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Modernidad en América Latina. Por Carlos Fernández

“los hombres sin historia son la historia” (Silvio Rodríguez)

Introducción

Toda visión que se tenía, por parte de la élite criolla de nuestro continente en el siglo XIX, era enfocada a la inserción de Latinoamérica en la modernidad. Alejándose entonces del problema que a mi entender era el principal, el colonialismo.

Bajo la inserción de nuestra región a la modernidad, afloraron concepciones como el término “Latinidad”, término que nos arrastra una carga ideológica en la que se reflejan las colonias españolas y portuguesas en la nueva visión del mundo moderno/colonial. Nuestro continente hizo propio el término antes mencionado después de las independencias. Con el término de latinidad se buscaba generar identidades postcolonial.

Estos esbozos de identidad buscaban en la región, construir una nueva visión de unidad de América Latina. A la vez, esto trajo la llegada de población europea y con esto, la eliminación de la población autóctona. Ya con el continente organizado, el nuevo orden se convertía en un relato de la modernidad, pues el imaginario anterior decía relación con un ordenamiento bárbaro en las indias para algunos y en América para otros.

La discusión sobre la modernidad y el proceso de independencia en América latina fue tardía. Bajo el enfoque de esta discusión se construyo una definición de la independencia sudamericana. Las independencias del continente son reflejo entonces de la revolución francesa y por ende, se adoptan sus principios. Esto ayudaría al desarrollo intelectual que se enfrascaría más adelante en las independencias de América Latina.

Ahora, una visión simplemente ideológica del proceso independentista del continente en reducir el fenómeno. Para José María Blanco Crespo, la independencia política sin independencia económica y sin medidas que atajaran los antagonismos sociales era una mera ilusión. Considera que los americanos cometen un grave error al proclamar la independencia, porque hay que conseguir la soberanía económica antes de la política; aquella hay que trabajarla, ya que no llegará por sí sola.[1]

Las independencias en América latina llegaron de golpes. Incluso antes de la influencia de la revolución Francesa, el continente tenía razones de sobra para revelarse contra los europeos. La modernidad fomento entonces la historia de los padres patrios, y sus estatuas y calles fueron la tesis del relato de la construcción del continente.

Modernidad e independencia en América Latina

Para lograr entender o interpretar lo que significo la instalación de la modernidad en el continente, necesariamente tenemos que abordar el análisis en dos momentos históricos de Latinoamérica. Uno es el periodo de independencia, considerado como el momento introductorio de la modernidad y un segundo periodo debiese ser el proceso de los movimientos sociales y revolucionarios en los años 60.

Como lo mencionamos en la introducción, con la construcción de las republicas se construyen los primeros ensayos por parte de las elites por integrar al continente al sistema económico mundial. Esto gatillado con la esperanza del discurso del progreso material y sobre todo con la visión de la ilustración y el liberalismo.

Con el surgimiento de las luchas reivindicativas y sociales de los años 60 el proyecto liberal entra en una crisis producto de las distintas vías alternativas de modernidad, particularmente la del socialismo, corriente ideológica que para algunos hoy día se ha convertido en el “último sostén critico del proyecto ilustrado”[2]

Una de las formas que nos permite abordar estos dos temas en paralelo, sobre la modernidad en América Latina, la podemos realizar a través del discurso recurrente. Los textos tanto del proyecto liberal de modernidad en los inicio de las independencias, como los del proyecto de modernidad socialista de los movimientos de los años 60 recurren a la misma figura del relato, pese a sus diferencias ideológicas. Ambos discursos ven en la Nación una función que garantice la identidad colectiva.

Ahora bien, con las independencias se centra una dependencia del conocimiento, y con esto, una forma de ver el mundo. Con la modernidad (ilustración) se empieza a desaparecer las muchas visiones que se tiene. De esta forma el modelo epistemológico de la modernidad excluye a todas las visiones que no calzan con la forma de entender en nuevo periodo y a la nueva matriz ideológica.

“A partir con el inicio de la modernidad, occidente aparece como vanguardia del progreso de la humanidad y desde ese momento las periferias hacen todos los esfuerzos posibles por alcanzar el modelo impuesto”[3]. Complementando la cita, diremos que, al poner como objetivo alcanzar el modelo europeo o del norte, sin cuestionamientos epistemológicos, la modernidad americana queda supeditada a los vaivenes del modelo extranjero.

