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Mi amiga y mi agente literaria

Mi amiga y mi agente literaria

Por Luis Sepúlveda

Llamé a la puerta de Ray-Güde Mertin una luminosa mañana de primavera de 1990, cuando todo era verde en Bad Homburg, una ciudad balneario cercana a Frankfurt en la que el tiempo parecía haberse detenido en épocas tan felices como pretéritas y anteriores a todas las guerras. Su casa y estudio estaba medio oculta entre la vegetación y la plaquita de acrílico con la alemanísima inscripción “Prf.Dr. Ray-Güde Mertin” inhibía un poco a la hora de llamar al timbre.

A la puerta de casa se asomó una mujer muy guapa, rubia, de intensos y expresivos ojos azules, y en un español de marcado acento brasileño dijo simplemente “pasa”. No lo hice, permanecí clavado frente a la reja que separaba la casa del antejardín y desde ahí consulté: ¿Frau Profesor Doktor Mertin? Entonces la bella mujer se sacudió las manos, recién advertí que estaba mondando una manzana, rió, y exclamó que los chilenos éramos famosos por nuestra formalidad enfermante.

Entré, me invitó a pasar a la cocina, un lugar luminoso que invitaba a sentarse, sirvió dos copas de estupendo vino blanco, y ahí, entre frutas, verduras, tiernos aromas de especies transatlánticas y su buen humor contagioso, nació una hermosa amistad con la que fue mi querida amiga y agente literaria.

Profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Frankfurt, traductora de literatura portuguesa, brasileña, afro-lusitana y española de las dos orillas, Ray-Güde Mertin, esa muchacha del norte de Alemania que amaba los paisajes llanos de la costa Frisia con la misma pasión con que amaba Brasil, fue mucho más que una agente literaria, pues era una lectora voraz, tiernamente crítica, y solamente representó a los escritores y escritoras con que tenía una afinidad ética y estética, profundamente literaria.

La feria internacional del Libro de Frankfurt, la mítica “Buchmesse” empezaba siempre un día antes de la inauguración oficial y en su casa. Ahí, esparcidos por los salones, cocina y jardín, disfrutando de la incomparable cordialidad de Dietz, su esposo, editores y escritores se miraban, hablaban, se tocaban, y compartían sueños y proyectos. Ahí nacían libros. Esa fiesta fue siempre lo mejor de la “Buchmesse”.

Un maestro como José Saramago departía con una escritora que recién había publicado su primera obra. Una editora de la talla de Beatriz de Moura tomaba nota de las palabras entusiastas de un escritor primorosamente nuevo. En esa fiesta se manifestaba la presencia cada vez mayor de la literatura latinoamericana en el mundo editorial europeo, y en el centro de todo estaba siempre Ray-Güde, nuestra amiga, agente y cómplice en cientos de aventuras.

Juntos celebramos el primer premio Nobel de Literatura otorgado a unos de sus escritores representados, Saramago, y juntos estuvimos en los estrenos de novelas mías llevadas al cine o en distinciones académicas en las que siempre agradecí sus ojos azules protectores. Muchas veces, en los jardines de su casa de Bad Homburg o paseando por la playa de San Lorenzo, en Gijón, hablamos de su tenaz lucha contra el cáncer y su amor por la vida contagiaba.

Fue un pilar fundamental del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón. Con su generosidad de siempre colaboró en la programación y su participación en muchas mesas redondas dejó el recuerdo de una apasionada lectora, de una sabia de las letras contemporáneas. Y fue también nuestra mejor embajadora, pues en la Feria de Frankfurt, en las de Guadalajara, Sao Paulo, Buenos Aires o Bogotá, nunca dejo de contar entusiasmada lo que hacíamos desde Asturias, desde Gijón por difundir ese objeto maravilloso llamado libro.

Hoy nos falta, nos faltará siempre, y la ausencia de Ray-Güde Mertin nos deja además de tristes, muy pobres.

Gijón, 14 de enero de 2007

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