasgos, se debe inseminar a una vaca, esperar a que de a luz su ternero y entonces cuando ella comience a producir leche materna, separarlos, destinando a la cría a carne si es macho, y si es hembra a producción de leche primero y luego carne, como su madre.

Una vez entendí esta anécdota que ella explicaba, he ido viendo, con el paso del tiempo, muchísimos actos de violencia en que machismo y especismo se funden, creando un nuevo nivel de violencia sádica y particular.

“Todas las mujeres que nos hemos manifestado en contra de las corridas de toros hemos vivido lo mismo, a todas nos han llamado ‘puta’, nos han mandado a fregar, mi favorita es ‘abortistas, abortistas, ahí están las abortistas’, o incluso que le dijeran a una compañera “tú lo que necesitas es que tu hombre te de una buena hostia”.”
Eva Benet, Jornada Interrelacions Animals: els altres i els animals.

Otro ejemplo, que personalmente también encuentro que habla por sí sólo, sobre esta macabra, aunque evidente intersección entre machismo y especismo, es el caso que investigó y denunció la ONG internacional Igualdad Animal en una granja de Murcia, en 2012, en que los operarios se divertían ensañándose con las cerdas preñadas, eviscerándolas y abriéndoles el vientre para sacar a las crías, para posteriormente hacerse fotos sobre sus cuerpos posando en plan “soy un machote”.

En estos ejemplos estamos tratando con la parte más explícita de la violencia especista y machista, pero igual que el machismo, el especismo también se manifiesta en aspectos mucho más sutiles. ¿Y es que, a quién no le suena ese topicazo de que los hombres que deciden comer una ensalada son mariquitas? ¿Qué hay de esa relación entre la carne y la masculinidad? Los machotes se hinchan a carne e irónicamente a leche materna de vaca, véase el famoso Gallon Milk Challenge.

De modo que sentir empatía y compasión por los animales aparentemente te hace débil y emocional, cualidades asociadas a lo femenino que, frente a lo racional, son consideradas socialmente inferiores y poco válidas. Por lo tanto, si eres un hombre y decides dejar de consumir animales, es posible que te tengas que enfrentar alguna vez a ser visto como alguien blandengue y sentimental, o en otras palabras, “afeminado” y si encima eres feminista entonces eres como lo peorcito.

De lo dicho se puede extraer que la masculinidad heteronormativa debe probar su fuerza oprimiendo a otros seres, considerados más débiles. Es decir: eres un machote si haces que las mujeres hagan lo que tú digas, besen tus pies y se postren sexualmente ante ti (si no, un calzonazos), igual que eres un machote si comes la carne y los fluidos de animales que han sido explotados y asesinados para que los puedas consumir. De nuevo, la masculinidad saca a pasear su fragilidad.

Al fin y al cabo, ¿quién no se ha encontrado en su vida y en su propio interior con esa incoherencia colectiva? La incoherencia que dice que los humanos y los animales son diferentes, que pobre de ti cuando insinúes que a nivel de derechos básicos somos iguales, porque entonces “¿no serás uno de esos hippies comeflores?” Es que sugerir que la vida de los animales merece ser respetada, igual que su libertad, es muy bonito, pero… ¿llevarlo a la práctica? Bueno, bueno, tampoco seas tan extremista. Mira ese cerdito tan mono… pero oye, que también quiero jamón. La incongruencia que nos hace decir que los animales importan y no deben ser maltratados, pero luego lo venimos haciendo de forma sistematizada; es la misma que nos hace decir que las mujeres son personas que deben ser vistas, valoradas y tratadas como tal, pero después se desprecian y objetualizan metódicamente de igual manera.

Finalmente añado que mi propia experiencia me ha enseñado que las personas que luchan por el feminismo suelen ser las mismas que las que luchan por los derechos de los animales y viceversa, y el motivo es porque ambas luchas requieren un cuestionamiento de aquello considerado normal, natural o necesario, las tres Ns de la justificación que explica la psicóloga Melanie Joy, autora del libro Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos a las vacas. En términos generales son luchas hermanas, con los mismos principios: que seres explotados, cosificados y mercantilizados se consideren sujetos de derecho, cuyas vidas y libertades sean respetadas (pero de verdad).

Irene Lazuen Molina

Publicado originalmente en http://www.locarconio.com/2016/05/especismo-y-sexismo/

2 mayo, 2016

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