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Manifiesto de las(os) mal educadas(os). Estudiantes PUCV

“No seré culpable de las deudas de nuestra realidad”;
Y en mi cabeza esa frase rondaba certera deteniendo el avanzar.

“Yo participo ahora”.
Y ese tiempo se fue diluyendo hasta perderse con y las esperanzas del presente que vuelven hoy a despertar para siempre.

Nosotros, estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso, ciudadanas soberanas y ciudadanos soberanos, no desconocemos ser herederos del arduo trabajo de lucha social de las generaciones enemigas de la injusticia, avaricia y desigualdad que hoy se encarnan en el sistema capitalista neoliberal chileno. Como nueva generación de actores sociales conscientes y comprometidos, nos alzamos nuevamente desde nuestra particularidad y heterogeneidad histórica hacia una concepción educativa que nazca en la integración de los aportes y procesos propios de cada actor educativo, un modelo pedagógico que sea democrático desde sus raíces y no sólo en su forma aparente.

El actual levantamiento estudiantil cobra su lugar dentro de la historia de esta universidad, y por qué no, dentro de nuestro país y mundo. Pero no sólo para evidenciar el estado de alerta sobre el problema de la educación actual, sino que para posicionarnos como actores y no espectadores en la búsqueda de soluciones. El cambio más profundo será el transformar la dinámica del cómo se concibe y vive la universidad, más aún, la sociedad en su conjunto.

Entendemos educación como el proceso dinámico por el cual los seres humanos aprehenden y generan conocimientos y habilidades que le permiten desarrollarse en sus medios ambientales, sociales, culturales, económicos y políticos, contribuyendo a su vez al desarrollo de estos mismos. Creemos que es la educación el medio que proporciona a los seres humanos el lenguaje y la práctica que nos permite incidir directamente en la construcción del bien común, fin último de toda congregación humana. Si el neoliberalismo nos somete con el anhelo del querer vivir mejor, siempre a costa de otros, bajo el discurso del emprendimiento, el sistema educativo debería apuntar al vivir bien en comunión con los otros. Hoy en día la educación y el trabajo se reducen a ser objetos para la sobrevivencia bajo una lógica mercantil de consumo constante, en vez de plantear el estudio y el trabajo como vivencias valorables en sí mismas. Las dinámicas de la educación son las que terminan por configurar las instancias de convocatoria y consecuencia comunitaria, por lo tanto la educación es un derecho inalienable y será defendida como tal.

El proceso educativo siempre será dinámico y recíproco. Los modos de conocer la realidad tienen su origen en la subjetividad de cada ser humano. Por lo tanto, nadie tiene acceso y dominio de una verdad absoluta u objetiva. El modelo educativo actual se plantea como poseedor del conocimiento como algo objetivo, estático, específico y fragmentado, por lo tanto dificulta cambios sociales y vínculos interdisciplinarios. Al negar la subjetividad irrepetible de cada individuo, mediante esta objetividad impuesta por la clase dominante, no se permite la construcción de mundos nuevos sino que se limita a reproducir la estructura del mundo actual, donde no hay espacios para el pensamiento crítico. Frente a esta objetividad impuesta el estudiante en vez de ser sujeto de su propio saber pasa ser objeto de quienes se proclaman autoridades de este. Genera personas fragmentadas, parceladas en su conocimiento, impidiendo la construcción de un proyecto social conjunto.

La educación en su transversalidad debe fomentar y fortalecer el pensamiento crítico, base de una participación libre y soberana. Postulamos que la universidad debe ser independiente tanto del gobierno como del mercado capitalista y marcar un quiebre en sus lógicas alienantes. Se insiste en privilegiar ciertos saberes por sobre otros. En cambio, postulamos que todos los saberes son válidos dentro de su propio campo, se corresponden entre sí y se merecen. El título universitario acredita un saber y un ascenso socioeconómico. Ningún saber debería otorgar un privilegio. El privilegio y estatus otorgado por el título -dentro y fuera de la universidad- incentiva una jerarquización, entrampando la participación democrática, puesto que siempre situará al académico por sobre del estudiante y a este último a su vez -como cliente y producto académico- por sobre el funcionario.

