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Ladrones ofendidos

Por Luis Sepúlveda

Mientras Lucía Hiriart, la mujer del dictador estaba detenida en el hospital militar de Santiago, y en hijo mayor de la mayor pareja de ladrones de Chile ingresaba a la cárcel de “Capuchinos”, un lugar de reclusión cómoda para los ladrones de guante blanco, los chilenos recibían la noticia de otra cuenta bancaria más -ya van 30- esta vez en Miami y con un saldo de un millón de dólares.

Cada vez que Pinochet debe enfrentarse a la posibilidad de ser juzgado, de inmediato sufre un desmayo, un micro infarto en su cerebro de delincuente, y termina dramáticamente internado en el hospital militar. Su mujer hizo lo mismo, apenas supo que sería acusada de cómplice en el multimillonario robo de dineros fiscales, de corrupción, de tráfico de armas, de usurpación de bienes del Estado y de propiedades de asesinados por la dictadura, también sufrió un desmayo y dramáticamente recibió la noticia de su detención en el hospital militar de Santiago, un hospital de élite que sólo sirve al ejército chileno, a esa clase parasitaria que, aún cuando han pasado quince años desde el fin formal de la dictadura, sigue siendo un Estado dentro del Estado.

Los defensores del “neoliberalismo”, con sujetos como Mario Vargas Llosa a la cabeza del grupo de intelectuales orgánicos del liberalismo más inhumano, siempre insistieron en que Chile, bajo la dictadura de Pinochet, se había convertido en un país en donde el individualismo pujante permitía progresar, ganar mucho, muchísimo dinero, y que el modelo económico impuesto a sangre y terror era el futuro,el único futuro posible. Es decir que una forma de enriquecerse como la practicada por el clan Pinochet era el futuro, el único futuro posible. Ahora, curiosamente, no dicen nada.

Estos intelectuales orgánicos del neoliberalismo jamás se preocuparon de otros emprendedores, también neoliberales, como son los ladrones chilenos de menor monta. Un ladrón típico chileno es un sujeto que “invierte” tiempo y dinero en la preparación de un robo, por ejemplo a una sucursal bancaria. Debe comprar un par de pistolas en el mercado negro, generalmente en manos de ex militares en retiro, debe adquirir un auto robado, generalmente a una agencia administrada por ex agentes de la CNI, la policía política de la dictadura, y debe sobornar a algún vigilante privado del banco que quiere asaltar, que suele ser un ex militar retirado. Se trata en suma, de una “inversión de riesgo”, pues el ladrón ignora cuánto dinero habrá en el banco, y si el resultado compensará la inversión.

Estos ladrones están hoy sumamente deprimidos, tristes, decepcionados del modelo económico chileno, pues ellos creían firmemente en la “competividad del neoliberalismo”, en que sólo los mejores, es decir los que más invirtieran, serían los que obtendrían los mayores beneficios.

Ahora saben que la mujer de Pinochet asaltó la organización de Centros de madres (CEMA), sin realizar la menor inversión de riesgo. Actuaba de la siguiente manera: su marido ordenaba asesinar a alguien, normalmente de izquierda, que tuviera una propiedad grande, apta para la construcción. Esa propiedad pasaba a ser parte, durante algunos días, del Estado chileno, pero luego era regalada a CEMA, organización que dirigía Lucía Hiriart de Pinochet. Esta veterana ladrona como gato de campo, ordenaba que arquitectos del ejército, pagados por todos los chilenos, hicieran un proyecto de cien o más viviendas, que eran construidas por batallones de soldados, ladrillos, cemento y vidrios del ejército chileno, es decir que no compraba un clavo, todo lo pagaba el Estado chileno. Luego vendía las casas, que además se entregaban equipadas con cocina, refrigerador y muebles comprados por el ejército chileno, y el dinero de la venta se perdía en sus cuentas de Miami, Gibraltar, Suiza o Las Islas Caimán. Eso -dicen los ladrones y estafadores chilenos- es competencia desleal, eso es una violación de la libre competencia, y no hay manera de explicarles que eso es precisamente la médula de la economía neoliberal de mercado, el robo cometido sin la menor vergüenza y que se llama privatización de las empresas nacionales, el latrocinio impune que se llama “libertad de movimiento para el capital”. Todo eso que atenta contra los habitantes de un país, y que se hace sin la menor ética, es la normalidad propuesta por los ideólogos y defensores del darwinismo económico llamado neoliberalismo.

Es urgente cuidar, mimar, psicoanalizar a los ladrones chilenos, salvarlos de la depresión y de la abulia. Sin ladrones no hay policías, ni jueces, ni verdugos. Los ladrones chilenos son modestos, no se hacen cirugía estética en clínicas suizas, no cambian las leyes para protegerse, y la familia Pinochet, y los militares chilenos hacen de nuestros simpáticos ladrones una especie en vías de extinción.

¿Qué será de nuestros escritores de novela policíaca sin ladrones chilenos? Nuestros ladrones pierden el apetito, se alejan de los cálidos burdeles, dejan de comprar pulseras de oro, relojes rolex, y cada vez que saben de una nueva cuenta bancaria internacional intervenida al cártel de los Pinochet, se ponen más tristes, melancólicos, taciturnos, y así se les ve en los parques dando de comer a las palomas.

Seamos solidarios con los ladrones tradicionales de Chile, exijamos que todo el patrimonio del cártel de los Pinochet sea expropiado y devuelto a sus legítimos dueños: los chilenos.

Así, nuestros ladrones volverán a sentirse necesarios, queridos, y se pondrán nuevamente sus antifaces, sus guantes de gamuza, sus zapatos silenciosos, y volverán a salir a robar como debe ser en un país civilizado.

Gijón, 12 de agosto de 2005

Luis Sepúlveda es escritor, adherente de ATTAC y colaborador de Le Monde Diplomatique.

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