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Nostalgias por el viejo orden. por Ángel Saldomando

Durante una comparecencia ante los medios en Nueva York, António Guterres, secretario general de Naciones Unidas mencionó un aspecto que pocas veces se reconoce, menos aún en los ambientes y comunicados oficiales. Gueterres mencionó el éxito político de los países latinoamericanos y la necesidad de defenderlo: “América Latina ha luchado satisfactoriamente durante las últimas décadas para liberarse tanto de la injerencia extranjera como del autoritarismo. Este legado ha de protegerse.”, indicó Guterres. Algo nos dice que ese legado está comenzando a ser carcomido por los viejos demonios.

Los países latinoamericanos no son ni homogéneos ni mucho menos influenciados por los mismos contextos regionales. Sin embargo, esta diversidad fue forzada históricamente por la geopolítica de la potencia norteamericana y por los conflictos ligados a la incapacidad para establecer sociedades incluyentes y justas. De allí que proliferaran regímenes represivos para proteger intereses minoritarios, sempiternos en algunos casos; episódicamente interrumpidos por paréntesis eleccionarios.

Forzadamente entonces se creó una trágica historia común. La excepción es justamente la mencionada por Guterres, por primera vez todo el continente ha vivido un largo periodo de paz civil y elecciones, con alternancia política y reducción de pobreza al menos. Groso modo esto ha durado desde mediado de los noventa hasta ahora, un poco más de un cuarto de siglo, algo excepcional. Sin duda que, como es natural, hay diferencias en la calidad del proceso según los países, en cada caso se puede hacer un balance. Convengamos que nada es perfecto, pero es relativamente fácil establecer donde y cómo mejoró la condición social, la apertura política, el manejo del conflicto versus la represión, la expansión de derechos y las limitaciones existentes etc. Inversamente, es también fácil establecer dónde y cómo estos aspectos están amenazados o conocen involuciones más o menos drásticas. Las negociaciones de paz en Colombia son sin duda un aporte al legado mencionado por Guterres, uno cruza los dedos para que no haya un nuevo fracaso histórico.

En contrapartida, las situaciones de México y Venezuela irradian influencias desestabilizantes a nivel regional. La asonada política de la derecha en Brasil, contra la presidente Dilma Roussef, logró su destitución. La crispación política producida en la Argentina por el gobierno derechista de Macri, con ribetes represivos alarmantes, muestran una tensión creciente. También los conflictos sociales y reivindicativos se han hecho más duros. Desapariciones forzadas y asesinatos, cómo el de Berta Cáceres en Honduras o el más reciente de Santiago Maldonado en Argentina, en conflictos indígenas, ambientalistas y socio territoriales; muestran el incremento de la violencia de cuerpos armados oficiales y de grupos civiles usados por empresas y políticos.

Todo esto evidencia un deterioro del proceso político latinoamericano. Es obvio que no obstante el legado mencionado por Guterres, las causas de los conflictos sociales no han desaparecido en la región. El cambio cualitativo era su contención y canalización política, más o menos exitosa, por el ciclo político que se estaba viviendo. El deterioro del ciclo político, combinado con uno económico más restringido, junto con opciones más represivas, disminuye la contención y la canalización de los conflictos. Han surgido gobiernos y prácticas peligrosas. Es evidente que hay sectores económicos y políticos que muestran su impaciencia con las reivindicaciones sociales, creen que se han hecho demasiadas concesiones y que es hora de restablecer el orden. Ese orden represivo que históricamente ha defendido grupos de poder excluyentes.

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