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Naturaleza y muerte: el temor en Torres del Paine por Miguel Ángel Gaete

Cuando la industrialización de las ciudades y la mercantilización de los principales aspectos de la vida fueron instaurados como modelos indiscutibles de desarrollo (capitalismo), hubo una serie de artistas considerados “Románticos” que se rebelaron contra ese proceso devorador, consolidado por toda la sociedad europea decimonónica. Entre ellos los más conocidos fueron Caspar Friederich y William Turner.

Como es sabido, tanto el pintor alemán como el inglés convergen en una relación sincera con la naturaleza, en una búsqueda que trascendía los marcos materialistas de la ciudad, cuya fuerza de acción había provocado en todas las sociedades de la época un descalabro psicológico patente hasta hoy. Esta aniquilación en la psiquis del habitante de las grandes ciudades fue conocida con distintos nombres según la ubicación geográfica: ennui, en Francia, spleen en Inglaterra, Langeweile en Alemania o melancolía en idioma español; y provocó un sentido de evasión, en donde el hombre requería de un escape hacia la naturaleza, hacia los paraísos terrenales que recordaban lo que aún quedaba de primigenio en el habitante de las grandes urbes.

De hecho, se cuenta de William Turner que se ataba a los mástiles de los barcos con el único fin de experimentar en carne propia una tormenta en el mar y plasmarlo en sus pinturas. En cambio, Caspar Friederich realizaba grandes procesiones por los Alpes buscando una conexión espiritual con una naturaleza deificada, la cual registraba magistralmente en sus telas y dibujos. En cada uno de estos artistas salir a la naturaleza implicaba enfrentarse a la propia muerte, conscientes de que cada excursión estaba sujeta al ritmo descontrolado de la naturaleza y a una vulnerabilidad creciente según se avanza en los bosques, mares, desiertos y montañas.

Es precisamente la anulación de esta vulnerabilidad la que caracteriza el turismo actual, y la que, por cierto, construye una falsa ilusión sobre lo que es la naturaleza y su energía indómita. El pavor al fuego surgido en las Torres del Paine responde a un desconocimiento pleno de las leyes de la naturaleza pero a un conocimiento absoluto de las leyes del mercado. El verdadero temor no es a la destrucción de un paisaje como pocos en el mundo, sino a los consecuencias en la economía local y a la “imagen país”. En efecto, la imagen hipotética del Hotel Explora ardiendo en la Patagonía seguramente retumbaba en las mentes de las autoridades con una fuerza mayor que la del fuego abrazando la hierba, reduciendo finalmente todo a un asunto económico, negando la destrucción y el regeneramiento como partes integrales del ciclo de la vida.

Como todos sabemos, la tiranía de la belleza exige que los paisajes sean siempre prístinos, verdes y resplandecientes, atendiendo a un modelo económico que idealiza la propia noción de paisaje y que es fomentado temporada tras temporada por las agencias de turismo y los medios de comunicación. La ideología presente tras la proliferación de enormes y pequeños complejos hoteleros ubicados en sitios estratégicos del mundo (a precios exorbitantes), pretendiendo camuflarse en cada paisaje como el soldado que acecha sin ser visto, responde más bien a la vida en las ciudades que a la experiencia natural. Los sistemas “All inclusive” pretenden confundir las claras diferencias conceptuales existentes entre el turista, el viajero y el explorador, asegurando, en primer lugar, el resguardo de las mismas condiciones vitales del pasajero en su lugar de residencia habitual (la ciudad) y una experiencia “única e inolvidable”, casi cinematográfica, negando absurdamente la fuerza y variabilidad de la naturaleza.

El progreso destructivo del hombre moderno recae una y otra vez en vagos intentos por controlar todo su entorno. El fuego en Torres del Paine, haya sido provocado o no, es parte de la elementalidad de todo territorio situado fuera de los limes de las ciudades. El primer paso para comprender el fenómeno es aceptar que nuestra escisión con la naturaleza es un hecho efectivo y ramificado, y una de las contradicciones más básicas de las “civilizaciones” contemporáneas. En consecuencia, cualquier vinculo real con el entorno natural exige desprendernos del espiritu de dominio y control que nos afecta, dejándonos atraer por algo superior a la humanidad, por esa fuerza y misterio que subyace en cada metro de tierra fuera de los margenes de la metrópoli, allí donde la máquina y la tecnología poco y nada pueden hacer ante el vaivén caprichoso de Gaia, allí mismo donde Friederich y Turner captaron que más valia morir en el goce pleno e intenso de la naturaleza que vivir en la angustia perenne de las frías e impersonales ciudades modernas.

Miguel Ángel Gaete C. Máster en Estudios Avanzados en historia del Arte. Doctor© en Filosofía. Universidad Autónoma de Madrid.

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