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Nuestro propio Halloween. Por Diosnara Ortega

Halloween, o la Noche De Brujas, es la festividad de origen celta celebrada en los países anglosajones, pero claro está, también apropiada en algunas partes de Latinoamérica. Siendo bastante auténticos en esa apropiación, no solo hemos reproducido la práctica culturalista con sentido mercantil, sino que en efecto hemos instaurado en nuestras sociedades un Halloween real.

Hoy en especial no puedo dejar de pensar en México, en sus hijos, en los que resisten al dominio de los carteles, verdaderas expresiones de fusión de poderes militares y económicos. En las últimas semanas nos ha llegado la noticia de los 43 estudiantes desaparecidos y quemados vivos en fosas comunes en Iguala, por manos de Guerreros Unidos. Guerreros Unidos es una organización criminal que une narcotraficantes y policías, aunque la realidad mexicana cuestiona cada vez más esta distinción. Curiosamente es a partir del 2011 y dentro del plan de militarización en la lucha contra el narcotráfico promovido por Felipe Calderón que este grupo toma fuerza. Los sucesos de Iguala que los ubican como autores del asesinato de los 43 estudiantes normalistas dan cuenta de su poder y relativa impunidad.

En los últimos ocho años se han producido en ese país unas 70 000 muertes producto de los enfrentamientos y más de 20 000 desaparecidos. ¿Qué le recuerda estas cifras? Desaparecidos, fosas comunes, coalición entre fuerzas militares y poderes económicos, ¿no resulta conocido? Habrán pasado las dictaduras? Nos habremos despertado de la larga noche que recorrió gran parte de América Latina décadas atrás, o estaremos viviendo una “actualización” disfrazada del terror?

Halloween ya no es una fiesta ingenua, con fines mercantiles, donde los niños son sus protagonistas. En países como México ya no puede serlo. No es un juego de miedos en donde los fantasmas nos dan más risas que escalofríos. Halloween se ha instalado en países de nuestra región como una verdadera vuelta al terror. Los muertos no aparecen solo la noche del 31 de octubre, nos despiertan día a día en las noticias. Pensemos hoy en ellos, en los muertos, desaparecidos reales, que están en la sombra de nuestro presente, esos que muchas veces no queremos ver, recordar. Es importante pensar en ellos no solo como cuestión de justicia hacia el pasado, sino de justicia con el hoy y ahora que viven hermanos como los mexicanos y los colombianos.

El paramilitarismo, la existencia de dobles poderes, han dejado un escenario verdaderamente terrorífico en nuestra región. Para quienes piensen que esto forma parte del ayer, cuidado, están allí, en Colombia o México, produciendo unas enmascaradas, silenciosas, nuevas formas de dictaduras.

Hemos estado acostumbrados a identificar la dictadura con regímenes totalitarios y unipersonales, de control, a través de las grandes estructuras políticas. Sin embargo, no solemos interpretarlos de ese modo cuando ese poder totalitario que infunde el terror a todo disenso, se produce solapadamente bajo el armazón aparentemente democrático de los regímenes políticos con que contamos. La realidad nos está mostrando cómo los que dictan o mandan se arropan en una institucionalidad aparentemente democrática. El dictador ya no es una persona – en realidad nunca lo ha sido- es un poder de grupos militares al servicio de poderes económicos, con base en el narcotráfico como rama altamente productiva de algunas sociedades nuestras, aunque no se muestren en los indicadores de las economías nacionales. Estamos viviendo nuevas formas de dictaduras y también nuevas formas de democracia, donde se fusionan unas y otras, aunque ello parezca imposible para los teóricos políticos.

En la política que vivimos, Halloween constituye un símbolo: la noche, la larga noche de los señores del terror, del miedo, pero también la llegada de nuestros muertos y desaparecidos.

Diosnara Ortega es Investigadora ICIC Juan Marinello, Cuba. Profesora y estudiante Universidad Alberto Hurtado, Santiago Chile.

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