La construcción de los grandes relatos en el continente

Sin duda que la construcción de los relatos en nuestra región encuentra contradicciones con la modernidad (ilustración). Con esto se genera discrepancias con los discursos emancipadores. Son entonces los textos fundadores los que empiezan a instalar “limites”, pues el continente manifiesta relatos, mitos, ciencia, etc. Con esto se centraron los cimientos de la “transculturación modernizadora”. En síntesis se puede concluir que los textos fundadores cumplieron un rol de homogeneizador para desarrollar el proyecto de modernidad.

En un sentido determinado, tanto los relatos épicos de los textos fundadores, como los relatos revolucionarios de los 60 pueden ser entendidos en el marco de los grandes relatos que cruzan la modernidad, por una parte el gran relato del liberalismo del siglo XIX y por otro, el socialismo del siglo XX.

En los dos casos nos encontramos con discursos, cada uno en su contexto situado, discursos combativos por el bien de una sociedad mejor; “Morir primero americanos, antes que sufrir o cargar el yugo de nadie” decía José Amor de la Patria en su “catecismo político cristiano” de 1811, Mas “vale morir de pie que vivir de rodillas” arenga de Bernardo O’Higgins a sus tropas en cancha rayada. “Revolución o morir”, “patria o muerte” son los lemas de la Revolución Cubana y de la guerrilla Latinoamericana en los sesenta”[4]

En ambos casos, se centran en diferentes contextos, el discurso influenciado por la epistemología que la modernidad instalo. Se tenía entonces la visión de que la historia no solo era patente, sino también predecible siempre que fuera conducida con la razón. Un ejemplo del discurso predecible lo entrega Fidel Castro, aplicando el principio de materialismo histórico, en la interpretación de la historia en Latinoamérica. Esto le permite analizar el momento y realizar predicciones en ese ámbito; “Se sabe en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo… aun cuando los imperialistas yanquis preparen para América un drama de sangre, no lograran aplastar las luchas de los pueblos, concitaran contra ellos el odio universal y será también el drama que marque el ocaso de su voraz y cavernícola sistema.”[5]

Sin duda que hasta el día de hoy, los relatos que se construyeron en el continente son relatos de vencedores. ¿Qué recuerdo queda entonces de las rebeliones indígenas, de esclavos, de mestizos o criollos? Basta observar que dicen los textos escolares que educan o adiestran a los estudiantes. Lo que hoy se estudia con detalles son los grandes acontecimientos, las grandes batallas, los grandes nombres. Dejando marginados las historias de los miles de criollos que participaron en la lucha independentista que dieron lugar a nacientes republicas.

Conclusión

El desarrollo de la modernidad en nuestro continente está marcado por criterios contrapuestos, o por distintas interpretaciones. Repúblicas y monarquías, Oligarcas y populares, socialistas y capitalistas.

Con la modernidad se construye entonces la unificación de los criterios que fomentan el espirito nacional. De ahí se cimenta el amor a la patria con todo lo que eso implica. Con los nacimientos de las nuevas republicas nace también el deber de educar a los ciudadanos para que obedezcan voluntariamente sus leyes, costumbres y modelos. De esta forma son los sujetos “modernos” son los que aceptan la supremacía de la nación.

La narrativa instala entonces al sujeto en dos ambientes; la familia, y la Nación. De esta forma el sujeto debe fidelidad, lealtad y sacrificio, como si se tratara de su entorno íntimo. De esta forma se generan los símbolos que la nación le impone para incorporarse a ella. Se desprende entonces que la costumbre, la rutina y la regularización social, se vuelven más efectivas que cualquier dictamen para la homogenización del Estado nacional, pues esto lo que busca, es generar una auto-disciplina.

Con esta figura se construyeron las republicas en el continente, los ciudadanos logran entonces emanciparse del colonialismo. Se vuelven sujetos dominantes, pero aun así no mantienen la autonomía, pues se mantiene sujeto ya no al colonialismo, ahora se mantienen sujeto a la nación.

[1] Blanco White y la crisis del mundo Hispánico (1808-1814), Historia Constitucional

[2] Texto de contraportada del libro Cuba, la ilustración y el socialismo.

[3] Castro –Gómez. La hybris del punto cero: Ciencia, raz e ilustración en la nueva granada

[4] Lillo Gastón – Urbina José Leandro. De independencias y Revoluciones

[5] Castro Fidel. Segunda declaración de la Habana

Por: Carlos Fernández Jopia
Magister en Ciencias Sociales Doctor© Procesos Sociales y Políticos Latinoamericanos

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