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NO por Juan G. Ayala

Recuerdo la “Franja del No” como la única opción posible, era como que la opción Si no existiera. En el Chile de 1988 así se representaba la realidad, así comparecía en el imaginario colectivo, y lo hizo con tal fuerza que todo chileno sabía que se vivía un momento histórico, pero también se infería la posibilidad cierta ¿de cuánto respetaría el gobierno militar la voz de las urnas?. En ese contexto y tal como Patricio Bañados lo solicitara fuimos a votar temprano. Así partió mi vida cívica, respirando un tenso ambiente en las calles, el trasiego era evidente y el aire espeso, los votantes no conversaban.

La franja era el meollo de las campañas, la prensa y la radio cedían espacios pregnantes a la televisión, por su metodología era la más potente manera de seducir. Un formato diario, con un diseño recursivo, convertían a la franja en “la manera de alcanzar el objetivo”, y lo atestiguaba la peregrinación que la familia chilena hacia frente a la T.V. Para los jóvenes acostumbrados al tiempo real y la simultaneidad, les extrañará saber que solo se transmitía dos veces por día, y en un formato rígido, y lo más importante, que entregaba contenidos y vivencias compartidas.

Con la franja por primera vez en la historia de Chile, la imagen y el sonido editados con un objetivo ideológico, concretaban en sí mismos la llegada al poder. Muy atrás quedaban los incipientes logros de programas como “A esta hora se improvisa”, pero muy cercano estaba “el dedo de Lagos”. Por ello resulta difícil comprender, cómo la dictadura erró de tal manera en el diseño programático, y fue notoriamente incapaz de activar una puesta en escena convincente y sólida. Sin embargo en el triunfo del No, intervinieron también, la particularísima apertura del dictador para abrirse a una opción censitaria y vinculante, y el sondeo que el gran empresariado hacía en torno al futuro. Más adelante Patricio Aylwin no llegaría a la presidencia solo con el apoyo de la oposición, también contó con la anuencia de partidarios del régimen militar. Pero aquella noche los fantasmas se disiparon cuando el general Fernando Matthei, rompió el silencio en el umbral de palacio, y a micrófono abierto sentenciaba que el No había ganado.

Nada de aquello narra la historia recreada por Pablo Larraín, en la película “No” la apuesta pasa por el soliloquio del publicista, son sus inquietudes, su manera de vernos desde afuera, en ello está su valor, el filme actualiza nuestro pasado común y lo sublima, nos permite vernos en ese momento. La Academia podría optar por esta película chilena, ella muestra una historia, irreplicable para el mundo, y a la vez laudatoria por el ejemplo que esta tierra supo entregar, si así fuere ese “Oscar” tendría sabor a libertad.

Juan G. Ayala, Profesor Departamento de Estudios Humanísticos, Universidad Técnica Federico Santa María

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