No hemos de olvidar que la universidad no es la única entidad generadora de conocimiento, el mundo social en su totalidad construye diariamente diversas formas de conocimiento y sabiduría. Debemos estar a la altura de incluir e incluirnos de modo horizontal a todas las prácticas y lenguajes de la vida cotidiana, tomando como base las localidades en sus identidades y territorios. El bien común del pueblo –por sobre los intereses individuales privados- debe ser el principio y fin de la universidad que se asume como pública y democrática. El diálogo participativo entre todos los estamentos y actores sociales, pilar de toda democracia, ha de ser la base para conseguirlo. Democratizar la universidad hoy resulta una necesidad inmediata, considerando los niveles de desigualdad socio económica y de exclusión política – características propias de nuestro continente y en específico de nuestro país- que se traducen en la falta de un proyecto social a largo plazo que incluya las demandas de los diversos sectores sociales, y el problema de la destrucción medio ambiental que hoy pone en duda nuestra existencia como especie a nivel mundial.

El diálogo entre generaciones, incentiva la comunicación entre experiencias temporales. Como generación de estudiantes que posiblemente esté viva cuando nuestros maestros hayan muerto, debemos posicionarnos ante el presente y futuro del desarrollo del país al que queremos contribuir. Reconociendo las diferencias de los distintos participantes del actual orden jerárquico, el diálogo permanente entre funcionarios, académicos y estudiantes debe direccionarse a la génesis de instancias de ejercicio democrático efectivo y no sólo discusiones en torno a dichas instancias. La construcción de una participación equilibrada en la toma de decisiones a nivel de los espacios universitarios redundaría en la formación de profesionales que sean ciudadanas soberanas y ciudadanos soberanos, sujetos de su propia historia con una visión de mundo más igualitaria, y así la universidad podría asumirse realmente como un motor de reestructuración del orden social y un aporte contundente al bien común. A partir de este proceso nuestra Pontificia Universidad Católica de Valparaíso podría auto sindicarse con toda propiedad como una institución con rol público.

Apuntando en la misma dirección postulamos que la realidad universitaria debe funcionar de forma abierta y pluralista al libre acceso y tránsito de absolutamente todos los sectores sociales y culturales permitiendo la conexión y complementación de experiencias vitales que surge en la conversación entre los estudiantes y el resto de su contexto cultural. Asimismo es totalmente imperante que los participantes de la educación superior se dispongan a salir del claustro intelectual y cultural en el que se encuentran, con miras de acercar la universidad a los ciudadanos y, finalmente, otorgarla a ellos. Se configura así una relación de retroalimentación entre la educación superior pública y la vida cotidiana de la comunidad en su integridad.

El sistema educativo incluyendo a la universidad, no se puede limitar a la formación de profesionales al servicio de la inmediatez y a seguir reproduciendo las divisiones de clase actuales. La universidad se debe asumir como un espacio de formación de ciudadanos íntegros, proactivos y éticamente comprometidos con el devenir de su sociedad. Al considerar a los estudiantes como ciudadanas y ciudadanos la universidad se vincula directamente con el Estado y su legitimidad, un Estado sin ciudadanía carece de sentido y razón de ser. La gratuidad en el acceso y permanencia para los estudiantes es el principio que abre las puertas de los establecimientos universitarios a la totalidad de los grupos sociales que conviven en nuestro país. Pero considerando las distorsiones del contexto actual en donde la desigualdad económica tiende a ser naturalizada, la gratuidad de la educación universitaria es hoy una necesidad para (re)comenzar el derrotero del cambio social que pretendemos.

Debemos renunciar a nuestras soledades, porque guardar silencio es refugiarse en el miedo. Demos el paso en común, convocando el diálogo no para justificar nuestras individualidades sino para complementar nuestras diferencias.

Descubrir fragmentos de un todo, dentro de un discurso incompleto. Involucrarse en la vida de cada palabra, y crear algo nuevo. Porque el valor de lo que no vale, no tiene un solo dueño. La palabra y su universo, un mundo abierto, como el futuro que surge del diálogo de cada una de las voces, inacabada, que se levantan desde y para la historia, reconociéndonos constructores de aquello que anhelamos ser, distantes del afán sectario de las parcelas del conocer, la posesión y el egoísmo.

Estamos pariendo el futuro.

Julio de 2011

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