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¡Oh y ahora quién podrá defendernos! Por Dr. Luis Nitrihual Valdebenito

Hace mucho tiempo señalé que los casos Penta y Caval habrían un camino en el cual encontraríamos toda la suciedad de la mundana política. El caso Soquimich muestra una práctica transversal de financiamiento de la política chilena. Pero esto no es siquiera lo más interesante. Lo que revelan todos estos casos es la estrecha relación entre la política y el empresariado que emergió de la dictadura de Pinochet.

Reveladas las numerosas boletas ideológicamente falsas que involucran a políticos tan dispares en el papel, pero tan cercanos en la práctica, queda la impresión de que estamos al borde del mayor precipicio institucional desde restaurada la democracia en 1990. De ello han pasado varios años y lo que va quedando cada vez más claro es que durante este tiempo se formó una costra que articuló, en definitiva, una casta que se repartió la re-organización de Estado luego de los crueles años de la dictadura. La democracia pactada y los acuerdos de no agresión o de agresión pactada entre las dos coaliciones dominantes permitieron la recuperación del Estado -es cierto- pero a un precio muy alto para la ciudadanía.

Pero más allá de estas evaluaciones ya sabidas, cabe interrogarse sobre algunas cuestiones de presente y futuro.

¿La primera situación es pensar qué emergerá de la crisis? Ante esta verdadera incertidumbre destacaría una hipótesis que los politólogos podrán refutar. Aún no teniendo claro el fin de toda esta telaraña, tengo la impresión de que podríamos estar ante el efectivo fin de la transición. Esto en tanto deberían aparecer fuerzas sociales (ciudadanas, por supuesto) que permitan superar el modelo político instaurado por la dictadura y no superado en los sucesivos gobiernos de la antigua Concertación y la derecha. Más allá de superar a los partidos políticos de estas dos coaliciones hegemónicas que sufren, como ha destacado el historiador Gabriel Salazar, una grave crisis de representación, hay que interrogarse sobre los fundamentos del Estado nacional. Sobre este aspecto, muy brevemente, agregaría la actual lucha por el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado chileno. No entraré en esta cuestión porque hay varios intelectuales trabajando en ello, pero esta discusión muestra una discusión sobre el carácter monolítico del Estado.

Ahora bien, en este marco general es fundamental que las fuerzas sociales no se precipen en convertirse en partidos políticos. Coincido plenamente con Salazar en que un problema serio es convertir la política en una actividad profesional. No podemos generalizar, claro está, pero para muchos esta profesionalización busca obtener el poder a toda costa para generar nuevos procesos de hegemonía que engendrán nuevos vicios al mediano e incluso corto plazo.

La organización debe surgir del natural desenvolvimiento de las prácticas sociales y políticas desarrolladas bajo la forma de trabajo comunitario. Sobre este aspecto cabría esperar una presión ciudadana para la creación de una nueva constitución que transforme definitivamente la relación del ciudadano con el Estado. Claramente esto debería realizarse mediante un mecanismo que garantice la participación deliberativa de la ciudadanía más allá de los mecanismos establecidos en el marco de la actual normativa legal. No hay que vacilar ante este escenario como suelen hacerlo muchos columnistas y comentaristas políticos de diario y televisión. No podemos seguir pensando que la “chusma” no tiene nada que decir en la organización del Estado.

No puede pensarse en una corrección del Estado por parte de los mismos actores que han cometido irregularidades pues es como creer el cuento de que desde dentro del sistema este será cambiado. Este no puede regenerarse sino con la participación de la ciudadanía que es en definitiva donde reside la soberanía.

Temuco, 2015

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